Columnas > EL MENSAJE EN LA BOTELLA

El efecto coyote

Hablando de la caricatura del correcaminos, me dijo una vez Gustavo Deantes, un amigo de Tampico: “me cae gordo esa caricatura porque el coyote está bien imbécil; nunca pudo agarrar al *#$”%/° correcaminos”. He escuchado a otras personas manifestar compasión hacia el coyote, precisamente por la misma causa. No hay duda de que este desafortunado personaje, amante de los malogrados productos de la marca Acme, puede despertar diferentes emociones.

Pero a mi lo que me despierta es una gran curiosidad por algo que frecuentemente ocurría en sus muchas persecuciones del veloz pajarraco. Seguramente recordarán esta escena.

El efecto coyote

Va el coyote en su frenética persecución y llega a un abismo del cual no se percata. El coyote sigue corriendo como si nada, pero de pronto se hace consciente de su situación: deja de correr, voltea hacia abajo, ve a la cámara, dice adiós con su mano y se precipita al vacío. Al fondo sólo se ve la espesa nube de tierra que levanta con su caída y se escucha el alegre “¡bip!, ¡bip!” de aquel que, una vez más, pone tierra de por medio logrando escapar de su voraz enemigo (para frustración de mi amigo Gus).

Lo que me llama la atención y despierta mi curiosidad, es que la caída sólo ocurre cuando el coyote se vuelve consciente de que va corriendo sobre la nada. Podríamos entonces concluir que si eso no ocurriera, si no se pusiera a pensar en que algo anda mal, si siguiera adelante como si nada, seguramente lograría llegar al otro lado del barranco y si no puede atrapar a su presa, al menos podría evitar el terrible “mandarriazo” que se da. El dejar de enfocarse en su objetivo para concentrarse en su frágil y vulnerable situación, es lo que lo frena y desencadena la catástrofe.

-

LOS HUMANOS A VECES SOMOS TAMBIÉN VÍCTIMAS DEL ‘EFECTO COYOTE’

Hay veces en que estamos tan preocupados pensando en alguna debilidad que creemos tener, que eso nos paraliza o al menos, nos dificulta avanzar y sabotea nuestros esfuerzos. Puede ser lo que consideramos algún defecto físico, algún detalle de nuestra imagen externa o algo parecido. Cuando dejamos de enfocarnos en nuestro objetivo para estar pensando y diciendo cosas como: “de seguro se han de estar riendo de mi prominente nariz” o “todos han de estar viendo que traigo la camisa arrugada”, entonces nosotros solos nos frenamos.

En oratoria, el efecto coyote ocurre cuando al estar dando nuestra perorata, cometemos un error. Si nos detenemos a pensar y decir: “qué burro, cómo pude cometer ese error”, eso va a provocar que cometa otros errores, se me olvide el mensaje o algún otro tipo de catástrofe similar. Lo que tenemos que hacer es seguir adelante y hacer como si no hubiera pasado nada. Nos sorprenderá saber que, en muchos casos, la gente ni ha notado el error.

Tengo una amiga que tiene unos pensamientos verdaderamente hermosos, pero se refrena de expresarlos en público porque piensa que la gente se va a reír de su voz, que ella siente que es muy aguda (en lo personal, yo considero que su voz es agradable, diferente, sí, pero agradable). Cuando por fuerza tiene que hablar en público, hagan de cuenta el coyote cayendo al vacío.

-

NO NOS DEJEMOS ATRAPAR POR ESE EFECTO

Creo que lo que tendríamos que hacer para no autosabotearnos es, como les digo a mis alumnos en la conferencia de autoestima que les doy, dejar de pensar que todo el mundo nos está constantemente observando y juzgando. No somos tan importantes (en ese sentido). A veces hay quien dice: “me corté el cabello y no me gustó, no voy a salir hasta que me crezca”. ¿A quién le importa tu cabello, por favor? O también dicen: “ay, me salió un grano. De seguro todos se van a burlar”. ¿A quién le importa tu grano, por Dios? Cada quien tiene sus propios granos de qué ocuparse. Todo esto les digo a mis alumnos y ahora a ti.

Así que no nos dejemos atrapar por el efecto coyote. Riámonos de nuestros errores y sigamos adelante. No perdamos el enfoque, ni perdamos de vista nuestro objetivo. Y si a alguien se le ocurre criticarnos por ese desliz o defecto sin importancia, digámosle: “¡bip!, ¡bip!” y pongamos tierra de por medio.