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Amar o perecer

El ser humano sólo le queda una alternativa: amar o perecer. Teilhard de Chardin

Pocas veces en la historia se ha visto como en este tiempo, una tensión tan fuerte entre las dos grandes energías de lo humano: Eros y Tánatos. Pulsiones de vida y de muerte que nombró y analizó Sigmund Freud, pero ya otros pensadores desde Empédocles habían definido como principios básicos, presentes desde tiempos inmemoriales.  Y nadie está exento, porque ambas pulsiones subyacen en todo ser humano, consciente o inconscientemente. En ese contexto, Eros tiende a unir, construir, crear; mientras que Tánatos tiende a deshacer, destruir. Eros conlleva la fuerza del amor y Tánatos la del odio, la muerte.

Contrario a Freud, Hegel y Heidegger, concibieron la muerte como parte esencial de la vida.  La muerte provoca angustia, pero le da sentido a la vida, provoca amarla más. Amor y muerte. Temas fundamentales, magistralmente expresados a lo largo de la historia, lo mismo por filósofos y literatos: Platón, Epicuro, Shakespeare, Dante, Proust, Sor Juana, Rilke, Hegel, Mann, Camus, Woolf. Los artistas plásticos y los músicos, los creadores todos, han manifestado a través del arte la tensión entre Eros y Tánatos. Qué otra cosa, sino estas pulsiones son expresadas en La Ilíada y la Odisea de Homero, el Réquiem de Mozart, y el Pedro Páramo de Rulfo.

Amar o perecer

Volviendo a Freud, es necesario señalar que en su análisis de las pulsiones, Eros representa el amor, la continuidad de la vida, el erotismo como fuerza irresistible. Es en el momento del encuentro íntimo cuando la vida se manifiesta con enorme poder. Amar es vencer la muerte. Aunque muchos creadores hablen de morir de amor y otros relacionen el éxtasis con la muerte: “Besaré tus labios, quizá quede en ellos un resto de ponzoña para hacerme morir”, dice la enamorada en el clásico. Así pues, Eros y Tánatos pueden ser opuestos y complementarios. Karl Jung, discípulo de Freud, rechazó el carácter puramente sexual de Eros, al señalar que se refiere a la vida misma, a la pulsión creativa, a la capacidad de construir del ser humano. 

Parece complejo. Lo es, pero al mismo tiempo es cotidiano, natural vivir entre ambas pulsiones. Al preguntarle al respecto, mi amiga Susana Perales, psicoanalista con reconocidos estudios en la relación de los mitos griegos con la psique humana, me respondió que en la mirada de Freud, Eros representa el amor, la creatividad, la energía constructiva, mientras que Tánatos puede ser violencia, destrucción, odio. Además señala que en todos los humanos residen ambas fuerzas orientando al ser humano a favor o en contra de los demás, incluso de sí mismo. Porque no sólo en la violencia, el crimen organizado y las guerras se ve la pulsión de muerte, también puede estar en nuestras conductas: fumar, comer en exceso, drogarse, consumar acciones o relaciones dañinas, descuidar el medio ambiente, conlleva ese impulso de morir.

Pienso en la tendencia a la autodestrucción, ahora que padecemos este tiempo de pandemia. Desde las grandes instituciones y corporaciones mundiales viendo más por sus intereses, hasta tanta gente ajena al cuidado de su vida. Personas con y sin necesidad de salir, pero sin cumplir con el mínimo de las normas para contribuir a la salud personal y pública. Émulos de Santo Tomás que ni con las dolorosas muertes cercanas, reconocen el enorme riesgo social. Impulsos sin reflexión que según los especialistas, se generan en personas que a cualquier edad, exhiben un pensamiento adolescente y tienden a evadir la realidad. Personas que no conocen la responsabilidad social, la significativa dimensión de la vida en común.

Por fortuna, como contrapunto de la destrucción, está Eros, quien nos provoca a sublimar las pulsiones de muerte a través del amor, la creatividad, la energía constructiva. Al hacer las cosas que amamos nos llenamos de vitalismo. Porque más allá de las teorías, está la voluntad de cada quien para auto-construirse,  buscar un equilibrio entre las pulsiones que nos habitan. Mitigar el odio con la fuerza del amor. Todos somos responsables de nuestro mundo, del mundo todo. Lo que hacemos cada uno a través del amor o el odio, a través de la concordia o la discordia, redunda en la vida toda.

Amar o perecer, dice Chardin, reconociendo que sólo la fuerza del amor puede salvarnos. Amor a los demás, amor a la tierra, amor a la patria, amor a la vida. Amor al prójimo, como bien nos enseñó el maestro nazareno. La terrible experiencia que estamos viviendo, debe impulsarnos a vivir la vida buena, la que no se compra en las tiendas, la única. Ahora, cuando la pulsión de muerte nos rodea, es imprescindible optar por la pulsión creativa, por la armonía, la solidaridad, el amor. Cada día es una oportunidad. No lo dejemos ir.