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La oportunidad de oro

Es un lugar común asegurar que la educación está en crisis

Es un lugar común asegurar que la educación está en crisis. Se dice aquí y se dice en China. Tal vez en Japón, por su tradición cultural, se entienda de otra manera; pero, el hecho de que sea un país con altos niveles de suicidio de gente joven, indica que algo no está funcionando adecuadamente en la formación de las nuevas generaciones. Aquí, quizá la mayor contradicción es que se siguen haciendo las cosas de la misma manera que se hacían hace siglo y medio, cuando vinieron a México los grandes pedagogos.

A respecto, Sir Ken Robinson asegura que: “Tenemos una educación modelada en el interés del industrialismo. Las escuelas están organizadas con bastante semejanza a las fábricas: instalaciones separadas, materias separadas, especializadas. Todavía educamos a los niños por grupos. Los ponemos en grupos por edades. ¿Por qué hacemos eso? ¿Por qué es ese supuesto de que lo más importante que tienen en común es la edad? (...) Se trata de la estandarización. Creo que necesitamos ir en la dirección opuesta. (...) Debemos pensar diferente sobre la condición humana, tenemos que superar esta vieja concepción, sobre lo académico y lo no académico, abstracto, teórico, vocacional, y verlo como lo que es: Un Mito”.

La oportunidad de oro

Este planteamiento de Robinson, no es diferente a las ideas que sobre la educación tuvieron los filósofos de la Gracia antigua, y los que vinieron posteriormente con el Renacimiento auspiciado por el cardenal Francisco Jiménez de Cisneros, que, al fundar la Universidad de Alcalá de Henares, quitó la máscara de hierro al pensamiento universal y estimuló el estudio de los clásicos para dar por cerrado el venero de ideas, ya agotadas, de la Edad Media. El hombre, con todas sus posibilidades, volvió al centro.

El siglo XX se vio iluminado con la obra de María Montessori, doctora en medicina y maestra en pedagogía, quien, influenciada por las ideas de Pestalozzi, crea una filosofía educativa de largo aliento: “Esta es la diferencia entre la vieja y la nueva educación; nosotros queremos ayudar a la autoconstrucción del hombre en el periodo oportuno, para darle la posibilidad de ascender hacia algo grande. (…) La nueva educación es una revolución sin violencia, es la revolución no violenta. Después de esto, si triunfa, ya no serán posibles las revoluciones violentas”. Cada párvulo aprende a su propio ritmo.

Desde la fallida Reforma Educativa de los años 70, el sistema educativo colapsó y ha sido vehículo para las más insospechadas aventuras filibusteras, incluyendo el apoderamiento y dominio del aparato electoral para cumplir los mandatos de la mafia de Salinas y su encomendera Elba Esther. Los planes y programas de estudio se han ido achicando para no evidenciar el fracaso docente con altos niveles de reprobación curricular. Lejos han quedado los objetivos de inculcar hábitos, habilidades, destrezas, actitudes, aptitudes y conocimientos. ¿Dónde el desarrollo armónico de todas las facultades? (Art. 3o.).

Cuando el Dr. Robinson asegura que: “En las escuelas se educa solo el cerebro y, especialmente, el hemisferio derecho. Todos los sistemas educativos tienen una jerarquía que sitúa en lo más alto las matemáticas y los idiomas, seguidos de las humanidades y, en el nivel más bajo, las artes. Y, dentro de las artes, incluso se da más importancia a la plástica y la música que al teatro o el baile. No se educa el uso de nuestro propio cuerpo, ni la capacidad de crear e imaginar, porque el sistema educativo se diseñó con la revolución industrial, para enseñar a trabajar, y da más importancia a los temas o aspectos útiles para el trabajo”, no está diciendo nada nuevo y acaso nada sorprendente. Parece que ése es el fin.

Bien mirado el sistema educativo emanado de la noche obscura del capitalismo salvaje, parece estar diseñado para llevar mano de obra barata y poco capacitada a la industria maquiladora que requiere de grandes cantidades de ella en tan mientras que se inventan o se abaratan las máquinas que habrán de suplirla.

Al enumerar los diez puntos torales de la educación en sus conferencias, Ken termina con dos que son realmente trascendentes: “Debemos replantearnos los principios fundamentales en los que educamos a nuestros hijos. Igual que explotamos la Tierra para extraer los recursos que nos interesan, el sistema educativo explota nuestro cerebro para que ejecute unas tareas y desarrolle unas habilidades concretas. La educación del futuro no puede seguir estas premisas, sino que debe valorar a los niños por todo lo que son, también por su imaginación y la riqueza que supone su capacidad creativa”.

Y: “Para educar hay que alentar la pasión y conmover el espíritu. Hay que crear un movimiento en educación en el cual la gente desarrolle sus propias soluciones con el apoyo de un currículo personalizado. Pero debe hacerse apelando a la pasión, porque cuando hacemos lo que nos apasiona, sea lo que sea, somos felices y nos sentimos plenos”.

Estas ideas y otras de igual importancia, pueden ser el punto de partida para no volver a lo mismo.