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PIB y Desarrollo

La idea añeja de que el Producto Interno Bruto de un país es el indicador que mide su producción total de bienes y servicios, es tan peregrina como absurda; no hay una fórmula estadística que pueda calcular con precisión qué se produjo, en cuánto se vendió y cuándo se recogieron los beneficios de ambas acciones; como tampoco hay manera de saber quiénes absorbieron la mayor parte de los rendimientos y dónde están invertidos como eslabón de las cadenas productivas y especulativas. Todo es pura fantasía.

En el supuesto de que exista un mecanismo operativo eficaz para medir la producción de vegetales, leche, libros, autos, máquinas, petróleo y todos los bienes que se hayan producido en el país, incluso los servicios de un mecánico, un dentista, un abogado o un profesor, entre otros, habrá un boche de datos que no se incluyen simplemente porque ni siquiera se pueden conocer. Corresponden a la llamada economía subterránea, que en México está situada en altos niveles, que, también, es imposible percibir.

PIB y Desarrollo

Según los datos publicados por la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo del Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática, en México se reportó un índice de empleo informal de 31.3 millones de personas durante el 2019, cifra 2% mayor respecto a periodo de octubre a diciembre de 2018. Si se toma en cuenta que la Población Económicamente Activa, es de 57,328,364, se tiene que la informalidad va ganando terreno a los empleos formales registrados, que cuentan con protección social.

No pocos de los economistas trinchones acólitos del neoliberalismo atribuyen al empleo informal el crecimiento de la pobreza en amplios sectores de la población. Un tal Benito Solís publicó que: "La informalidad es una de las principales causas de la pobreza en los distintos países, por el bajo nivel de productividad y, consecuentemente, de ingresos de este grupo. Además los trabajadores que participan en este sector son fuente de presiones y fricciones en el entorno familiar al no contar con prestaciones sociales como servicios médicos y fondo de jubilación. Es frecuente que enfermedades inesperadas acaben con el patrimonio de las personas y que los abuelos tengan que vivir con sus hijos y nietos".

Seguramente cree lo que dice y cada quien puede creer lo que quiera. La realidad apunta a que la informalidad es un subproducto del capitalismo salvaje que tiene como meta la precarización del trabajo para elevar la rentabilidad de las empresas y de las inversiones especulativas con la constante alza de precios. La informalidad laboral no genera pobreza; los bajos salarios (¿podrían Solís o algún magnate, pasar el día con 100 o 200 pesos?), son los que obligan a las personas a trabajar por su cuenta.

Durante las últimas tres décadas el PIB nacional tuvo un crecimiento promedio ponderado del 2 por ciento, que, en términos generales, podría indicar la economía del país creció; pero, en realidad, no. Lo que creció fue la acumulación de la riqueza en unas cuantas manos, generalmente estériles e inútiles porque, fuera de las transas al amparo del gobierno, no son capaces de arreglar ni un café con leche. No hay relación alguna entre los 23 mil millones de dólares que ganó un magnate en un año y la miseria a que están condenados quienes sólo tienen sus manos para llevar el pan a la mesa familiar. Nada que ver.

Existe también el llamado PIB per cápita, que se supone que mide el ingreso de cada uno de los habitantes de un país; pero, tampoco refleja la realidad. Dividir el Productor Interno Bruto entre el número de personas que habitan en un territorio determinado, resulta también absurdo, porque está midiendo con el mismo rasero a los que ganan mucho y a los que carecen de ingresos. No es lo mismo ser magnate que obrero, ni cabeza que cola. Son cifras inventadas para tranquilizar a las buenas consciencias. 

La denominada renta per cápita no es capaz de mostrar de manera absoluta y veraz el auténtico nivel de vida de un ciudadano en un país determinado. En ese sentido, a menudo se dice que esta magnitud no expresa bien la realidad en las situaciones de desigualdad o descontento social, especialmente, en situaciones en las que la economía de un país crece, pero esta mejoría macroeconómica no siempre se refleja en la calidad de vida del ciudadano ni en su poder adquisitivo. El rico más rico y el pobre, miserable.

'Pa´cabala' de amolar, el PIB no toma en cuenta otros indicadores importantes, como los niveles de inflación, la devaluación, el crecimiento poblacional que vienen a nulificar el sonido de las trompetas triunfalistas. Quizá por ello es necesario buscar alternativas que indiquen con mayor precisión el grado de desarrollo del país y de bienestar de los paisanos. Esta iniciativa no es nueva, la Organización de las Naciones Unidas, desde hace años, ha elaborado otro indicador que también puede servir para comparar países y ver su desempeño en el tiempo. Se trata del Índice de Desarrollo Humano; en México existe el Coneval.

Mientras que el IDH, tiene en cuenta tres variables: vida larga y saludable, conocimientos y nivel de vida digno, y dado que entre otros, el hecho de que la esperanza de vida en México esté en 74,95 años, su tasa de mortalidad en el 5,93 % y su renta per cápita sea de 204.77 pesos diarios, México se encuentra en el puesto 74 del ranking de desarrollo humano a nivel mundial, por debajo de su mejor posición, en 1990 (60), desde que se aplica esta metodología.

En informe del 18 de diciembre del 2018, antes del cambio de gobierno y de la aparición de la pandemia, el Coneval ponía como una de las causas del subdesarrollo y de la poca inclusión financiera del grueso de los mexicanos, a: "La insuficiente protección al consumidor generada por altos niveles de concentración y una regulación deficiente. 

Es decir, la ausencia de mecanismos efectivos de defensa para los usuarios e instituciones que procuren el buen comportamiento de los agentes del mercado y fomenten la transparencia de los contratos y productos que se intercambian, no solo genera pérdidas en el bienestar de los consumidores, sino puede provocar una percepción negativa de las instituciones que proveen servicios financieros, desalentando a usuarios potenciales".

Los dígitos del PIB y el PIB per cápita, no dicen nada; los indicadores de desarrollo humano, lo dicen todo. A ellos hay que apostar mientras las hordas al servicio del gran capital se desgañitan.