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“En sociedad todos llevamos uniforme”

La directora austriaca Jessica Hausner, responsable de una filmografía diversa que se interroga sobre la libertad individual, protagoniza una retrospectiva en el D'A Film Festival, cuya nueva edición se celebra en formato digital

Jessica Hausner.“En sociedad todos llevamos uniforme”

El tiempo lo cambia todo, incluida la manera de interpretar una película. Cuando se estrenó en el último Festival de Cannes, del que se marchó con un premio a la mejor actriz, Little Joe fue entendida como una diatriba encubierta contra el dogma de la felicidad obligatoria, una parábola lacaniana sobre el amor maternofilial o una advertencia sobre los peligros que conlleva el deseo de controlar la naturaleza. Las lecturas fueron múltiples, como lo son sus subtextos, pero todas se referían a una alegoría más o menos inscrita en la ciencia-ficción. Revisar en el cataclismo actual este cuento de horror botánico, protagonizado por una planta sintética creada a partir de un virus mutante con efectos patógenos en el organismo humano —salvo si todo es fruto de una alucinación colectiva—, dota a la película de un insospechado realismo. No solo porque sus intérpretes luzcan mascarillas y se laven las manos a conciencia, sino también por describir un mundo dominado por un sentimiento tan desagradable como la incertidumbre.

“Tan pronto como llega una crisis, surgen teorías de la conspiración y deja de estar claro qué es verdad y qué no. Es un sentimiento que está en el centro de mi película. Describo una situación para la que los científicos no tienen respuesta”, responde Jessica Hausner (Viena, 1972). La directora austriaca es objeto de una retrospectiva en el D’A Film Festival, el certamen barcelonés de cine de autor que este año se celebra en versión digital a través de Filmin, donde arrancará el próximo jueves. La plataforma también estrenará en España Little Joe, que estará disponible durante dos días a partir del 3 de mayo.

Desde su debut con Lovely Rita (2000), retrato de una adolescente parricida que surgió en las postrimerías del Dogma 95 (y que ha envejecido bastante mal, como casi todo lo que hicieron sus hijos no deseados), la trayectoria de Hausner ha dibujado una línea ascendente en enjundia y vigor narrativo. Pero también fluctuante, incapaz de ceñirse a un único registro o de obedecer a las reglas de un solo género, a diferencia de la mayoría de directores europeos de su desconsolada quinta (Yorgos Lanthimos, Ruben Östlund, Joachim Trier). Eso explica que haya firmado proyectos tan diversos como un thriller lyn­chiano como Hotel (2004), un drama afrancesado sobre los milagros como Lourdes (2009) o una biografía sui generis de Kleist, partidario de la liberación por el suicidio (¡fiesta!), como Amour fou (2014). “No pienso en el género al que pertenece cada película, ni tampoco en el tiempo en que transcurre. No creo en las películas que aspiran a retratar un momento o un lugar determinados. Es más honesto decir que cada película representa su propia realidad. Por eso, en todos mis proyectos siempre hay algo que grita: ¡esto es falso!”, explica la directora, hija del pintor Rudolf Hausner y script de Michael Haneke en Funny Games, aunque se niegue a ponerse en una cola de predecesores misántropos y austrohúngaros en la que podrían figurar Thomas Bernhard o Elfriede Jelinek. “No soy fan de ellos. Siempre me sentí más cercana a Buñuel o a Tati”, asegura. Su referente absoluto es Maya Deren, cineasta de vanguardia en el Nueva York de los cuarenta: en Little Joe toma prestada la música de su compositor (y esposo), el japonés Teiji Ito, cuyos tambores taiko logran infundir un terror instantáneo.

"Me interesa es lo que el miedo hace a las personas. Voy al centro comercial con sudores provocados por el temor y gritándole a mi hijo que no toque nada, como una actriz en una serie B"

El cine sin mácula de Hausner puede parecer obra de una mente gélida. “No creo que mis películas sean frías. Al revés, están guiadas por el anhelo y el impulso emocional de transmitir un pensamiento”, desestima Hausner, sin despejar del todo la duda. La directora observa al microscopio la norma social y describe a personajes que obedecen a lo que se espera de ellos, hasta que algo los obliga a revisar sus certezas. “Ese es el tema que me obsesiona: cómo cada ser humano trata de cumplir su papel dentro de la sociedad. Por eso mis personajes suelen vestir uniformes. En sociedad todos llevamos uniforme, todos tenemos un rol al que amoldarnos. ¿En qué puede convertirse un individuo cuando se ve obligado a adaptarse a ese papel?”. No es casualidad que todas sus protagonistas sean mujeres: el margen para inventarse a sí mismas es todavía más estrecho.

Durante el confinamiento, su vida no ha cambiado demasiado. Sigue yendo al despacho de la productora que fundó a los veintipocos, donde trabaja en su próximo proyecto, Club Zero, otra fábula retorcida sobre una profesora de nutrición y sus alumnos, que se inspirará en El flautista de Hamelín. “Lo que más me interesa de lo que estamos viviendo es lo que el miedo hace a las personas. El aspecto más interesante es la virtualidad de la enfermedad y el desarrollo de un temor que es muy abstracto. 



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