Editoriales > EL JARDÍN DE LA LIBERTAD

Mamás en tiempos de pandemia

Para todas las madres, hoy y siempre

No hay amor como el de madre. Lo confirmo ahora, en estos días difíciles, cuando escucho todos los días la voz de mi madre en el teléfono preguntando por toda la familia. Así era su madre, así todas las madres. Muchas cosas han pasado desde que mi abuela dio vida a mi madre. Transcurría la Posrevolución en México y para mi abuela Paula, que había sufrido de niña los estragos de la lucha armada, fue también difícil la crianza, entre otras cosas por las amenazas constantes de graves epidemias y enfermedades. Sin antibióticos ni vacunas, era muy complicado para las madres mantener la sobrevivencia de su prole. Hasta un devastador ciclón obligó a mi abuela a construir una pequeña balsa para salvar la vida de mi madre.

Mucha agua ha pasado sobre los puentes desde entonces. Mi madre creció, tuvo hijas que a su vez tuvimos hijos, que también tienen hijos y así la cadena de la vida y el amor han seguido su curso en mi familia que al crecer se ha enlazado con otras familias. Se escribe rápido pero nada de lo construido existiera sin los afanes de tantas mujeres. Mis abuelas murieron, dejando memorias vivas de una semilla que sigue gestando la esperanza. Cosecha de alegrías y tristezas, celebración y pérdida, bienvenidas y despedidas, como sucede inevitablemente en todas las familias.

Mamás en tiempos de pandemia

El mundo ha cambiado, pero el amor de las madres permanece, aun cuando ya no estén. Porque la relación con la madre es sin duda la más compleja y definitiva en el ser humano. Desde el vientre materno todo lo que sucede influye en ambas vidas. Ya lo decía Freud hace muchos años: los meses de gestación tienen efecto en la sicología de la persona. Los estudios más recientes lo han demostrado. Así de fuerte. Después viene el nacimiento y en la primera mirada con la madre el ser vivo se convierte en humano. En ese encuentro fundamental florece el vínculo más entrañable. Y luego el amoroso proceso de la crianza, ese gota a gota cotidiano en el que las madres se entregan sin condiciones. 

Piense usted ahora en su madre, presente o ausente y en su ser madre si tiene hijos y se dará cuenta que ese vínculo de amor es a prueba de toda pandemia. Un lazo que se manifiesta todos los días y trascenderá nuestro tiempo vital. El gusto por las flores de mi abuela que a través de mi madre sigue viviendo en mí y que ahora busco trasmitir a las hijas de mis hijas. Esa relación íntima que hunde sus raíces en la geometría mental de todo ser humano. ¿Cuántas veces nos hemos sorprendido haciendo cosas a la manera de nuestra madre? ¿Cuántos olores, colores y sabores son parte de nuestra memoria maternal?

Por desgracia, el mundo que habitamos nos somete a sus dictados y nos olvidamos que lo que verdaderamente vale no se compra ni se vende. A este mundo le han sobrado violencia y frivolidades y le han faltado buenos sentimientos. Nos faltaba detenernos y mirarnos, nos faltaba abrazarnos, nos faltaba escuchar y dialogar. Y mire usted, ahora aunque quisiéramos no podemos hacer muchas cosas. Con todo, esta crisis debe ser el momento para volver a lo esencial. El valor y los valores que nos enlazan a todos como iguales, hijos todos de madre. 

Celebrar el privilegio de la maternidad pensando lo mucho que podemos contribuir  a una sociedad colmada de egoísmo, corrupción y violencia. La madre es la trasmisora de valores por excelencia. Es muy difícil que alguien que ha vivido con amor, respeto, honestidad, diálogo y justicia, se convierta en delincuente. Ser madre implica una responsabilidad enorme. Enseñar la solidaridad, pero también la búsqueda de soluciones a los problemas comunes. Desde el momento que una madre cruza la primera mirada con su hijo, contribuye a su formación, pero también a humanizar el mundo. 

Así de grande es el desafío. No podemos perder tiempo en banalidades cuando la peste nos amenaza. Si las madres, como dadoras de vida, trabajamos unidas en su defensa, este mundo será otro. No nos podemos quejar sino participamos en la construcción de una sociedad armónica. Debemos reconocer que la mejor red no es la que atrapa sino la que sostiene con amor. Amor por la familia, pero también por la comunidad, por la patria, por la madre tierra que es origen de vida. 

En tiempos de pandemia, las madres y las hijas tenemos la mejor herramienta: el amor. No hay amor como el de madre. Desde mi corazón agradezco la fuerte red de mujeres que ha sustentado mi vida: abuelas, madre, suegra, hermanas, cuñadas, hijas, nietas, amigas, compañeras, colaboradoras, alumnas… Sin mujeres no habría vida. 

¡Felicidades a todas las mamás!