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La cruda realidad

Los profesionistas, no obstante su elevado grado de preparación, se identifican más con la élite plutocrática que con las mayorías de clase media y baja

Sorprendente resultó el artículo que publicó ayer en el New York Times la doctora en Gobierno por la Universidad de Harvard, donde fue galardonada, Viri Ríos, en el que hace una prolija disección de la clase empresarial mexicana, que se siente cerca de los grandes potentados que fueron los dueños del país, quienes los utilizan para hacer el caldo gordo y presionar ‘sectorialmente’ al gobierno para cumplir o no cumplir con sus obligaciones, especialmente las fiscales, y, en cambio pedir apoyos y privilegios.

No deja títere con cabeza y llama a cada quien por su nombre, como el caso del Consejo Coordinador Empresarial: “uno de los más grandes conglomerados de empresarios de México, informalmente favorece la representación de las grandes empresas en su agenda política, y si bien suele hablar del pequeño empresario, no abandera una agenda de cambio estructural que realmente pueda cerrar la brecha de la desigualdad entre los empresarios”. Que se vale de los chicos para servir a los grandes.

La cruda realidad

Desde luego, el sector empresarial no es el único que ha perdido la brújula en la soterrada lucha de clases que ha venido a beneficiar a los grandes capitales. Los profesionistas, no obstante su elevado grado de preparación, se identifican más con la élite plutocrática que con las mayorías de clase media y baja. En ese sentido, también están en contra de las acciones de gobierno que tienden a establecer un estado de derecho en el que todos cumplan cabalmente con sus obligaciones y disfruten sus derechos.

La observación de la Dra. Ríos no es nueva, pues bien se sabe que una persona que ha logrado reunir un millón de dólares está más cerca, muchísimo más, del que no tiene un peso, que de los poquísimos multimillonarios que ganan más de cinco mil millones de dólares por año (alguno se embuchacó 23 mil millones de dólares en doce meses); pero, se siente más identificado con los últimos que con los otros. Con ello, hace camarilla y les aporta el sentido de una comunidad que requiere y demanda privilegios.

El sector empresarial mexicano, igual que el resto de las agrupaciones que reclaman que se les guise aparte, con la confusión de identidades y la ilusión de llegar a las alturas, están perdiendo la ocasión de fortalecerse y entablar un diálogo efectivo, realista y fructífero con el gobierno y sus instituciones, para, entonces sí, tener acceso a los programas de fomento empresarial, con crédito blando y apoyo fiscal.

Hasta fechas muy recientes, los organismos empresariales demandaban beneficios varios utilizando los abultados padrones de socios. Quizá el más socorrido sea el de las condonaciones fiscales, que el fisco dejaba pasar con el pretexto de apoyar a pequeños y medianos industriales, comerciante y prestadores de servicios, los cuales dejaban de pagar diez o quince mil pesos de contribuciones: pero, detrás de ellos estaban los grandes tiburones que se ahorraban de tres a cinco mil millones de pesos. Hubo unos que no pagaron impuestos en 10 años consecutivos. Era un abuso y seguían presionando a Hacienda.

Viri llega al meollo del asunto cuando afirma: “Pero ni López Obrador ni las grandes empresas están en lo correcto. Necesitamos un gobierno mexicano más estratégico y menos ideológicamente infantil. Uno que se dé cuenta de que representar a la gran mayoría de los empresarios es compatible con su meta de poner a los pobres primero por el simple hecho de que la gran mayoría de los empresarios en México son pobres. Y, por el otro lado, las organizaciones empresariales también han alimentado la falta de conciencia de clase entre sus integrantes, en parte porque quienes toman decisiones políticas son casi siempre empresarios acaudalados”. Una apreciación que va más allá de la crítica amarga y machacona.

Al inicio de su artículo expresa: “Los empresarios mexicanos creen que son la ‘élite económica’, pero es una aspiración más que una realidad: la mayoría de ellos son parte de la clase media o baja. Para pertenecer al uno por ciento de los hogares más ricos de este país, necesitarían tener ingresos promedio de al menos 872.000 pesos mensuales (esto sin siquiera incluir en el cálculo a los hogares ultraricos).

Dado que la mayoría de los hombres de negocios huehuenches se suman al ratón en calidad de cola, es difícil que se ocupen de leer lo que de ellos piensa la prensa extranjera; no así los magnates que están pendientes de todo lo que pueda afectar su posición de mayorazgo; por ello, es difícil que cale hondo y los lleve a cultivar una consciencia de clase que les permita una auténtica representatividad ante la autoridad, que puede traducirse en diálogo de avenimiento para jalar la carretera en el mismo sentido, atendiendo a la cruda realidad.