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'Osos' espantosos

En mi vida he hecho osos de todos tamaños. He hecho ositos, osotes, y otros que de plano harían que el feroz oso grizzly de la película se viera como una adorable mascota. Podría dedicar varias columnas a hablar de los osos que he protagonizado, pero para no cansarlos solo les platicaré unos cuantos.

Reynosa, 1974 (mi entrada triunfal al reino de los osos). Era yo un puberto de primer grado en la secundaria Escandón. Cierto día, tenía que presentar un examen a primera hora (7 a.m.). Me despierto, veo el reloj y eran las 6:50 de la mañana. ¡El despertador no había timbrado! Como de rayo, me pongo el uniforme y me voy corriendo las 8 cuadras hasta la escuela. Entro al salón unos segundos antes de que timbren y me dejo caer en el banco, eufórico por la proeza de velocidad que acababa de realizar, y entonces Evelyn Rodríguez, conteniendo la risa, me pregunta: “¿Qué traes en la cara, Chuy?”. Hasta entonces reparé que con las prisas no me había lavado la cara y traía todavía el Clearasil que me  embarraba en las noches para las espinillas. Ese día me gané la reputación de ser muy estudioso. Me la pasé toda la mañana aparentando leer un libro. Solo de vez en cuando asomaba los ojos por encima del libro para ver si alguien me observaba.

Osos espantosos

Tampico, 1998 (la edad no me ha hecho inmune a los osos). Estoy en el comedor de la planta donde trabajaba, y junto con mis compañeros vemos un partido de México en el mundial. Soy poco afecto al futbol, pero yo hacía como que me gustaba. Entra un gol y lo celebro con un grito jubiloso. Solo hasta que vi las miradas desaprobatorias de mis compañeros me percaté de que el gol había sido en contra de México. En ese momento me busqué el botón de “Desaparecer” pero no me lo encontré. El resto del partido lo pasé muy quietecito.

Monterrey, 2001 (mis osos seguían cruzando fronteras). Me bajo del coche en el estacionamiento del trabajo y veo que una señorita había dejado encendidas las luces de su vehículo. La veo más adelante y corro a avisarle. La alcanzo extenuado (ya no era lo mismo que en el ’74) y le digo, sintiéndome el héroe del día: “Señorita, señorita (agarro aire) dejó las luces (más aire) del coche encendidas”, y me dice “ah sí, no se preocupe, ahorita se apagan solas”. El botón de “Trágame tierra” tampoco funcionó en esa ocasión.

Reynosa, 2009 (la madre de todos mis osos; la que me consagró). Me subo al coche y me golpeo la pierna con la palanca de las direccionales, pero no le doy importancia, aunque sí me dolió un poco. Me bajo en el supermercado de las tres letras (para no decir marcas) a comprar unas cosas que me había encargado mi esposita. Yo veía que algunas señoras me veían y luego como que se sonreían y pensé “qué pegue traigo este año”. Solo hasta que llegué a la casa entendí el porqué. Con el golpe, se me había descosido el pantalón de la rodilla hacia arriba unos 30 centímetros. Con razón me sentía tan fresco. A lo mejor alguien de los que me vieron se inspiró ahí para fabricar esos pantalones todos rotos que se usan ahora.

Ese ha sido un breve recuento de mi experiencia osuna. Y me faltó platicarles cuando en Cd. Victoria una mala estilista me dejó el cabello con corte como de cacerola. Mis pelos tercos también me han provocado varios osos memorables. Empecé muy joven realmente con esto de los osos, y he sabido mantenerme en el “top ten” del “osómetro”. Ante tal número y dimensión de osos, no me ha quedado más remedio que aprender a reírme de mí mismo, y ese es mi punto en esta ocasión. Dicen que no hay nada más ridículo que un hombre que se toma a sí mismo demasiado en serio. Bienaventurados los que saben reírse de sí mismos, porque nunca estarán aburridos.

Alguien dijo sabiamente: “No te tomes la vida tan en serio; a fin de cuentas, no saldrás vivo de ella”. Yo agregaría “tampoco saldrás de ella sin haber hecho algunos osos”. Así que tranquilos, no son la muerte, aunque en ese momento nos lo parezcan. Nada más una cosa sí les pido. Si algún día me ven caminando con el pantalón descosido, no sean gachos, avísenme. Mi esposa, mis hijos y el Club de la Decencia se los agradecerán. Y ya me voy a seguir haciendo más osos, no sea que alguien me gane el “ranking” que con tanto sacrificio (y vergüenzas) he alcanzado.