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No hay más

Aferrados a los privilegios que les permitieron ser punta de la pirámide económica, los grupos beneficiados por el modelo neoliberal no entienden que la jauja terminó; que ya no hay más de dónde agarrar y que, como antes pidieron a las mayorías de este país apretarse el cinturón para poder sobrevivir con un salario de 88 pesos diarios, ha llegado el momento en que hagan lo mismo. Pueden resistirse; pero, ya no hay más.

El último informe de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos concluyó hace poco que la economía mundial crecería un 3,5 por ciento en 2019, abajo del 3,7 por ciento que creció este año; pero, además sentenció que: “el crecimiento global ha alcanzado su punto máximo”, y que la situación actual es la mejor que puede haber antes de la siguiente pausa o recesión. Eso ya se sabia desde mediados del siglo pasado luego del Debate sobre el Crecimiento, promovido por el Club de Roma.

No hay más

Pero, lo más preocupante es que la desaceleración moderada también tiene el potencial de intensificar la sensación general de agravio que irrita a muchas naciones. En una era de lamentos por la injusticia económica y con el avance de movimientos políticos que tachan de amenaza a los inmigrantes, es probable que un crecimiento más débil estimule mayor conflicto. Más si persiste el desempleo y los bajos salarios.

La Conferencia de las Naciones Unidas Sobre Comercio y Desarrollo, en su informe del 2018, señala que: “Ha sido una desgracia que la revolución digital tuviera lugar en una época neoliberal. Durante los cuatro últimos decenios, una combinación de astucia financiera, poder empresarial incontrolado y austeridad económica impuesta ha hecho trizas el contrato social al que se llegó después de la Segunda Guerra Mundial y lo ha sustituido por una serie diferente de reglas, normas y políticas, a nivel nacional, regional e internacional. Esto ha permitido al capital —tangible o intangible, a corto o largo plazo, industrial o financiero (político, habría que agregar)— eludir la supervisión reguladora, aprovechar nuevas oportunidades de lucro y restringir la influencia de los responsables políticos sobre la manera de hacer negocios”. Puro abuso y corrupción.

Es por ello que, quienes ya fregaron, deben aceptar calladamente las medidas que se proponen para mantener la barca a flote e impedir que se hunda, como ya aconteció luego de la terrible corrupción y la irresponsabilidad de los gobiernos que fueron el preámbulo del neoliberalismo. “Medidas dolorosas; pero, necesarias”, dijo Miguel de la Madrid cuando inició el proceso de privatización de la riqueza nacional. Medicina amarga; pero, imprescindible, habría que decir a quien defienden sus prerrogativas.

En el mismo informe se señala que: “Mark Twain criticó una “Edad dorada” (Gilded Age) de una riqueza privada obscena, una corrupción política endémica y una miseria social muy extendida; y, de manera parecida a los grandes magnates digitales de hoy en día, los empresarios de los ferrocarriles de antaño eran maestros en la manipulación de innovaciones financieras, técnicas de fijación de precios y conexiones políticas que multiplicaban sus beneficios mientras perjudicaban a las empresas rivales y a la ciudadanía en general.

No hay forma alguna de negar que el triangulo perverso de corrupción oficial en todos los niveles, aunada a las medidas de austeridad a rajatabla y un rentismo empresarial descontrolado han intensificado la desigualdad y dañado el tejido social y político. Y, en ese sentido, el único camino es la rectificación de los yerros perpetrados al amparo de la complicidad y la más absoluta impunidad; porque, o sobreviven todos, o no sobrevive nadie y los que han aprendido a comer sin manteca, tienen mayores posibilidades.