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Falsas promesas de amor

Uno de los chistes clásicos de la política a la mexicana, venido de la década de los 70s, dice que el candidato llegó a una comunidad rural y, luego de la comilona y la escucha de peticiones, afirmó que habría de construir un puente, como los que están de moda, y cuando le dijeron que por ahí no había río, sin inmutarse aseguró que también haría un caudaloso río. Así son las promesas de los candidatos que ofrecen bajar la gasolina.

Falsas promesas que, en las actuales condiciones, luego de los estragos del capitalismo de amigos que permitió que una cáfila de pillos se apoderara del Anáhuac para pujar por los primeros sitios en las listas de los hombres más ricos del planeta, resulta harto difícil, si no imposible, cumplir. Ya no está en manos de los mexicanos determinar los precios de las gasolinas o de los demás energéticos adjudicados a las trasnacionales.

Falsas promesas de amor

México, que a principios de esta centuria llegó a exportar 3 millones y medio de crudo al día, además de enviar al exterior gas y gasolinas; actualmente debe importar lo que necesita para poder garantizar la movilidad de bienes y de personas y para proveer a la industria, que también responde a intereses ajenos a México y los mexicanos. Y lo trae de fuera a precios elevados, a los que, de remate, adiciona altísimos impuestos.

En este momento, en vísperas de las elecciones más complicadas que ha tramado el sistema político mexicano siguiendo el dicho: “a río revuelto, ganancia de pescadores”, los precios de los energéticos se ha ido a las nubes luego de los acuerdos que tomaron los grandes productores, especialmente los integrantes de la Organización de Países Productores de Petróleo y los Estados Unidos, que se yergue como el puntero en el sector; sin embargo, en México se mantienen bajos con el pérfido cuento del subsidio.

No se han querido homologar para que los aborígenes no eleven sus de por sí ya muy altos niveles de irritación por la entrega de los bitúmenes a los empresarios de fuera; pero, una vez que pasen las elecciones, recobrarán sus niveles, de acuerdo a los precios internacionales y los impuestos con que se gravan en el país. Ya pasada la campaña, el ramalazo será de pronostico reservado, y ni Dios padre con todo podrá de mitigarlo.   

Para hablar de números, hay que señalar que, al inicio de año aumentó la dependencia de las gasolinas importadas, pues 75% del combustible que se consume en México proviene principalmente de Estados Unidos, donde se compra un promedio de 899 mil 800 barriles de petrolíferos diarios, de los cuales 64% (576 mil 600 barriles por día) fueron de gasolinas. Por lo que hace al diesel, se importaron más de 211 mil 200 barriles, lo que permitió cubrir al menos 71% de las ventas totales al interior del país.

Hablando en dinero contante y sonante, el pago por las compras de petrolíferos que se trajo del extranjero en el mes de enero, alcanzaron la friolera 2 dos mil 184.1 millones de dólares, lo que equivale al 9.9% más en comparación a los mil 988.2 millones de dólares del mismo mes de 2017; en cambio, por la exportación de petróleo con un aumentó de 30.6% en el mismo periodo, apenas alcanzó mil 993 millones de dólares, lo que echa por tierra el argumento de que es más costeable vender crudo y comprar gasolina, que vienen manejando los operadores huehuenches del sector energético.  

El fracaso de la política energética del régimen que agoniza, aunado al perjuicio que se ha provocado al país, queda en evidencia cuando los precios de las gasolinas en México son más altos que los que rigen en países no productores de petróleo, como son Chile y China, donde no pasan de 20 pesos el litro, cuando aquí hace tiempo que superaron ese tope.

El efecto del debate de anoche se verá a cuando menos tres días de distancia, cuando los capitanes de los poderes fácticos, especialmente los del gran capital, hagan sus cuentas y determinen quién será el que peleará la Presidencia con el puntero.