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A la buena o a la mala

Este día se cumplen diez años de que 27 países de la Unión Europea, encabezados por Inglaterra y Alemania,  determinaron elevar la jornada laboral ordinaria de 48 a 65 horas semanales y la derogación de la normatividad que consideraba el tiempo extra como especialmente remunerado, lo que habría de marcar un brutal retrocesos en los derechos de los trabajadores a disponer de tiempo para el descanso y la recreación.

Tan pronto como se dio a conocer la decisión de la Comisión Europea del Trabajo, se dejaron oír voces expertas en contra, como la del Dr. John Messenger, investigador principal del Programa sobre las Condiciones de Trabajo y del Empleo de la OIT (Organización Internacional del Trabajo), quien hizo hincapié  desde su gabinete en Ginebra del probable impacto negativo para la salud y seguridad de los trabajadores, y también para el equilibrio de su vida laboral y privada, que resultaría de una semana generalizada de hasta 65 horas. Trabajar en exceso no hace bien a ninguna persona.

A la buena o a la mala

La Organización Internacional del Trabajo publicó un estudio previo, en el que señala que: “En las economías modernas, activas las 24 horas del día y los siete días de la semana, el tiempo se ha vuelto algo escaso. En Nueva York, Ginebra y otras ciudades, los trabajadores tienen cada vez más dificultades para adaptar sus horarios de trabajo a las necesidades de su vida familiar y personal”. Luego, aborda diferentes opiniones.

Por ejemplo, el Profr. Jon Messenger, coautor del estudio Horario de trabajo decente y funcionario principal encargado de estudios para el Programa de la OIT sobre las condiciones de trabajo y empleo, expresó que: “Un horario de trabajo decente debe respetar la salud y seguridad del trabajador, ser compatible con su vida familiar y favorecer su calidad de vida. Desde luego, también debe responder a las necesidades de las empresas en materia de productividad y competitividad. Con un horario de trabajo decente, el trabajador debe poder organizar sus jornadas laborales según sus necesidades y preferencias”. Introdujo el concepto de la flexibilidad de los horarios.

Luego de arduos meses de discusión, a finales de diciembre del 2008, la Eurocámara rechazó ampliar la jornada semanal de trabajo a 65 horas. Los eurodiputados dieron su apoyo a la enmienda de un parlamentario español que paraliza la llamada directiva de las 65 horas y obliga a los gobiernos de los 27 países a negociarla de nuevo, pues la iniciativa es considerada como un gran retroceso en los derechos de los trabajadores.

También se voto en contra de los ‘opt-out’, es decir, las excepciones al límite de 48 horas que ya funcionan en algunos países de la UE y que permiten alargar las jornadas semanales. Londres, máximo impulsor con el apoyo de algunos países del este de Europa, pedía que el ‘opting out’ o libertad de opción, fuera la norma y que empleados y empleadores negociaran libremente la duración de las jornadas, con un límite de 60 o 65 horas semanales, a contar en una media de tres meses. Además la jornada podría ampliarse a 78, teniendo en cuenta los límites mínimos de los tiempos de descanso.

El tiempo dio la razón a los opositores a la ampliación de la jornada laboral y en los días que corren, lejos de crecer, ha disminuido. En Inglaterra, pero de manera especial en Alemania, el gobierno progresista de Angela Merkel ha reducido su jornada laboral en 4 horas y, además, ha mejorado la productividad de sus empresas. Actualmente, el alemán trabaja ordinariamente 35 horas semanales.

El eurodiputado Niklas Johocvick, ha señalado que: “Hemos comprobado que nuestro trabajadores rinden más cuanto menos tiempo pasan dentro de la oficina. Es una forma de incentivar la productividad”.  

Y, ¿en México? Oh, México es un tema aparte; en este país el gobierno ya autorizó jornadas laborales de 84 horas semanales con pago de 88 pesos diarios a fin de preservar la salud de la macroeconomía y de impulsar el desarrollo industrial del país, abierto a los mercados mundiales por sus altos niveles de competitividad basada en la mano de obra calificada y extremadamente barata.

En México no hay horas extras, prestaciones ni seguridad social; menos se cuentan los traslados y periodos de descanso en las muy largas jornadas laborales como parte del trabajo.

Es que, cómo México, no hay dos. Aquí no hay posibilidad de discusión; el Congreso está al servicio del amo; es por las buenas, o por las malas.