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Entre el dolor y el amor

Una palabra nos libera de todo el peso y el dolor de la vida: esa palabra es el amor. Sófocles

En la conocida canción de Joaquín Sabina, la vida pasa por la calle como un huracán. Por el contrario, en nuestro abril de pandemia, la vida pasa en casa, distinto, despacio y cada uno de nosotros lo vamos viviendo de acuerdo a nuestra circunstancia. Quién te ha robado el mes de abril, preguntaron hace unos días y me quedé pensando, pues con todo lo que hemos padecido en este tiempo inédito, reconozco que esto también es la vida. No sólo lo que se gana, sino también lo que se pierde, lo que se extraña, lo que duele.

Los sabios griegos decían que el dolor y el placer eran los más grandes maestros de la vida. Nadie escapa a sus lecciones. Ahora mismo, estamos inmersos en una circunstancia dolorosa en muchos sentidos, pero también de mucho aprendizaje. Nos duelen las víctimas, nos duele la separación de nuestra gente amada, nos duelen las ciudades vacías, los hospitales saturados, las desgracias económicas, las pérdidas, entre otras muchas cosas. Un duelo colectivo al que no podemos renunciar porque es parte de nuestra realidad. Es necesario vivir la tormenta, transitar ese dolor porque somos humanos y sentimos.

Entre el dolor y el amor

Porque esto también es la vida. Y perdemos más huyendo del dolor que asumiéndolo. El dolor es una experiencia universal, señala el reconocido médico humanista Arnoldo Kraus. Todos hemos sido alumnos en la “escuela del dolor”. Nunca como ahora lo confirmamos. Esa aguda punzada que me despierta en medio de la noche pensando en mi familia, extrañando a mi madre que está lejos. O la angustia de ver a mi hijo partir al trabajo sabiendo que el virus puede estar en cualquier parte y la opresión en el pecho al saber la desesperación de los desempleados y al escuchar multiplicadas las cifras de la muerte en las pantallas. Eso y más me duele, mi ciudad sin agua y convertida en el epicentro estatal del contagio. Todo eso nos duele  y ese dolor es un lazo profundamente humano, una posibilidad de acercamiento, de solidaridad en medio de la catástrofe.

Entre el dolor y la nada, elijo el dolor, dijo magistralmente el Nobel William Faulkner, porque no sentir nada es como estar muerto. Pienso en ello cuando escucho ahora a esos nuevos gurús recomendando huir del dolor y dejar que sólo fluya la alegría, el gozo, el bienestar. Con todo respeto para ellos y para quienes les crean, pero eso me parece de otro mundo. Una cosa es trascender el dolor y otra huir del dolor. La pandemia existe y está provocando heridas profundas, no sólo en el cuerpo, sino también en la psique de las personas. Más cuando escuchamos que el futuro se anuncia  peor todavía. En este contexto, no es ningún pecado sentir angustia, padecer desasosiego; el reto es cómo sobrellevar  ese dolor, cómo hacer que este padecer nos transforme para bien. Y nadie dice que sea fácil. No le creo a quienes dan recetas infalibles. Cada quien las vamos buscando día con día a través de diversas herramientas.

Porque hay algo más poderoso que el dolor y es el amor. Esa fuerza extraordinaria que lo transforma todo. Para ilustrarlo recuerdo la historia de otro Nobel de literatura. Kenzaburo Oe, quien padeció el profundo dolor de ver nacer a un hijo con hidrocefalia severa y a quien habría que operar para extirparle un tumor enorme. El escritor se derrumbó pues la operación no auguraba nada bueno y los médicos sugerían la muerte. Viajó a Hiroshima y al palpar el dolor de otros, regresó decidido a apoyar a su esposa, quien había elegido arriesgar. Después de la operación el niño vivió pero sin hablar, sin comunicarse, sin parecer interesarse por nada. Hasta que un día el canto de un pájaro hace el milagro al revelar lo que al niño le apasiona. Desde ese momento, la música “abre el alma” del pequeño silencioso. Hoy es un compositor con gran reconocimiento. Ante la posibilidad de la muerte, sus padres eligieron el amor. 

Sólo el amor puede vencer al dolor. Y cuando digo amor lo incluyo todo. A las personas, a la tierra, a la patria, a lo que haces, amor a la vida. Lo vemos ahora, con tantos nonagenarios que aun en su vejez y soledad, vencieron al coronavirus por puro amor a la vida. En medio del dolor de un mundo enfermo, optemos por el amor. Sólo así encontraremos sentido a esta crisis histórica. Mientras escribo, recuerdo que esta semana  es Día del niño y pienso en los niños de mi vida, portadores del más incondicional amor. Ahora sólo los veo de lejos, pero su amor siempre está cerca. Para ellos y para todos los niños van mis mejores deseos para que nada les robe sus abriles, para que encuentren, como Hikari Kenzaburo, ese pájaro que les revele lo esencial.  Para que aprendan a vencer el dolor con el amor.