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Paraísos en tiempos de Covid

¿Acaso en vano venimos a vivir, a brotar sobre la tierra? Dejemos al menos flores. Dejemos al menos cantos. -Nezahualcóyotl

Dicen que la mayoría de los humanos vivimos en la búsqueda del paraíso perdido. Para recuperarlo, para retornar al edén, se han trazado, literal y metafóricamente, diversos y numerosos caminos. La creación de jardines es uno de ellos. No en vano los sabios griegos para nombrar el jardín usaron la palabra “paradeisoi”, término introducido por Jenofonte  para referirse a los jardines: “lugares llenos de todas las cosas bellas y buenas que tienen la vida”. Con esa convicción, muchas personas buscamos crear jardines, anhelando honrar con ello a la naturaleza.

“Frente a una existencia frustrante, el jardín permite hallarse a salvo de las usuras de la vida y los vaivenes del destino, para soñar con un mundo mejor”, dice Santiago Beruete en su maravilloso libro “Jardinosofía”. Pienso en ello ahora que atravesamos lo que han llamado “la peor crisis global de esta generación”. ¿Por qué hablar de jardines, por qué sembrarlos ahora, en medio del encierro, la enfermedad, la injusticia, la polarización, el racismo, la furia social; la muerte repetida en nuestro país y en el mundo? Tal vez para imaginar otros mundos posibles, para sentir aires de libertad, para resistir la adversidad, para reconocer en una pequeña semilla, la grandeza del universo.

Paraísos en tiempos de Covid

Quizá por ello, en muchas ciudades del orbe,  durante la pandemia, ha crecido la práctica de la jardinería. Numerosos testimonios e imágenes dan cuenta de ello. Incluso muchos viveros lucen bien surtidos y con clientes entusiasmados buscando nuevas especies. Además, los huertos en casa se han multiplicado en este tiempo y cada vez hay más personas alimentándose de lo cosechado en casa. Y no se tiene que tener especies espectaculares ni grandes espacios; en los balcones y las pequeñas macetas dentro de los departamentos también florece la vida. Porque el sentido de todo esto ahora, no es de competencia, sino de bienestar, de vida buena.

Larga es la historia de los jardines sobre la tierra. Se menciona como el más antiguo al establecido en Tebas en el año 1400 antes de Cristo y grabado en una tumba egipcia. Y aun cuando se habla de jardinería en el paleolítico, los estudiosos señalan que el origen de los jardines se mezcla con el de la agricultura. En Mesopotamia, el Valle del Nilo, en Grecia, en Roma, diversas historias consignan fascinantes jardines y huertos. Los Jardines Colgantes de Babilonia son un ejemplo emblemático. Construidos en los años 604 y 562 antes de cristo, han sido considerados como una de las siete maravillas del mundo antiguo y se dice fueron la obra de un rey asirio para una amada persa.

En nuestro territorio también hay antecedentes de la pasión jardinera. Los dos Moctezuma emperadores construyeron esplendorosos jardines, donde había miles de ejemplares de flora y fauna que sorprendieron a propios y extraños. No se diga el rey poeta Nezahualcóyotl, quien cultivó también bellísimos jardines, seguramente  inspiración para sus versos: “no acabarán mis flores, no cesarán mis cantos”. Y si de monarcas hablamos, también está Luis XIV de Francia y su afán de poderío al construir Versalles con sus majestuosos jardines, todavía florecientes.

Pero más allá del poder y los poderosos, está la esencia del jardín. Sembrar en huertos y jardines nos enseña mucho más que el cultivo de la belleza. En un jardín se aprenden infinitas lecciones de vida y es una de las mejores escuelas para formar a nuestros niños en paciencia, constancia, gratitud y humildad,  valores que tanta falta hacen a las nuevas generaciones. Dejar las pantallas y sentir la tierra en las manos. Reconocer que estamos conectados a los ciclos de la naturaleza y somos vulnerables frente a su poder. Y no olvidar cultivar en espacios públicos para contribuir al medio, alentar la convivencia y la autoestima colectiva.

Cuidar  jardines es una de las mejores terapias para el alma. Porque el jardín te brinda paz, alegría, bienestar profundo, conocimiento de lo efímero, pero también certeza de lo eterno. Y allí está creo yo, la mayor lección que nos brindan los jardines: amor por la vida. Pese a todo y en cualquier circunstancia, los jardines nos enseñan que después del peor invierno siempre llegan las más bellas flores. Amor por la vida. Eso tan necesario ahora en medio de terribles pandemias que van desde letales virus hasta odio, indiferencia e injusticias recurrentes. Crear huertos, jardines y parques como símbolo de resistencia ante el dolor, el miedo, la sinrazón.

Dejemos al menos flores, dijo el rey poeta. Mientras escribo, mis ojos se recrean con las nuevas hijuelas de mi Petrea, enredadera que viene desde el jardín de mi abuela, al de mi madre, al mío y ahora  ya creciendo las que regalaré a mis hijas en esta floreciente cadena de vida. Este es mi vínculo con lo divino, con lo eterno. Sabemos que el paraíso no es de este mundo, pero los jardines nos acompañan para vivirlo mejor.