Editoriales > ANÁLISIS

Las lanzas jinetas

No ocurrió lo mismo durante la colonia y la expansión española en América

Fue el gran almirante a quejarse de que la mayor parte de cuanto habían ordenado que se le proveyese para su fantástica aventura, era de pésima calidad o estaba incompleto y que él, como autoridad de pleno por mandato de sus majestades, hacía reclamo y solicitaba justicia, más que con castigos, con una serie de enmiendas que él mismo había meditado. Por ejemplo, que las provisiones no se midieran ya por toneles, sino por toneladas, pues los toneles que le habían dado era más chicos que los ordinarios.

Al respecto, el historiador dominicano Cipriano de Utrera, escribió: "En la Función Judicial en La Española. La primera colonia española del Nuevo Mundo tuvo como administrador de justicia por delegación de los Reyes Católicos al Almirante don Cristóbal Colón Fontanarossa. Su facultad de administrar justicia devino de las 'Capitulaciones de Santa Fe', del 17 de abril de 1492, suscritas por los Reyes Fernando V de Aragón e Isabel I de Castilla en Santa Fe de La Vega de Granada, campamento militar desde el cual se tomó posesión del último reducto moro en la península Ibérica". 

Las lanzas jinetas

Sin embargo, el primer conflicto judicial del Nuevo Mundo no se da en estas tierras, sino en España. 'El Conflicto de las Lanzas Jinetas' desarrollado luego del Segundo Viaje de Colón en 1493. Ocurrió justo antes de embarcarse para La Española, pues los Reyes Católicos como manifestación de su autoridad y para ejercer cierto control militar, enviaron en la expedición a veinte escuderos lanceros de la Santa Hermandad, especie de cuerpo policial de la época fundado por la reina Isabel. Colón hizo todo lo posible para que éstos no se embarcaran en la nueva expedición; pero, con resultados infructuosos.

Por cédula real expedida el 23 de mayo de 1493 en el monasterio de Guadalupe, los reyes católicos dispusieron que: "Entre la gente que mandamos ir en la dicha armada, hemos acordado que vayan veinte lanzas jinetas a caballo, por ende vos mandamos que entre la gente de la hermandad que están en el reino de Granada escojáis las dichas veinte lanzas, que sean hombres seguros fiables y que vayan con buena gana, y los cinco de ellos lleven dobladuras (esto significa dos caballos cada uno o cabalgaduras de recambio), y que las dobladuras que llevaren sean yeguas", según el historiador don Ángel Cabrera.

El mismo autor sudamericano en su obra Los Caballos en América, explica como los soldados de la Santa Hermandad, aunque fueron rigurosamente escogidos, no trajeron sus cabalgaduras oficiales, ejemplares magníficos propios para las tareas castrenses; sino que los jugaron a los naipes mientras estaban en el puerto en espera de embarcarse y de esta suerte "los caballos que trajeron los españoles a América no pertenecían a esa noble casta, tampoco eran los más agraciados en cuanto a su configuración".

Los caballos que se embarcaron, para mayor coraje de Colón, fueron animales a los que ordinariamente se denominaba 'jaca rocines' que eran caballos de exagerada rusticidad, poca alzada y gran resistencia. Pero, eso, en lugar de resultar perjudicial, fue muy bueno. En vez de perjuicio, fue un buen cambio, porque fueron traídos a América caballos más rústicos e incansables, más adecuados para desenvolverse en el completo abandono en que luego quedaron, dispensándose por todo el continente. 

Como una paradoja histórica, hay que decir que la conquista de México y su punto de inflexión la caída de la Gran Tenochtitlán, no fue gracias al caballo, ese animal al que temían los aborígenes; sino a los barcos y canoas que construyó Cortés para el asalto definitivo, luego de muchos meses de asedio. El sitio de Tenochtitlán que duró 114 días durante los cuales el hambre, la sed y las enfermedades diezmaron a la población. Cortés cortó el suministro de agua y el abastecimiento de comida, lo que obligó a los mexicas a comer lo que hallaban: ratones, lagartijas, aves acuáticas, peces, raíces y lirio.

Ni el descubrimiento de América ni la conquista de México tuvieron mucho que ver con el caballo. Al respecto, explica Bernal Díaz del Castillo que: "Muy pocos españoles pudieron disponer en los primeros años de estos équidos que tan buena garantía les daban en el combate. Eran muy cotizados hasta el punto que preferían dejar morir a los indios aliados antes que a sus caballos, conscientes de que constituían su protección más preciada. En los primeros decenios, la escasez de équidos hizo que su precio se disparara. Las Casas se indignaba al comprobar que en La Española, en las primeras décadas del siglo XVI, se cambiaba una yegua por 80 personas de Pánuco, ¡por 80 ánimas racionales! 

Poco antes de la Conquista de México se cotizaban en 3.000 pesos de oro lo que obligó a algunos conquistadores a asociarse para su adquisición. Fue el caso de Pedro de Alvarado que adquirió una yegua alazana a medias con López de Ávila. Por su parte Francisco de Montejo, debió conformarse con un penco de feas hechuras que debió comprar a partes iguales con Alonso de Ávila. Pero todavía en torno a 1535 Alonso Martín, declaró que compró un caballo en el Perú por 1,200 pesos de oro. Prácticamente durante toda la Conquista, el caballo fue un producto escaso y, por tanto, privativo".

No ocurrió lo mismo durante la colonia y la expansión española en América. 

Luego de la conquista, se mantenía la costumbre del transporte de carga por medio de los tamemes. Los cargadores se colocaban en las afueras de los tianguis, donde esperaban a ser contratados. Los tamemes que servían en las expediciones de los pochtecas, los mercaderes, eran muy apreciados. Para cargar empleaban un mecapal ancho de cuero y de ixtle que se colocaban en la frente. En ocasiones usaban petlacallis, cestas de caña tejida, para resguardar la carga de las inclemencias climáticas.

Colón trajo 6 burros y fray Juan de Zumárraga propició la venida de burros y mulas de carga para aliviar el trabajo de la indios, de los cuales había sido nombrado defensor por el regente cardenal Francisco Jiménez de Cisneros. Los caballos pasaron a ser utilizados para la monta y el jineteo, dando lugar al deporte nacional de la charrería en México.

Gracias a los caballos, las mulas y los burros, la Nueva España llegó hasta lo que actualmente es Canadá, se extendió por Centroamérica y llegó a las islas Marianas y Filipinas, dando lugar el más vasto imperio que ha conocido la humanidad.

Todo comenzó el 23 de mayo de 1493, con una cédula real.