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Perito en lunas

Eran las cinco de la mañana con 32 minutos cuando sus ojos, que no pudieron cerrar, quedaron prendidos del infinito. Con su muerte, se fue la generación del 27, de la que fue más epígono que epílogo. Liga de espíritu, más que de materia; de talento e inspiración, más que de formación, porque pasó del oficio de chivero al de poeta. Poeta de alto vuelo, de sublime pluma con la que cantó a la libertad como pocos han hecho antes y después.

Sentado sobre los Muertos: Sentado sobre los muertos/ que se han callado en dos meses,/ beso zapatos vacíos/ y empuño rabiosamente/ la mano del corazón/ y el alma que lo sostiene. Que mi voz suba a los montes/ y baje a la tierra y truene,/ eso pide mi garganta/ desde ahora y desde siempre.

Perito en lunas

La Guerra Civil Española envolvió a Miguel Hernández Gilabert con sueños de patria y libertad, como a la mayor parte de los poetas de su generación. Del tamaño de su liderazgo en la lucha por la República española, fue la condena que el franquismo le aplicó: la pena de muerte, que el caudillo conmutó por una de 30 años prisión en la que murió aquel 28 de marzo de 1942. 31 años contaba apenas cuando la tisis ya no le permitió respirar.

Acércate a mi clamor,/ pueblo de mi misma leche,/ árbol que con tus raíces/ encarcelado me tienes,/ que aquí estoy yo para amarte/ y estoy para defenderte/ con la sangre y con la boca/ como dos fusiles fieles. Si yo salí de la tierra,/ si yo he nacido de un vientre/ desdichado y con pobreza,/ no fue sino para hacerme/ ruiseñor de las desdichas,/ eco de la mala suerte,/ y cantar y repetir/ a quien escucharme debe/ cuanto a penas, cuanto a pobres,/ cuanto a tierra se refiere.

Dijo Pablo Neruda: "No tenía Miguel la luz cenital del Sur como los poetas rectilíneos de Andalucía sino una luz de tierra, de mañana pedregosa, luz espesa de panal despertando. Con esta materia dura como el oro, viva como la sangre, trazó su poesía duradera. ¡Y éste fue el hombre que aquel momento de España desterró a la sombra! ¡Nos toca ahora y siempre sacarlo de su cárcel mortal, iluminarlo con su valentía y su martirio, enseñarlo como ejemplo de corazón purísimo! ¡Darle la luz! ¡Dársela a golpes de recuerdo, a paletadas de claridad que lo revelen, arcángel de una gloria terrestre que cayó en la noche armado con la espada de la luz!".

Ayer amaneció el pueblo/ desnudo y sin qué comer,/ y el día de hoy amanece/ justamente aborrascado/ y sangriento justamente./ En su mano los fusiles/ leones quieren volverse:/ para acabar con las fieras/ que lo han sido tantas veces. Aunque le faltan las armas,/ pueblo de cien mil poderes,/ no desfallezcan tus huesos,/ castiga a quien te malhiere/ mientras que te queden puños,/ uñas, saliva, y te queden/ corazón, entrañas, tripas,/ cosas de varón y dientes. Bravo como el viento bravo,/ leve como el aire leve,/ asesina al que asesina,/ aborrece al que aborrece/ la paz de tu corazón/ y el vientre de tus mujeres. No te hieran por la espalda,/ vive cara a cara y muere/ con el pecho ante las balas,/ ancho como las paredes.

La amistad de Miguel Hernández con Pablo Neruda fue casi instantánea porque el chileno, que se desempeñaba como cónsul de su país en Madrid vio al chivero de alpargatas y pantalón de pana y supo, con su sensibilidad extraordinaria, adivinar el alma de un creador, de un numen capaz de encontrar en las cosas más simples la belleza de lo sublime. Frente a la guerra, vislumbró al idealista que percibe en el alma popular el vigor suficiente para crear un futuro distinto, luminoso.

Canto con la voz de luto,/ pueblo de mí, por tus héroes:/ tus ansias como las mías,/ tus desventuras que tienen/ del mismo metal el llanto,/ las penas del mismo temple,/ y de la misma madera/ tu pensamiento y mi frente,/ tu corazón y mi sangre,/ tu dolor y mis laureles. Antemuro de la nada/ esta vida me parece.

Miguel Hernández, al llamado de la patria ingresa al Quinto Regimiento, con el que defiende Madrid; después estará en Andalucía, Extremadura, Teruel. Recorre España como soldado, aportando su poesía, porque entiende que la República necesita pan y mantas; pero también versos. Al presentir su final dentro de las mazmorras, el poeta dice: "¡Adiós, hermanos, camaradas, amigos: Despedidme del sol y de los trigos!".

Aquí estoy para vivir/ mientras el alma me suene,/ y aquí estoy para morir,/ cuando la hora me llegue,/ en los veneros del pueblo/ desde ahora y desde siempre. Varios tragos es la vida/ y un solo trago es la muerte.