Columnas > MONS. JUAN NICOLAU

La infidelidad

En mis casi sesenta años de sacerdocio, como consejero y psicoterapeuta, he escuchado de todo, pero un tema recurrente es la infidelidad.

Muchos hombres y mujeres se dejan llevar por la lujuria y en un momento de locura se involucran sexualmente con algún compañero de trabajo, un conocido, o en ocasiones hasta con un desconocido. Empiezan a vivir una doble vida, escondiéndose y huyendo de su pareja o de su matrimonio.

La infidelidad

Hay incluso ocasiones en las que pueden pasar por desgarradores divorcios e inevitablemente dañan a sus hijos en el camino.

Otras veces, tratan de aferrarse a su vida familiar aunque ya la hayan hecho pedazos, lloran y desesperan por recuperar la confianza de su cónyuge, aunque eso es poco menos que imposible.

Ellos aseguran que han sido infieles porque se dejaron llevar por la adrenalina que les produce el hacer algo prohibido, que no pensaron en las consecuencias, que no recuerdan haber tomado la decisión de destrozar su vida matrimonial por un momento furtivo de placer sexual.

Em muchos casos puede ser cierto que la primera vez que alguien es infiel es por accidente, tal vez habían bebido mucho, habían discutido con su pareja, estaban deprimidos o simplemente se dejaron llevar por la emoción del momento y no supieron como parar. Aunque también es cierto que hay personas más personas propensas a los ‘accidentes’ que otras, y a que a veces son ellos los que propician las ocasiones para tener sus ‘accidentes’.

Después de la infidelidad queda un sentimiento de culpa. A veces el infractor confiesa su falta para sentirse mejor pero sin considerar el daño que le hace a su pareja. Otros tratan  de justificar su acción echándole la culpa a su cónyuge con acusaciones tales como si les pone atención, si están demasiado dedicados a los hijos, etc.

Son pocos los que se dan cuenta del error que cometieron, lo ven como lo que fue, un accidente que no volverá a pasar y deciden enmendar su error y comenzar una nueva vida con su pareja, esforzándose cada día por se mejor esposo (a) y un mejor padre que pueda servir de modelo a seguir para sus hijos.

Otro tipo de infidelidad es el romance extramarital, este es más peligros pues el infiel está convencido que ha conocido a alguien maravillo ( una falacia porque los ‘seres maravillosos no se enredan con personas casadas) y se dejan llevar por la euforia de sentirse “enamorados” llevándose entre las patas toda una vida que han construido durante años, y hacen daño a sus hijos y a veces a sus nietos, pues muchas veces el objeto de su deseo es alguien 30 o 40 años menor que ellos.

Generalmente, las  nuevas parejas están llenas de problemas y ellos son los héroes que resuelven todas las situaciones, lo cual les levanta el ego y muchas veces los amarra a esa situación por más tiempo, pues se sienten indispensables. Lo ciertos que pronto esa emoción de ‘enamoramiento’ acaba y ahí  es cuando el infiel se da cuenta de todo el daño que ha hecho. Es muy cierto aquello de que nadie sabe lo que tiene hasta que lo ve perdido.

Si alguien se siente incapaz de sentir o expresar amor por su cónyuge no es una justificación para ser infiel, pues si hay problemas en la pareja, seguramente habrá más si se involucra a terceros en la relación.

La traición puede perdonarse pero es algo dificilísimo de olvidar. 

Tomemos el ejemplo de la Sagrada Familia; que Jesús, María y José sean ejemplo de autoridad, fidelidad, obediencia y respeto en  nuestra familia. Y no seamos implacables con quien a errado, recuerda que Jesús le dijo a la mujer adultera: “Estás perdonada, vete y no peques más”.

… Y recuerda que Dios te ama y yo también.

Mons. Juan Nicolau, Ph.D. STL. Sacerdote jubilado de la Diócesis de Brownsville. Es terapeuta familiar y consejero profesional con licencias.