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Para ganar la vida, apostar por lo nuestro

Como no me he preocupado de nacer, no me preocupo de morir

Federico García Lorca

Para ganar la vida, apostar por lo nuestro

He vuelto a la lectura de Las mil y una noches. Ante la terrible pandemia global, que va con su guadaña cobrando diariamente miles de víctimas, yo me acompaño con  historias fabulosas, esperando que como el sultán a Scherehezada,  el virus nos perdone la vida.  Lo he sabido siempre: las letras son buena compañía, nos permiten viajar sin movernos, soñar en otros mundos posibles, unirnos en pensamiento y sentimientos. Así leo cada noche y así agradezco al cielo cada amanecer, pero también padezco por los que ya no vieron la luz del nuevo día.

Es la muerte sin duda la mayor pérdida en este contexto. Nada sustituye una vida, nada la repone, nada revive el calor del cuerpo amado. Por más natural, por más inevitable; el adiós duele, la ausencia cala, el vacío atormenta. Todos quienes hemos experimentado la pérdida de un ser querido, sabemos lo que eso significa. “Los difuntos son parte de la vida, no de la muerte”, afirma Arnoldo kraus. Pienso en mi padre, mis abuelos, mis tíos, mis amigos, mis maestros, mis compañeros. Están en mi vida, me acompañan. Son ausencias presentes, fundamentales. Y trato de recordarlos con alegría, con todo lo bueno compartido.

Morir también es ley de vida, dice Drexler en su canción. Dolorosa ley. Por ello ahora andamos con el alma rota, al enterarnos de tanto duelo. Aunque busquemos evadirnos, cambiar de canal, no saber; el aire mismo huele a pandemia. Por ello nos aferramos a la vida e inventamos quehaceres que la celebren. Pero cual si fuera maleficio, la peste vuelve a la mente y a la conversación, se cuela por los resquicios del corazón, nos hiere con noticias de amigos enfermos, con el espejo de una realidad desoladora. Y muchas veces todo esto bloquea nuestra inteligencia, nuestras capacidades, nuestra voluntad. Por pensar en la muerte, dejamos de hacer, de vivir.

Pienso en ello porque no es sólo el miedo a la muerte lo que debe ocuparnos, por supuesto debemos cuidarnos, dolernos con los que padecen, eso no está a discusión; pero debemos también pensar en todo lo que esta pandemia está afectando o puede afectar nuestras vidas. Eso que en las guerras se ha llamado “daños colaterales” y en esta crisis se manifiesta con diversos impactos. No sabemos si sobreviviremos, pero lo cierto es que el  cuerpo y la psique humana ya no serán las mismas después de esto. Los especialistas están detectando graves problemas físicos y mentales colaterales a la pandemia. Y también un aumento en los síntomas y dolores en diversas enfermedades. En los niños epilépticos por ejemplo, los daños del aislamiento se reflejan en crisis más frecuentes y prolongadas. Por desgracia, los daños colaterales de la pandemia pueden ser tantos y en tantos, que todavía no se puede dimensionar el impacto que tendrán en la vida en común. 

El factor económico es uno de los más mencionados. La crisis de salud ha provocado una caída brutal en los ingresos de muchas empresas y personas. El despido de miles de personas, la baja considerable en las remesas, el declive de las finanzas en miles de organizaciones e instituciones, el cierre masivo de empresas grandes, medianas y pequeñas; son un referente de la grave crisis, de la precariedad en la vida de millones de personas en nuestro país y en el mundo.

Nuestras ciudades, como muchas otras, son ya un reflejo de la crisis. La desolación es evidente en nuestras calles. Hace unos días, en una salida a las compras, pude ver con honda tristeza los muchos comercios cerrados, los anuncios de se vende, se renta, se traspasa; carteles que representan la crisis de tantas familias ahora sin trabajo, sin ingresos para lo básico. ¿Ahora cómo vamos a ganarnos la vida?, me preguntó hace unos días María, que trabajaba en un pequeño comercio cerca de casa. Como ella, mucha gente está quedando en la marginación, sin empleo, sin esperanzas.

Nadie puede permanecer indiferente a los problemas de la comunidad. Esto no es  asunto sólo de los gobiernos. Todos lo padecemos. Ahora más que nunca debemos emprender acciones que contribuyan a la sobrevivencia de nuestra localidad. El riesgo es para todos. Porque el desempleo, el hambre, la desesperación; generan inseguridad, violencia, crimen. No se vale permanecer apáticos mientras nuestra gran casa está amenazada. No es justo comprar, festejar y vacacionar lejos cuando aquí el comercio está herido de muerte. Esta ciudad, esta comunidad, nos ha dado y albergado. Es tiempo de regresarle algo apoyando el consumo local, participando en acciones solidarias, así sea por red.

Para ganar la vida en todos sentidos, es indispensable asumir conciencia acerca de nuestra responsabilidad durante y después de la pandemia. No es sólo la idea de la muerte lo que debe ocupar nuestra mente, pensemos también en la vida, la nuestra y la de nuestro prójimo. Pensemos cómo y qué cambiaremos para contribuir al bien común. La muerte llegará tarde o temprano. Pero mientras tanto ganemos la vida.