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La razón de la sinrazón

Aunque aseguran medios importantes del país que los grandes empresarios ya fumaron la pipa de la paz con el candidato puntero en la carrera por la presidencia, las acciones que siguen llevando a cabo demuestran lo contrario. Se ha hecho circular un panfleto en el que, de manera subliminal, se conduce al lector hacia conclusiones a todas luces falsas. Se pinta a los magnates como apóstoles de la prosperidad nacional.

Se afirma que el grueso de los mexicanos tienen empleo, vivienda, educación, salud, seguridad, cultura y recreación, gracias a los impuestos que pagan las empresas a la administración pública para que ésta los opere de una manera adecuada a fin de tener una redistribución justa con base a los estudios demográficos y las necesidades de cada una de las muchas regiones que integran el vasto territorio nacional.

La razón de la sinrazón

Si tal cosa ocurriera, México habría superado desde hace muchos años los niveles de atraso, desigualdad y falta de oportunidades que han dado como resultado una severa irritación social que se manifiesta de múltiples maneras. Los ejemplos que vienen al caso menudean, desde la asolada Finlandia que emergió de la Segunda Guerra Mundial en ruinas y que se ha convertido en una potencia industrial electrónica y maderera, y, desde luego, los gigantes del Sudeste Asiático, que han aprovechado toda oportunidad.

Pero, no. En México, el capitalismo de amigos, protegido por las instancia de gobierno, ha generado un puñado de potentados que se pelean, palmo a palmo, las posiciones entre los mas ricos del planeta, a costa de la miseria de las mayorías que sobreviven con un salario mínimo de 88 pesos diarios, que viene a resultar tan inconstitucional como inmoral. Potentados estos que no sólo no pagan impuestos, sino que reciben de la Secretaría de Hacienda devoluciones, subsidios y estímulos, una ganancia adicional.

Un niño que va a la escuela solamente con la bendición y unos pesos para adquirir el desayuno, debe pagar el 16 por ciento de impuesto por valor agregado, además del 8 por ciento por cada 100 gramos de Impuesto Especial sobre Producción y Servicios al comprar una concha y una agua endulcorada con sabor a chocolate. ¡Es un causante cautivo!, que no tiene forma alguna de eludir el pago de esos impuestos al gobierno.

En cambio, según el estudio que publicó Alejandra Padilla: “De 2015 a 2017, el Sistema de Administración Tributaria les condonó seis mil 724 millones 114 mil 833 pesos a cuatro mil 576 contribuyentes. Cinco empresas concentran 52 por ciento del total y el órgano desconcentrado de la SHCP se niega a dar a conocer las razones precisas por las que decidió desistir en la recaudación de esos impuestos y multas”.

A las grandes empresas se les beneficia de diversas maneras y, sin embargo, a las que realmente aportan al país y a los paisanos, se les acogota, como recientemente señaló Alejandro Salcedo Pacheco, presidente de la Asociación  Latinoamericana de Micros, Pequeños y Medianos Empresarios, quien señaló que: “Como pymes industriales les vendemos, maquinamos o automatizamos algunas líneas de producción, pero las condiciones de pago y trato son voraces. Ellos sí nos exigen que cuando vamos a hacerles mantenimiento a sus grandes consorcios tengamos a los trabajadores con seguridad social porque ellos no quieren cargar si hay un accidente laboral dentro de la empresa, pero ellos no lo hacen con sus propios trabajadores”.

Además hizo hincapié en que: “Las más de 4 millones de micro, pequeñas y medianas empresas generan el 72 por ciento del empleo formal y aportan el 52 por ciento del Producto Interno Bruto del país”, lo que echa por tierra el argumento de los magnates, a quienes Salcedo Pacheco acusa de que: “Ellos representan un grupo que su tema es de control, son los hombres más ricos del país, pero sus empresas no tienen un mecanismo de integración con el trabajador de manera directa ni socialmente responsables como ellos se denominan”.

Como decía el maestro de Español, don Antonino Rodríguez, los magnates esgrimen la razón de la sin razón (Don Quijote).