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‘¡Cucurrucucu no llores!’

«¿Por qué somos intolerantes a la tristeza?»

Hay personas que pueden llorar hasta 110 litros de lágrimas al año y vaya que lo he comprobado a lo largo de tantos años en mi consultorio, con decirles que diariamente reemplazo una caja de pañuelos desechables. Las lágrimas no son señal de debilidad, sino de emotividad. Llorar tiene muchos beneficios, además de ser un antidepresivo natural, he visto como las lágrimas limpian el alma y vaya que yo soy cero cursi. 

Escuchamos hablar mucho de la palabra tolerancia por todos lados y al parecer sólo la podemos encontrar en el diccionario y sin temor a equivocarme, hay algo a lo que somos muy intolerantes: a la tristeza. Tanto a la propia como a la ajena. Imagina que estás platicando con un amigo(a), de algo muy duro que le está sucediendo y de repente le gana la emoción y comienza a llorar con mucho sentimiento. ¿Qué le dirías? 

‘¡Cucurrucucu no llores!’

A) “Desahógate, yo te escucho.” 

B) “Aquí estoy para ti.” 

C) “No llores.”  (esta última respuesta con todo lindo) 

Si eres honesto, es muy probable que hubieras contestado la letra «C»

El problema es que no sabemos qué hacer con las lágrimas y la tristeza de los demás (ni con la nuestra), de hecho, si ves llorar a una persona que no es tan cercana a ti podrías sentir empatía, pero si es alguien muy cercano a tu vida, tu impulso es querer que esa persona no sufra. 

¿Por qué nos sentimos incómodos con la tristeza?

En primer lugar, porque queremos resolver y solucionar la situación de la otra persona. Pensamos muchas veces que cuando nos cuentan un problema es porque están buscando que les des una solución y, muchas veces, lo único que quieren es desahogarse. Necesitas comprender que estar triste no significa ser infeliz. Se puede ser feliz y por momentos sentir tristeza, es parte de la vida. 

Cuando alguien te elige para que tú seas orejita y su kleenex, en verdad te está haciendo un gran regalo. Escucha a esa persona. No tienes que tener la respuesta perfecta, incluso sólo con escuchar estás ayudando como no tienes idea. Tampoco le digas cómo se «debe» sentir. Es innecesario decirle “tienes que ser fuerte” o “no hay mal que por bien no venga.” Te aseguro que no sirve de nada. Sólo escucha y al final dale un abrazo. 

Pocas personas saben lo sanadora que es la tristeza. La vemos como un problema, en lugar de una situación por vivir. Por eso es importante estar en ella y sentirla el tiempo que sea necesario para extraerle el significado y entender el mensaje que trae consigo. Cuando obedeces a la prisa para salir de la tristeza rápidamente, dejas de ver el aprendizaje que había para ti. 

Lo importante es sólo aprender a escuchar, no necesariamente resolver. Cuando una persona habla (y es escuchada), lo que está haciendo es ordenar y acomodar sus ideas, las está poniendo en perspectiva. Lo ideal sería sólo escuchar y al final únicamente abrazar a la persona, pero sí de plano no puedes y te ganan las ganas de decir algo, puedes decir lo siguiente: “Lo lamento mucho. Veo lo que ves e imagino cómo te sientes. Aquí estoy. Te quiero mucho.”

Como te podrás dar cuenta, la incomodidad de la tristeza no radica en ver a alguien llorar sino en la creencia de que tenemos que solucionar la situación. Bien dice el refrán: “Dios nos dio dos oídos para escuchar más y una boca para hablar menos.” #Anótele 

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