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La princesa y el tunante

Cuando el tunante vio por primera vez a la princesa, le pareció que tenía los ojos más hermosos que jamás había visto, pero la vio como una estrella muy lejana, y se dijo a sí mismo que se daría por bien servido si lograba hacerse buen amigo de ella.

Sin embargo, el tunante era eso, un tunante, un miembro de la Tuna (estudiantina) de la universidad donde estudiaba, y ellos cantaban una canción llamada “El Shotís de los Feos” que decía: “Todos los feos conquistan las chicas más guapas”. Así que alentado por esa premisa, se armó de valor y se dio habilidad para llegar hasta el corazón de la princesa y tomarlo por asalto.

La princesa y el tunante

Vivieron un noviazgo lleno de música (literal y figuradamente) y poco antes de casarse, el tunante escribió: “Estoy a punto de formar una familia con una mujer con quien apenas empiezo, pero con quien espero recorrer de la mano una larga vida llena de amor y de ayuda mutua, porque sé que ella valora como yo, la fortuna de tener en quién confiar y en quién apoyarnos cuando la vida nos tiende una zancadilla. Sé que será una madre hermosísima y eso me hace quererla aún más, porque para mí, los hijos que espero tener, constituyen uno de mis mayores ideales”.

Y así, sin muchos bienes pero con esa convicción, se lanzaron de la mano a su aventura conjunta. A través de los años, su palacio llegó a tener muchas formas. A veces tuvo la forma de una bella y cómoda casa, otra ocasión tuvo la forma de un minúsculo departamento en un edificio, incluso un tiempo tuvo la forma de una humilde casa de madera, pero para ellos nunca dejó de ser eso, su palacio, y como tal, lo respetaron y se abocaron a extraer felicidad de entre sus paredes.

Tuvieron 4 hijos maravillosos y les dieron un amor sin condiciones, aprendiendo a tropezones el difícil arte de ser padres. Y efectivamente, la princesa fue una madre hermosísima.

¿Zancadillas? Vaya que las han tenido. En varias ocasiones emprendieron algún negocio en el que depositaron todos sus sueños, todas sus ilusiones y también todos sus ahorros, y el negocio no resultó ser lo que esperaban. Con el estrés de los apuros económicos que esto significaba, se cuidaron mucho de no recriminarse el uno al otro; le agradecían al Señor por lo que habían aprendido de la experiencia, el tiempo que habían podido pasar juntos en el proyecto y daban por perdidos los ahorros, mas no las ilusiones ni los sueños y mucho menos el amor que se tenían. Habían aprendido de un sabio líder que amar es una decisión personal, y en cada ocasión decidieron seguirse amando y apoyando.

Una mañana, no muchos años atrás, la princesa despertó con unas extrañas marcas en sus manos. Lo que parecía ser una simple intoxicación, con el paso de los días y las semanas se fue convirtiendo en un silencioso pero agresivo enemigo que atacaba por dentro y que llevó a la princesa al borde de la muerte. Sus manos, que amaban hacer manualidades y cosas para los demás, llegaron a ser incapaces de levantar una cuchara para alimentarse. Por mucho tiempo, los hospitales fueron su segundo hogar, y más que nunca aprendieron lo que significa estar juntos “en las buenas y en las malas, en la salud y en la enfermedad”. Los médicos les dieron el nombre de la enfermedad. Un nombre en latín que en español significa “lobo”. Ah, pero olvidaba decir que la princesa era una leona, y un lobo no puede con una leona. Con la fuerza y coraje de ese felino, la princesa le ha ido arrebatando al lobo muchas de las cosas que le había quitado, y cada mañana, al despertar, el tunante le agradece a Dios que ella pueda estar un día más a su lado.

Pero de ahí en fuera, su vida juntos ha sido maravillosa, y aún esas y otras zancadillas las ven como parte de la aventura que un día decidieron tomar juntos. El tunante está convencido de que ambos estaban destinados a encontrarse en esta vida, y cuando la ve, recuerda una canción de su juventud que decía: “De haber cambiado un solo día lo que hice mal o hice bien, no habría hallado mi camino hacia ti”.

Este mes, la princesa cumple años, y este tunante, este trovador enamorado (que aún sigue enamorado), le está eternamente agradecido por todos estos años de inmensa felicidad que ella le ha obsequiado. Feliz cumpleaños, princesa. Feliz cumpleaños, mi amor.