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Los clavos del madero

“¿Quién me presta una escalera para subir al madero y quitarle los clavos a Jesús, el Nazareno?” (Joan Manuel Serrat).

— “Abuelita María, hoy en la iglesia vi una imagen de Jesús en la cruz”.

Los clavos del madero

— “Ah sí, mi niño, yo también la he visto. ¿Y qué pensaste al verla?”.

— “Me hubiera gustado poder subir y quitarle los clavos, se ve que le duelen mucho”.

— “Eso no lo podemos hacer, pero hay una manera de poder hacer que le duelan menos: merecer Su sacrificio”.

— “¿Cómo abuelita? No entiendo”.

— “Te lo explicaré platicándote una película que vi hace algunos años. Trataba de un soldado en la guerra. Él y sus dos hermanos se enrolaron en el ejército para combatir en la Segunda Guerra Mundial. Cierto día, se dieron cuenta en los cuarteles generales que dos de los hermanos habían muerto en batalla, sólo quedaba uno vivo. La madre vivía sola y sus hijos eran todo lo que tenía, así que los altos mandos organizaron un equipo para ir a buscar al tercer hermano que debería estar en algún lugar de Alemania, no sabían exactamente dónde.

El equipo, liderado por un general, recibe la misión de buscar a este soldado, encontrarlo donde esté y traerlo de vuelta, vivo, a su hogar, con su madre.

La tarea no era fácil, pues tenían que adentrarse en territorio enemigo, un enemigo feroz y despiadado. La película narra todo lo que tuvieron que pasar, primero, para encontrar al soldado y luego, para sacarlo de ahí, en medio de fuego y emboscadas enemigas. Este equipo de soldados sufre tremendamente para cumplir su misión y varios de ellos incluso pierden la vida.

Ya cuando están casi para llegar al helicóptero que los sacaría de ese lugar, una vez que encontraron al soldado, un grupo de alemanes los ataca y se enfrentan en una batalla final los pocos que habían sobrevivido. El general al mando es herido de muerte, pero poco antes de morir alcanza a susurrarle al soldado rescatado: “gánese esto. Merezca esto”. El soldado comprende que se refería a valorar el gran sacrificio que se había requerido para poder salvarlo y a vivir de manera que fuera digno de ello.

Muchos años después, ese soldado, ahora un hombre mayor, recuerda todo esto inclinado frente a la tumba del general que lo rescató y recuerda sus últimas palabras. Casi con desesperación, se incorpora y le dice a su esposa: ‘dime si he sido un buen hombre. Dime, por favor, si he merecido ese sacrificio’.

Ese hombre en la cruz, hijito, recorrió un largo camino para encontrarte. A ti, a mi, a todos. Nos buscó y nos sigue buscando por todos los rincones para llevarnos de vuelta a casa.

Recorrer ese camino le costó que lo golpearan y azotaran, que lo escupieran en la cara, que clavaran espinas en su cabeza, que lo traicionaran y lo negaran sus amigos. Que fuera falsamente acusado. Literalmente, le costó sangre y al final de su vida, un dolor inimaginable y una muerte horrible. Pero de entre lo más profundo de su alma, encontró la fuerza para llegar hasta el final para encontrarte y rescatarte y encontró determinación al decir: ‘yo para esto he nacido’. Para eso nació él hijito, para eso vino al mundo, para dar su vida en rescate por la tuya y la de todos”.

Así que no puedes quitar los clavos del madero para ahorrarle sufrimiento, pero sí lo puedes hacer viviendo digno de ese gran sacrificio.

— “Gracias abuelita, por ayudarme a entender. No se quién estará conmigo cuando a mi me toque partir, pero quien quiera que sea, si Dios me lo permite, te prometo preguntarle si es que fui un buen hombre y si fui digno de ese sacrificio”.

— “Estoy segura que lo serás, hijito. Estoy segura que así será”.

— “Hasta mañana abuelita. Te quiero mucho”.

— “Hasta mañana, mi amor”.