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Virus en casa: entre el miedo y la esperanza

Nada en el mundo merece que se aparte uno de los que ama. Albert Camus

Confieso. Nunca imaginé que viviríamos algo así, nunca esperé ser testigo en vida de una pesadilla como esta pandemia global con tantas pérdidas humanas. Menos todavía estaba preparada para padecerla en casa, para reconocer al virus en uno de mis seres más amados. Y aun cuando sabía lo cercano del mal, instalado ya en nuestra ciudad, en nuestros conocidos; sabiendo que tarde o temprano nos tocaría; nada es igual a vivirlo, sentirlo, padecerlo. El virus llegó y si ya nos había cambiado la vida desde hace meses, ahora nos da una enorme lección transitando entre el miedo y la esperanza.

Anoto que desde el inicio de la pandemia, he tratado de cumplir las indicaciones de los científicos. Me encerré en casa y en estos casi cinco meses, salí en contadísimas y muy necesarias ocasiones. Tiempo dedicado a limpiar armarios exteriores e interiores, leer mucho, cuidar jardines, dar clases en red y comunicarme con los amados y los amigos. Meses de sacrificio también, sin los necesarios abrazos, sin la cercanía de familia y amistades para evitar contagios, no sólo por mí, sino por amor y responsabilidad  hacia los demás.  Por supuesto, algunos me dijeron exagerada, pero nunca como ahora entiendo la importancia de cumplir  normas para salvar vidas, porque nunca sabes dónde ni cuándo serás contagiado.

Virus en casa: entre el miedo y la esperanza

Todo empezó con la noticia de una persona sintomática cercana a la familia, y aun cuando no tuvimos relación directa, decidimos hacernos la prueba de sangre mi hijo y yo. Fuimos al laboratorio confiados. Nos sometieron al protocolo de hacerla en el carro, de manos de una química cubierta de pies a cabeza. Mientras la aguja entraba en mi brazo, pensé en el riesgo que ella asume cada vez que sale, en el riesgo de todo el valeroso personal sanitario ante esta temible peste. Nos dijeron que los resultados estarían a las cinco. En punto de la hora introducimos nuestras claves en internet  y mientras latía con fuerza mi corazón, pude ver en uno de ellos la palabra tan temida: positivo.

Y se me fue el alma del cuerpo. Aunque la ciencia dice que esos análisis pueden resultar positivos por otros muchos virus, la realidad circundante refiere otra cosa y por ello asumimos todo el protocolo. Mientras un temible huracán se anunciaba, una tormenta sacudía mi ser. En ese momento, diversos pensamientos me inundaron, siempre anhelé que a mis hijos no los tocara. Vi el miedo en su amado rostro de veintitantos hermosos años, esperando lo que yo diría. Asintomático totalmente, le resultaba incomprensible, mientras los médicos amigos me decían que su joven cuerpo había respondido bien generando anticuerpos que tal vez sirvan a alguien más. Nunca podré agradecer lo suficiente a todos los médicos que han pasado por la vida de toda mi familia en los momentos más difíciles. Jesús, Juan, José Humberto, David, Jorge, Rodolfo, Fernando, Angélica, Victoria y tantos más a quienes estoy agradecida por siempre.

No ha sido fácil transitar estos días. Mi hijo está muy bien gracias a Dios, pero mi corazón no encuentra sosiego todavía. Se dispersa el pensamiento, se va el sueño y en ratos me habita el miedo. Pero hay tantas cosas por hacer: llamar a las personas con quienes tuvo contacto, preparar las comidas, calmar su desesperación por el encierro, abrazarlo con palabras, seguir  los protocolos de limpieza y desinfección para todo, uso de material degradable, cuidado excesivo en el manejo de residuos, tomar temperatura y cuidarme para poder cuidarlo; porque sé del riesgo de contagio y la certeza de nuestra humana fragilidad.

Una experiencia muy fuerte. Quienes ya lo pasaron me darán razón, mucho más cuando han perdido sus seres amados. Pero estos momentos  son también para valorar lo esencial, como las manifestaciones de amor y amistad de quienes están siempre y lo demuestran, porque te apoyan, te sostienen y te comprenden sin condiciones. Sin ese apoyo y en aislamiento, no hay manera de superar la adversidad. Sé que todavía falta tramo por recorrer en este tiempo de miedo infinito, pero entre la tormenta de mi corazón, abro con uñas y dientes el camino para la esperanza, cobijada en la fe, sustento de la vida entera.

Nunca pensé publicar esto, pero es mi lenguaje  y lo hago sin ocultar nada, como testimonio personal en un tiempo incierto y caótico. Porque por desgracia, sin respeto al dolor, mucha gente morbosa, juzga a quienes padecen, sin reconocer que todos estamos expuestos. No sabemos qué vendrá después, pero confío: también esto pasará. Mientras escribo, recibo un mensaje de mi hijo diciendo te amo con una canción italiana. Sin tocarnos pero sin apartarnos. Y voy a verlo por la ventana, reconociendo en mis entrañas el infinito amor de madre al asomarme a la ternura de esos ojos que me cautivaron desde la vez primera. “El corazón maravillado de la ternura”, dice Camus en La peste. Eso necesitamos todos. Mientras tanto esperamos en Dios.