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Sin desperdicio

Quienes no lo entiendan tendrán que abandonar el proyecto del régimen

Siempre se ha sabido que la manera más fácil de sacar al borrachito de la cárcel es pagar la multa, ni siquiera se necesita ser abogado para ello. El punto es que con ello no se remedia nada, pues al chico rato el 'señor' agarra de nuevo la jarra y hace los desmanes que acostumbra, que, a fin de cuentas, siempre habrá quien lo libre de las rejas en donde debía pagar una condena por los daños que se inflige a sí mismo y a la sociedad, principiando por la prole que debe aguantar sus locuras.

Igual pasa con la administración pública, donde, de tres décadas para acá cada quien hace lo que le viene en gana con total desparpajo, ejerciendo el presupuesto oficial para cumplir sus más fantasiosos caprichos, como es el caso del reaparecido Javier Duarte, quien reconoce que se entregó a cambio de que su familia no fuera tocada y que una buena parte de la fortuna que sustrajo de la arcas públicas de Veracruz, fuera respetada para cuando deje la prisión, exonerado.

Sin desperdicio

La corrupción que corroe las entrañas del Anáhuac ha llegado a tales niveles que el grueso de los habitantes de este país votaron por un cambio y aceptaron librar de responsabilidades a Enrique Peña si a cambio de ello sacaba las manos del proceso electoral y dejaba que los resultados fueran la expresión de la demanda y el deseo popular. Se votó por el cambio y este tiene que ocurrir, de una forma o de otra. Quienes no lo entiendan tendrán que abandonar el proyecto del régimen.

Ya no más obras faraónicas cuyo explicación estaba fincada en las ganancias estratosféricas que habrían de obtener los magnates que dominan la economía nacional y hacen negocios no para servir a la gente, sino para acrecentar sus caudales, la mayor parte de ellos inexplicables a la luz de la razón. Nada de utilizar los fondos públicos para financiar los yerros y los grandes fracasos de los inversionistas privados que no dan patada sin huarache y se protegen contra su propia ineptitud.

Año con año, los gobiernos locales, luego de sus transas y fechorías, solicitaban al gobierno federal un plan de rescate, que este otorgaba sin más, cargando al causante cautivo la pesada carga de la incompetencia y de la corrupción. Lo mismo ocurría con las instituciones autónomas y organismos descentralizados, convertido en verdaderas cuevas de Alí Baba y miles de ladrones, desde lo que se llevan el papel de baño y las hojas de máquina, hasta los que cargan con equipos e insumos.

Cuando se habló de austeridad y racionalidad en el gasto, los nuevos funcionarios creyeron que se trataba de declaraciones líricas y poses banales; pero, pronto se dieron cuenta de que es la tónica real y afectiva de la Cuarta Trasformación y ya no les gustó. ¿Cómo que ya no va a haber oportunidad de hacerse de mulas a la mala? ¿Cómo que todo va a estar controlado y a ojos vistas, sin posibilidad de las tradicionales buscas de la mediana y alta burocracia? No, pos así, mejor, ¡no!

Ahí van, uno por uno, abandonando el barco. Este don Carlos Urzúa había mostrado cualidades que lo acercaban a la mística de los tiempos; pero, no. A final resultó tan veleidoso y frágil como otros que también se han bajado del tren de la austeridad porque así no tiene chiste entrar al gobierno. En sus palabras de renuncia pone en evidencia su naturaleza ajena a los propósitos de reorientación de la República para hacerla más justa, más libre, más democrática. Falló a sí mismo.

Su texto no tiene desperdicio: "Discrepancias en materia económica hubo muchas. Algunas de ellas porque en esta administración se han tomado decisiones de política pública sin el suficiente sustento. Estoy convencido de que toda política económica debe realizarse con base en evidencia, cuidando los diversos efectos que ésta pueda tener y libre de todo extremismo, sea éste de derecha o izquierda. Sin embargo, durante mi gestión las convicciones anteriores no encontraron eco". ¿Pueden tenerlo convicciones tan trasnochadas y convencionales como el pago de la multa del borrachito?

En la antigüedad se tomaba a los viejos como recipientes rebosantes de sabiduría, hasta se llegó a decir que más sabe el Diablo por viejo que por diablo; pero, en el camino algo se perdió y ahora ser viejo sin haber actualizado los procesos mentales, físicos y espirituales conduce a la dureza de entendimiento y a la obcecación en las fórmulas que han llevado al fracaso a la humanidad.