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Casi cien días

Piense usted en su tiempo diario de pandemia, en lo que ha hecho cada uno de los días de ésta casi centena en confinamiento. Cómo han transcurrido las horas de este tiempo, que para la mayoría ha sido distinto, inédito, un tanto extraño. Si pregunto cómo han sido los días de encierro en casa, todas las respuestas serán también distintas, porque en cada persona hay un universo. Así, se podrá dar testimonio de la angustia, el miedo, la incertidumbre, pero también del aprendizaje, la reflexión, el cambio.  Porque nadie podrá negar que estos días han cambiado en gran medida al mundo, nuestro mundo.

Casi cien días en un “tiempo lento” que sin embargo ha pasado sin apenas darnos cuenta. Quejándonos  o aprovechando el encierro, sin rutinas claras, conviviendo en familia o sin ver a nuestros amados; cada quien hemos vivido este tiempo de acuerdo a nuestra circunstancia. Días largos de “aislamiento social” que han provocado en muchas personas estrés, ansiedad, depresiones profundas, entre otros males. Tiempo que cambió entre otras cosas, nuestras prioridades. Ya no se trata de estrenar vestido para la fiesta, ni de presumir fabulosas vacaciones en la red social, ni de hacer la mejor boda, ni apostar al equipo favorito; se trata de algo esencial: estar sano, vivir.

Casi cien días

La máxima prioridad ahora es no morirse, dice Elisabeth Roudinesco, reconocida historiadora del psicoanálisis. Porque sin duda, estos días han sido también días de grandes pérdidas. Más de 440 mil muertos en el mundo y más de 18 mil en nuestro país hasta hoy, dan cuenta de la dolorosa tragedia que no se puede describir, pues en cada fallecido hay tiempo cancelado, días arrancados al calendario de la esperanza. Porque la muerte acaba con el tiempo, nuestro tiempo. “El tiempo es un río que me arrebata, pero yo soy el río; es un tigre que me destroza, pero yo soy el tigre; es un fuego que me consume, pero yo soy el fuego”, afirmaba Borges, recordándonos nuestro ser mortal. 

Sentir la muerte rondar es el mejor motivo para apreciar el tiempo de la vida, cada momento, cada instante. El valor de la vida no está en la duración de los días, sino en el uso que hacemos de ellos, decía bien Montaigne. ¿Cómo hemos usado estos casi cien días que son parte también de nuestro ciclo vital? ¿Cómo recordaremos este tiempo de espacios acotados, escaso movimiento, desesperada espera? Porque el tiempo está ligado a ritmos, plazos, actividades, tareas que cambiaron e incluso se cancelaron para muchos. Los rituales por ejemplo, las graduaciones, los servicios religiosos, los duelos, se han transformado en este tiempo de pandemia. El adiós a la escuela, al ser amado; han perdido el abrazo, el consuelo, la compañía. “Los rituales ordenan el tiempo, lo hacen habitable, en ellos experimentamos la comunidad”, dice Byung- Chul Han al respecto.

El tiempo social establecido por las necesidades colectivas que cita Savater, conlleva una pérdida de costumbres exteriores y nos ha hecho voltear al interior, a la reflexión acerca del “arte de vivir”. Porque aun en medio del dolor, el miedo y la incertidumbre, podemos recoger frutos. Ya lo afirmó Clement Rosett: “sólo el conocimiento de lo más trágico, te lleva a la alegría de vivir”. La alegría es la “fuerza mayor”, señalaba el filósofo francés, porque la alegría es la afirmación de la vida. Y de esa fuerza, podemos sacar más fuerza para resistir las heridas de nuestra irrepetible vida. 

Y cuando hablamos de alegría, no hablamos de grandes lujos, ni siquiera de sonados éxitos; la verdadera alegría radica en disfrutar los pequeños-grandes momentos: una caricia, un encuentro, una conversación, una sonrisa, una melodía, un baile, un jardín, una meta, un camino. Estar vivos es ya un motivo de alegría. Y la alegría no hay que buscarla fuera, puede estar en casa, expresó Goethe; en el corazón alegre que es como el mejor medicamento, decía sabiamente Salomón. Los científicos también lo afirman: el sistema inmunológico se fortalece en la alegría. 

Con todo, casi cien días han transcurrido de estos tiempos terribles, en los que afirmar la alegría parece un acto heroico. Los tiempos son terribles en efecto, pero existen y por ende la vida, la “alegría de existir”. Antes de pasar al mundo sin tiempo, a la dimensión eterna, antes de volver al polvo; valoremos los días, las horas, los minutos que aún tenemos. “Nada es lo mismo”, pero debemos tener el valor como pide Camus,  de “retener la luz, volver a ella, no ceder más a la noche de los días”.