Editoriales > EL JARDÍN DE LA LIBERTAD

Respirar

Respirar es la conexión vital con la fuente de la vida y la belleza del mundo. Jay Woodman

Trato de contarlas mientras escribo, pero no puedo. Dicen que hacemos de 12 a 20 por minuto, dependiendo la edad y otros factores. Un recién nacido por ejemplo realiza de 30 a 40 y una persona mayor de 65 años, de 12 a 28 cada minuto. No acostumbramos contarla y mucho menos valorarla, pero sin practicarla, podemos morir en un instante. Es la respiración, ese proceso biológico complejo por medio del cual inspiramos y espiramos el aire con nuestros pulmones, pero no se limita al sistema respiratorio, porque involucra a diversos órganos del cuerpo.

La respiración es un fascinante proceso de transformación de energía. Entre más leo al respecto más me maravillo. Deténgase un poco a pensar en el vital proceso de respirar. Piense como entra el aire a través de su nariz, luego viaja a la tráquea, pasa por los bronquios para llegar a los alvéolos donde se realiza el intercambio de oxígeno. Este pasa a través de los alvéolos y luego se adhiere a los glóbulos rojos  corriendo por el torrente sanguíneo hasta el corazón, que envía la sangre oxigenada a todas las células del cuerpo para después bombear de nuevo a los pulmones que la eliminan mediante la espiración. 

Respirar

¿Suena complicado verdad? Y sólo es una síntesis del milagro que ocurre cada instante en nuestro cuerpo sin apenas darnos cuenta. Entre cinco y seis litros de aire por minuto inspiramos y espiramos los humanos en 21mil respiraciones cada día. Así pues, mientras hacemos todas nuestras actividades cotidianas, incluso mientras dormimos, seguimos respirando, ejerciendo la función que sostiene la vida. “Si no respiramos bien, falla todo lo demás”, dice el neumólogo  Eusebi Chiner: “la respiración es la base de que todo vaya bien en nuestro cuerpo, pues el oxígeno asegura la actividad cerebral, así como el funcionamiento del sistema nervioso, las glándulas, los músculos y los órganos”. 

Se dice que podemos estar hasta siete días sin comer, tres a cinco días sin tomar agua, pero sin respirar, en dos o tres minutos morimos. En esa dimensión la importancia de la respiración y todo lo que conlleva. Y no sólo se trata de respirar, sino de hacerlo bien. Porque se afirma que la mayoría lo hacemos mal, usando sólo el 30% de nuestra capacidad respiratoria, lo que provoca estrés, ansiedad, dolores de cabeza, de espalda, tensión muscular y falta de estabilidad. Problemas que a la larga devienen en enfermedades físicas y psíquicas cada vez más frecuentes. Por ello se habla tanto de “aprender a respirar bien”, tomar conciencia del proceso, centrarse en la respiración como herramienta para conectar con nuestras emociones y manejar el temible estrés, algo muy presente en estos días de pandemia.

Y luego están los males relacionados con el proceso respiratorio. La contaminación ambiental por ejemplo que ha provocado terribles enfermedades, diversos tipos de cáncer incluidos.  Los árboles que sumados en selvas y bosques son el pulmón del planeta, se pierden cada día en grandes masas. Además el tabaquismo cobrando su cuota con millones de vidas perdidas al año en el mundo. Y por si fuera poco, ahora llegó el coronavirus que entre sus más graves síntomas presenta dificultad para respirar, sensación de falta de aire y después se puede convertir en un ahogo infernal que requiere respirador artificial. Los testimonios de quienes han padecido la intubación, son escalofriantes: “volver a respirar naturalmente después de estar intubados es volver a la vida”. 

Mientras escribo acerca del prodigio de la respiración, viene a mi mente la frase de un hombre suplicando clemencia a otro: “no puedo respirar”, dijo George Floyd, un afroamericano de 46 años hace días en Minneapolis. “Por favor, no puedo respirar”, repitió mientras la gruesa rodilla de un policía presionaba con fuerza su cuello ante la inconcebible pasividad de los ahí presentes. George clamó llamando a su madre, antes de perder el sentido y ser llevado al hospital donde fue declarado muerto. El doloroso acontecimiento viene a recordarnos que hay peores pestes, el racismo entre ellas, un mal que ha cobrado ya demasiadas víctimas durante siglos y ahora mismo está provocando un incendio social en el país vecino.

Nadie nace odiando a otro por su color de piel, su origen o su creencia, decía bien Mandela. El odio se hace, se multiplica y causa peores daños que cualquier virus. El racismo, el clasismo, el desprecio al diferente, al que no piensa igual; están presentes y no sólo en el país vecino, también en el nuestro, en todo el mundo. No podemos permanecer indiferentes. Es necesario asumir conciencia para desarrollar una respiración profunda que nos ayude a liberar nuestra angustia, pero también para contribuir a la armonía social. George Floyd dejó de respirar por el odio de una mente racista. Como la pandemia del coronavirus, las crisis ocasionadas por el racismo, son una llamada de atención para todos. Nuestro mundo cambió. Ojalá aprendamos la lección. Por nuestros niños. Para que ellos respiren mejor.