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¿Empezar de cero o seguir como estamos?

En las últimas décadas, México ha pasado por un largo proceso de transición democrática, con múltiples avances, pero, al mismo tiempo, con muchos obstáculos e inercias que han dejado escenarios complejos

Con cualquier acontecimiento en el sistema político mexicano existe la tentación de caer en una de dos posiciones extremas: o todo está mal y no funciona nuestra democracia, o hemos avanzado tanto, que debemos seguir como estamos. ¿Cómo anda nuestra democracia?

En este momento de pandemia se ha agudizado una polarización en algunos sectores sociales que reproducen el filtro blanco o negro, para unos todo está mal con el gobierno de la 4T y, para otros, todo va muy bien. Acaba de pasar el proceso de elección de cuatro consejeros para el INE y a pesar de la tentación maximalista los diputados lograron un amplio consenso. 

¿Empezar de cero o seguir como estamos?

En las últimas décadas, México ha pasado por un largo proceso de transición democrática, con múltiples avances, pero, al mismo tiempo, con muchos obstáculos e inercias que han dejado escenarios complejos. Hay procesos que nos han marcado durante mucho tiempo, como el triunfo opositor en el año 2000 o la conflictiva sucesión presidencial del 2006; ha habido esfuerzos para construir instituciones con signo positivo, como la reforma electoral de 1996 que generó un IFE autónomo, o la de 2007 que trajo el nuevo modelo de medios de comunicación; también hay reformas híbridas como la de 2014, que dejó un sistema mixto y complicado con un organismo nacional y 32 locales. Hay inercias que se resisten a morir, como el dinero sucio en las campañas de 2012, con Peña Nieto y Odebrecht. Estos ejemplos muestran que nuestro tránsito democrático ha sido largo, con avances indudables y retrocesos evidentes, con múltiples reformas y ejercicios de ensayo y error, y con un resultado lleno de matices, pero muy lejano de un filtro en blanco y negro.

El resultado del 2018 es una prueba importante de que el aparato electoral con el que contamos puede servir para un cambio de rumbo y de proyecto de país. Llegamos a la sucesión presidencial con una enorme violencia, violaciones a los derechos humanos, una enorme carga de corrupción e impunidad, y el país tuvo la vía electoral para dar un golpe de timón. 

Se dice fácil, pero hay otros casos que no tienen esa posibilidad como Venezuela, incluso Bolivia. Vemos el desastre en el Brasil de Bolsonaro o el preocupante escenario que construye Trump en Estados Unidos, donde ya amenazó que si los resultados de noviembre no le favorecen, los desconocerá. En esos países hay una destrucción democrática en diferentes grados. Nuestro país no está en esta condición, a pesar de que los opositores de la 4T afirmen lo contrario todos los días.

El peso de la institucionalidad democrática con la que contamos no es irreversible, los casos citados son una muestra de que se puede retroceder de forma importante. Hoy en México se ha creado la percepción de que estamos en una regresión autoritaria. No la comparto. Hay que distinguir muy bien entre los dichos de AMLO, como la crítica a los organismos autónomos, sobre todo por sus altos costos, y sus políticas públicas, que no ha tocado a estos organismos. En esta diferencia está lo relevante. Hasta el momento no ha habido una afectación a la función electoral o de transparencia. ¿Estas instituciones aguantan la crítica presidencial sin que se vengan abajo o son tan endebles que se debilitarán? Quiero pensar que aguantarán la crítica porque el país tiene ya un debate público intenso y polarizante, y todo indica que seguirá, y cada vez será más estridente. Son los tiempos actuales, son la redes sociales.

No hay que empezar de nuevo, ni simplemente aplaudir lo que tenemos. ¿Qué necesita cambiar y mejorar en nuestra democracia electoral? Urge una simplificación de los procesos electorales; una redefinición del modelo institucional para quitarle lo híbrido y tener un organismo nacional único o regresar a lo federal y lo local; una reducción de los tiempos de campaña; un modelo de medio con más debate y menos spots; una reducción en el financiamiento a los partidos; un uso intensivo de las nuevas tecnologías para votar; un sistema de fiscalización mucho más poderoso y crear una instancia que revise las sentencias del Tribunal Electoral, porque ser la última palabra es peligroso. Para empezar…