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Descubriendo la alegría

Caminaba la otra noche por las calles de alrededor de mi casa, haciendo ejercicio como acostumbro hacerlo, un día sí y diez días no. Veo que una señora está por meterse a su casa y la cajuela de su coche se había quedado abierta.

Estaba por avisarle, cuando tuve un “flashback” (una regresión rápida y momentánea a un acontecimiento pasado). Me acordé del oso con aquella chica a la que corrí a avisarle que había dejado las luces del coche encendidas y me salió con que se apagaban solas. Pensé: “capaz que ahorita me dice la señora que la cajuela se cierra sola”.

Descubriendo la alegría

En mi interior hubo por unos segundos una feroz batalla entre mi deseo de ayudar y mi instinto de conservación que quería evitarme otro momento vergonzoso. Finalmente ganó el primero y le avisé. Ella no se había dado cuenta (y la cajuela no se cerraba sola) así que se mostró muy agradecida, comentando que le habrían podido robar lo que traía y tal vez hasta el carro si no le aviso. Aprendí que ayudar a alguien bien vale el riesgo de hacer un oso.

Otra cosa que he aprendido en cuanto a ayudar o prestar servicio, está escrito en un cuadro que sus compañeras de la Mesa Redonda Panamericana le regalaron a mi madre y que aún conservo. Dice: “Dormí y soñé que la vida era alegría. Desperté y vi que la vida era servicio. Serví y descubrí que en el servicio se encuentra la alegría”.

Mi madre hizo de esa filosofía de vida una religión. Recuerdo una experiencia de cuando tenía yo unos 8 años. Participaba en un grupo de danza y previo a la presentación de fin de cursos, estuvimos yendo a ensayar varios días al Club de Leones. Un día, al terminar el ensayo, estaba afuera del casino y llegó mi madre. Al mismo tiempo iba bajándose otra señora de su vehículo y le dice mi mamá:

“¡traje sandía para los niños!” (venía cargando una hielera) y le responde la señora: “Mmh, pues que le vaya bien con su sandía, nosotros trajimos una maquinita para hacer raspados”. Me sentí mal por el comentario. Creo que me sentí como cuando el Chavo del 8 traía una paletita y Quico iba y sacaba su paletota. 

Me quedé afuera un poco triste y mi madre entró al casino. Me preguntaba si ella se habría desanimado también. Cuando por fin me animé a entrar, vi que estaba mamá feliz de la vida con la sandía fresca ya partida, llamando alegremente a todos los que quisieran probarla y un montón de niños a su alrededor.

En ese momento, sin palabras, mi madre me enseñó una gran lección: No importa el tamaño del servicio, sino el cariño con el que lo hagas. El olvidarse de uno mismo para servir y ayudar a los demás es otra de las maneras de sentir gozo y alegría.

En una de mis conferencias comparto la parábola del hombre que iba por la vida cargando su cruz, así como todos vamos cargando nuestra cruz, la carga de problemas y dificultades que a cada uno nos toca llevar. Este hombre decide ir a ver al Creador para pedirle que le cambie su cruz, porque sentía que le pesaba mucho. El Señor le muestra un almacén de cruces, le dice que deje la suya y se lleve la que quiera. El hombre deja arrinconada su cruz, carga otra y dice: “ay caray, esta pesa más”. Prueba otra y le parece aún más pesada. Así se va probando hasta que finalmente encuentra una que le parece ligera y decide llevarse esa. Pero antes de retirarse, el Señor le pide que vea el nombre que tiene la cruz. Lo ve y descubre que tiene su propio nombre. Era la misma cruz con la que había llegado al principio.

La enseñanza es que cuando probamos las cruces de los demás, nuestra propia cruz se aligera. Cuando dejamos de estar pensando solo en nosotros mismos y ayudamos a otros a llevar su cruz, nuestros propios problemas nos parecerán más ligeros. En otras palabras: “me quejaba porque no tenía zapatos, hasta que vi a uno que no tenía pies”.

Te invito a que abras tus ojos y descubras las múltiples posibilidades de servir y ayudar que la vida nos presenta, pues en cada una de ellas hay una oportunidad de experimentar eso que llamamos alegría. Una alegría profunda y verdadera, que entre más la experimentes, más sentirás el deseo de seguir la exhortación de la madre Teresa de Calcuta: “hay que dar hasta que duela”.

Da lo mejor de ti en el servicio a los demás. Te aseguro que no te arrepentirás. Ponlo a prueba y ahí me platicas cómo te fue.