Experiencia y suerte, dos ingredientes para la política

Desde el inicio de su campaña el mensaje fue "unidad y la reconciliación". Es decir, reparar lo roto, lo dañado, aquello que todavía tiene remedio

Mucho se ha hablado de que en la política deben converger tanto la suerte como la oportunidad. Tanto la diosa fortuna (decía Maquiavelo) como la capacidad de saber cuándo es tiempo. Ambos son ingredientes necesarios del quehacer de un buen político. Un político es tanto víctima como dueño del tiempo. Esto lo ha demostrado Joe Biden en las últimas elecciones. Un candidato que le gana al avaro contrincante quien, aparentemente, tenía todas las coordenadas a su favor y que, sin embargo, en la elección con el mayor número de votantes en toda la historia de EU, pierde siendo más "popular", siendo más "joven", siendo más "carismático". No era la primera vez que Biden contendía por la presidencia de su país, sin embargo, en esta ocasión supo manejar los tiempos y las oportunidades, supo mover sus piezas y llevarle pasos de ventaja al otro candidato. 

Un político sin el oído y sin el olfato suficiente como para prever situaciones o circunstancias es un político perdido; sin futuro; un político torpe. También lo es un político procrastinador; el tiempo y la capacidad de decidir son indispensables para lograr la tarea y en eso supo concentrarse Biden para derrotar a un contrincante caprichoso y sin sentido del tiempo preciso.

Experiencia y suerte, dos ingredientes para la política

Al contrario de lo que los politólogos dicen, para el político no es suficiente saber dónde están las piezas puestas, es necesario, saber dónde estarán. Muchos han equiparado a la política con el arte de andar en bicicleta, es decir, con el equilibrio y la visión. Efectivamente ambas son fundamentales, pero el arte de la política se dibuja mejor con la difícil tarea de jugar al ajedrez mientras se anda en bicicleta: visión, equilibrio y estrategia.

Desde el inicio de su campaña el mensaje fue "unidad y la reconciliación".  Es decir, reparar lo roto, lo dañado, aquello que todavía tiene remedio. 

Los hombres de poder como lo ha sido Joe Biden, desarrollan una preferencia por lo explícito, por la acción sin demasiadas palabras o quizá con palabras precisas. En eso radica la diferencia, con el resto. Ellos saben que para ingresar en la política se tiene que abandonar por completo su ritmo y su perspectiva y tienen que aprender a trotar y a ver el camino como partícipes y no como espectadores. Tienen que dejar de reflexionar por dónde deberían ir sus pies, y comenzar a ver por dónde van. Tienen que prestar atención a lo que pisan y a lo que han dejado de pisar.

Ahí juega un papel dominante la experiencia y la historia personal; factores que han forjado sin duda al nuevo presidente electo de los EU. 

La política exige marchar al ritmo de un tamborileo rápido e inflexible, casi atormentador, que le impone al político situaciones en las que debe anteponerse, resistirse a las emociones y a los intereses personales y saber sobreponer los intereses generales. El político sabe que si se equivoca no hay remedio y, por ello, no puede decidir siempre lo que le gustaría, sino lo que puede y debe.

Tres cosas derrotaron a Trump en estas elecciones: la experiencia de un político que ha recorrido los caminos del poder con olfato y sabiduría, la templanza de un hombre que la supo forjar desde su biografía y la capacidad de decisión sensata y de palabra explícita; su capacidad de reconciliar y no de separar; de unir y no de dividir.

En breve: lo que derrotó a Trump, fue el talante democrático de un político con experiencia.