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El árbol que da moras

José Ingenieros, médico, filósofo y escritor argentino, tuvo una gran influencia en los jóvenes del siglo XX; sobre todo con su libro, El hombre mediocre, en que pontificaba: “Cuando pones la proa visionaria hacia una estrella y tiendes el ala hacia tal excelsitud inasible, afanoso de perfección y rebelde a la mediocridad, llevas en ti el resorte misterioso de un Ideal. Es ascua sagrada, capaz de templarte para grandes acciones”.

Más adelante recomendaba con vehemencia: “Custódiala; si la dejas apagar no se reenciende jamás. Y si ella muere en ti, quedas inerte: fría bazofia humana. Solo vives por esa partícula de ensueño que te sobrepone a lo real. Ella es el lis de tu blasón; el penacho de tu temperamento”. A lo largo del texto se explaya y explica la importancia del ideal como el ímpetu que mueve al ser humano en su incursión por este planeta.

El árbol que da moras

Escrita en 1913, durante el despertar social que dio lugar a las revoluciones mexicana y rusa y gran impulso a lo que actualmente se llamaría eufemísticamente ‘populismo’, que no es otra que la búsqueda legítima de la justicia social, traducida en la adecuada distribución de los bienes que genera el trabajo del hombre, causó gran impacto entre la juventud estudiosa, que de inmediato se identificó, como antes hizo con José Martí.

De destacarse es que este autor que dio a la imprenta 20 volúmenes de medicina, sicología, sociología y filosofía, creara una de las obras más originales de su tiempo, quizá sólo comparable a: Proposiciones relativas al porvenir de la filosofía, publicada en 1918, en la que sostiene que es posible reconocer, en toda forma de experiencia, un residuo experiencial que es cognoscible, aunque no tenga un carácter trascendental.

Ya en el apartado II de El Hombre mediocre, se refiere a ‘De un idealismo fundado en la experiencia’, y señala que: “Los filósofos del porvenir, para aproximarse a formas de expresión cada vez menos inexactas, dejarán a los poetas el hermoso privilegio del lenguaje figurado; y los sistemas futuros, desprendiéndose de añejos residuos místicos y dialécticos, irán poniendo la Experiencia como fundamento de toda hipótesis legítima”. Que en su libro posterior ya explica con mayor aporte de datos.

Vaticina que: “No es arriesgado pensar que en la ética venidera florecerá un idealismo moral, independiente de dogmas religiosos y de apriorismos metafísicos: los ideales de perfección, fundados en la experiencia social y evolutivos como ella misma, constituirán la íntima trabazón de una doctrina de la perfectibilidad indefinida, propicia a todas las posibilidades de enaltecimiento humano”. Sin embargo, se engañó.

Se engaño al creer que el hombre moderno habría de fundamentar su conducta en los parámetros de una moral extraída de la experiencia social, que habría de conducir, como proponen las religiones, a la generación de un sólido sentimiento de fraternidad a partir de la interacción. En los días que corren, la moral, confesional o laica, se ha trocado, simple y sencillamente en el árbol que da moras, como dijo Gonzalo N. Santos.

Ni la moral como norma suprema que rige la convivencia humana y ha venido a ser uno de los tres grandes campos de la cultura, ni la ética, resultado de las convicciones personales del individuo a través de la experiencia, como sugería Ingenieros, se toman como el camino para llegar a la perfección, a la que ya ni siquiera se aspira; menos aún son entendidas como ancha vía para el ejercicio de la función pública y de gobierno.

José Ingenieros falleció el 31 de octubre de 1925, en Buenos Aires, Argentina, y su obra, tanto como su pensamiento, han sido arrinconados por las nuevas generaciones de adoradores del becerro de oro, a la que sólo interesa el dinero sin importar el costo que tenga para sí o para otros. La juventud que buscaba sus escritos con avidez y que hizo de El hombre mediocre su obra de cabecera, ahora textea en su móvil mientras mantiene encendida la televisión, echado sobre el diván, haciendo deporte viendo los espectáculos trasmitidos por las hondas hertzianas.

Su advertencia: “Custódiala; si la dejas apagar no se reenciende jamás. Y si ella muere en ti, quedas inerte: fría bazofia humana”, resultó premonitoria.