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De virus, verdades y certezas

Por mi parte, yo no sé nada con ninguna certeza, pero la visión de las estrellas me hace soñar. Vicent Van Gogh

Nunca como ahora he sentido la verdad tan lejana. Y vaya que es un tema complejo. Los historiadores siempre nos debatimos buscándola, pero no es cosa sencilla. Porque todo cambia, todo está en movimiento y lo que alguna vez fue verdad, puede terminar siendo cuestionado, incómodo. ¿Quién tiene la verdad? ¿Quién es el dueño? Nadie y todos, porque cada quien va construyendo la propia. Pero no es lo mismo la pequeña verdad que cada quien se dice, a la Verdad con mayúsculas, la considerada como un bien colectivo, un derecho fundamental.

Y si de por sí, la verdad siempre parece esconderse, ahora es más difusa. Nadie  la encuentra en medio de una pandemia global donde todo parece incierto. En tiempo de la “posverdad” y las “fakes news”, un virus minúsculo llegó para recordarnos que estamos hechos de incertidumbre. Y eso puso al mundo de cabeza. Basta ver las redes sociales para ver la cantidad de personas defendiendo sus verdades como únicas. En el tema médico, donde ahora abundan los “expertos”, pero también en el espiritual, el mental, el social. Un caos donde muchos opinan pero reina la mentira.

De virus, verdades y certezas

Lo cierto es que este virus nos descolocó a todos y a nuestra idea de verdad pues cada día las cosas cambian y ni siquiera los científicos tienen certezas para declarar la cura, establecer estrategias probadas y certificar las estadísticas. Ningún gobierno, por poderoso, ha encontrado la llave de la cura por ahora. Y aunque hay países con mejores resultados y otros con  desoladores indicadores, en todas partes hay pérdidas y cada vida cuenta, cada muerte, cada nombre representa sueños cancelados, esperanzas derrotadas. La impresionante portada del New York Times este domingo con los nombres de mil, de los casi 100 mil fallecidos en el vecino país, nos hablan de un periodismo sensible, que en tiempos de incertidumbre, pone el énfasis en lo que verdaderamente vale y duele. Los muertos no son sólo números, son pérdidas humanas, sean cien o cien mil.

Por fortuna, en nuestro país no hemos tenido las imágenes dantescas de entierros en fosas para miles de fallecidos como en el poderoso país vecino. No todavía. Y esperamos por el bien de todos que nunca suceda. Porque pese a enfrentar a un virus desconocido, el trabajo de los científicos, los médicos y el personal sanitario ha sido admirable. Aunque aquí nadie sale para aplaudirles a ninguna hora, y hay gente que hasta les agrede. Es difícil habitar un mundo en caos. Pero no por eso debemos dejar de reconocer el trabajo, ni caer en agravios ni falsedades. Porque una cosa es la incertidumbre y otra la infodemia, la inquina. Es muy lamentable ver cómo algunos han caído en la oferta de la desgracia.           

Respecto al virus, no tenemos la verdad absoluta, pero tenemos mente y corazón para dolernos, para pensarnos, para unirnos en la búsqueda de esperanza ante la catástrofe. Cada uno desde nuestro pequeño espacio, podemos construir certezas a través de acciones. Ahora mismo, imagino a todos esos propietarios, empleados y emprendedores de proyectos y comercios en nuestras ciudades que se esfuerzan por sacar adelante su fuente de trabajo. Cada uno de ellos es parte de una cadena de vida que nos sustenta a todos, por eso es tan importante ayudarles, ayudarnos. Porque esta crisis no sólo es de salud, también está hiriendo de muerte la economía y necesitamos reafirmar con urgencia los eslabones de cooperación y solidaridad para no terminar en un grave problema social, porque el hambre provoca más violencia, más delincuencia.

Nos necesitamos unos a otros más que nunca. Esa es nuestra certeza. No podemos permitir que nos pase lo que sucedió con la gripe española cuando ya confiados, salieron y murieron millones en otra oleada. Debemos seguir cuidándonos. Unirnos para que nuestros niños sigan sonriendo, para que nuestros jóvenes recuperen sus sueños, sus proyectos cancelados. Contribuir para que nuestros mayores, los portadores de la memoria y la sabiduría, reciban amor, reconocimiento y respeto. Acompañar a quienes han perdido a sus seres amados. Trabajar todos juntos para enfrentar la peor crisis que nos ha tocado vivir. 

Mientras escribo, me llega una nota conmovedora relatando la experiencia de un hombre de 37 años, afectado gravemente por el Covid, quien logró salir de la crisis hospitalaria con apoyo de los médicos y enfermeras, pero especialmente fortalecido por la lectura de las cartas que su esposa y su madre le escribían al hospital en Ecatepec: “Bizcocho, espero que estés teniendo pensamientos positivos y estés dando la batalla. No olvides que habemos muchas personas orando por ti. Los niños te mandan besos y abrazos”. Jaime ganó la batalla. El amor fue su verdad.

La verdad os hará libres, dijo el Nazareno. En medio de la incertidumbre, no olvidemos la promesa.