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Lo que falta

Los pobres no se convierten indefectiblemente en delincuentes; cuando en el país hubo oportunidades de educación y empleo, los que apenas podían comer una vez al día buscaron el camino de la superación y muchos llegaron al éxito.

La idea clásica de que la pobreza genera delincuencia, ha sido rebasada con creces por una realidad brutal que tiene que ver con corrupción e impunidad. Aunque el poder público pretenda que la criminalidad se anida en los niveles bajos de la estructura social y política; el acontecer cotidiano se empeña en demostrar que el bandidaje se da en las alturas, en donde crece y florece como la verdolaga, planta rastrera difícil de erradicar.

Los pobres no se convierten indefectiblemente en delincuentes; cuando en el país hubo oportunidades de educación y empleo, los que apenas podían comer una vez al día buscaron el camino de la superación y muchos llegaron al éxito. Ciertamente que, como dice el dicho, en caja abierta hasta el santo peca y no faltó quien recurriera al delito para hacerse de mulas a la mala; pero, fueron más los que eligieron vivir de manera honrada.

Lo que falta

De ahí la enorme utilidad los programas oficiales para paliar el hambre de todos los días en los sectores marginados, y serían mejores con el apoyo del sector empresarial para la creación de más y mejores empleos; sin embargo, no pueden considerarse el punto central de las políticas de prevención de la delincuencia. Como tampoco el crecimiento desmedido de los cuerpos armados de mando centralizado para proteger a la población.

Todos los estudios que se han hecho al respecto, señalan que las protestas populares son útiles por cuanto sirven de catalizador para evitar manifestaciones de mayor calado; a fin de cuentas, son un mal menor que podría servir a las autoridades para tantear el agua a los camotes y no hacer la burra más panda. Pretender evitarlas puede llevar a una situación crítica de no retorno. Muy malo será cuando ya no haya esas manifestaciones.

Una opción viable y razonable es aceptar que la delincuencia y la inseguridad son el resultado de circunstancias y fenómenos complejos que no permiten simplificaciones pueriles. La desvinculación entre las autoridades y el cuerpo social, la clara violencia estructural, las injusticias evidentes y las conductas delictivas en las élites poderosas e intocables, fueron la simiente del conflicto, la delincuencia, la violencia y la seguridad.

La injusta distribución de la riqueza, que deja a grupos significativos de la población fuera del goce de muchos de los productos y servicios que la sociedad capitalista-consumista produce y anuncia, con una propaganda tan agobiante que da la impresión que sin los objetos de moda no eras nadie y ni siquiera vale la pena vivir. Esta injusticia no sólo deja a un sector importante de la población sin un nivel equitativo de recursos, sino que, además, debe soportar el contraste de ver a otros gozando de manera fastuosa. 

El ingrediente que viene a agravar la situación es que una gran parte de los enormes capitales que se han logrado acumular en el último medio siglo en México, son de origen dudoso. Los hombres más ricos de México no han creado ni producido nada; sus fortunas se deben a la especulación, al tráfico de influencias, al abuso del poder. Un presidente de la República es alto ejecutivo de una empresas norteamericana a la que vendió un importante sistema de transporte. Un secretario de Hacienda ya era importante directivo de una empresa telefónica cuando ordenó acogotar a los residentes fronterizos con sus trafiques en aduanas y la creación de fideicomisos para esconder dinero público.

Dice un viejo y conocido refrán que cuando veas las barbas de tu vecino rasurar, pon las tuyas a remojar. Ha llegado el día en que alguno de los grandes pillos que se han enriquecido escandalosamente desde el poder, se llama a cuentas y es juzgado con apego estricto a la ley, con ello, muchos de los actos delictivos que a diario se cometen en el país habrán de abortarse. En el pasado, cuando un presidente llegaba al poder, enviaba a algunos pillos a la cárcel para dejar en claro que no habría de tolerar abusos ni robos; que bueno que esa sana costumbre se ha recuperado para que no haya impunidad.

Ahora toca el turno a las instancias judiciales para demostrar su capacidad y rectitud en el desempeño de la alta tarea que México y los mexicanos les ha confiado para limpiar el suelo del Anáhuac y que todo marche como debiera.