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Por la justicia y contra la violencia

Cuando los hombres matan, nuestro trabajo como mujeres es luchar por la preservación de la vida. Clara Ztekin

Alma tuvo el primer lugar de su generación en la universidad. Desde niña fue así: dieces limpios en la boleta de calificaciones. Su mayor anhelo siempre ha sido estudiar más.

Cuando salió de la prepa su padre se negaba a que siguiera la carrera, pero la madre lo convenció diciéndole que pagaría los gastos vendiendo tortas en una escuela. Con su licenciatura bajo el brazo, Alma buscó trabajo recorriendo empresas y dependencias diversas. Pasaron tres años hasta que fue admitida en una oficina y comenzó llena de ilusiones tratando de hacer lo mejor en su trabajo. 

Por la justicia y contra la violencia

Pero las piedras en el camino no se hicieron esperar. El jefe empezó a piropearla, a ofrecerle el oro y el moro si aceptaba sus propuestas que incluían el ascenso anhelado. Ella lo esquivaba como podía y mientras tanto estudiaba un posgrado para tener armas y obtener el ascenso. Pero el añoso jefe no pedía maestrías y cada día resultaba más incómodo. Alma se armó de valor y se negó rotundamente a sus demandas. La reacción no se hizo esperar. El puesto lo obtuvo otra persona, alguien que apenas había terminado la prepa y sin experiencia alguna en la materia. Alma lo cuenta llorando, pero con el coraje para vencer la adversidad.

En contrario, Alejandra tenía como máximo sueño casarse y tener hijos. Y así lo consiguió muy joven, esmerándose siempre por construir el mejor hogar para su esposo y más tarde para los hijos que llegaron a completar la “familia perfecta”. Todo parecía miel sobre hojuelas: chequera abultada, casa inteligente, camioneta a la puerta, ropa de las mejores marcas. Pero un día se le acabó el paraíso. Los motivos de siempre ya sabe usted. Y se quedó sin casa, sin marido y con cuatro hijos. Un año entero con depresión le costó el fracaso y la frustración de ver que “la ley” falló a favor del señor para despojarla. Ahora, con casi cincuenta años ha empezado a estudiar una carrera y vende pasteles para sobrevivir.

Por otro lado Doña Maru casi no sale de su casa. Y salvo el tiempo que le dedica a la preparación de los alimentos, ella está siempre cerca del teléfono, esperando esa llamada que todavía no llega. Han pasado varios años de la desaparición de su hija y ella sigue esperando que entre por la puerta como lo hizo tantas veces. Mientras espera, Doña Maru reza y recuerda, porque ambas cosas le dan la fortaleza para resistir un dolor tan profundo. Y parece recordar todo referente a su amada hija. El día que nació, cuando llovía a cántaros y apenas llegó al hospital, la tarde que de niña se cayó de un árbol fracturándose una pierna, el 10 de mayo cuando le hizo una tarjeta que todavía guarda como tesoro, la feliz noche de su graduación y el sobre del primer sueldo que le entregó a ella con un beso. Y los recuerdos salen de sus ojos como suave lluvia. No hay amor más grande como el de madre, repite, y no hay pérdida peor que la de un hijo. Por eso habla con otras madres en su situación para rezar y recordar juntas. Y ellas se cuentan del amor y del dolor que las une, de la esperanza de volver a verles, de abrazarlos de nuevo… o al menos el consuelo de rezar en su tumba. 

Como Alma, Alejandra y doña Maru, muchas mujeres padecen grandes adversidades en el camino de la vida. Pero no se vencen. En medio de las grietas buscan la luz de la esperanza. A la pregunta de qué opinan del Día de la Mujer y las propuestas para parar el nueve de marzo próximo, las tres contestaron enlazando tres palabras: amor, justicia e igualdad. Eso esperan, eso quieren, eso piden, eso ofrecen. Tres palabras mayores. Si hay que parar, pues paramos, señalan: “pero no contra los hombres, sí contra la violencia, contra la violencia en todas sus formas, contra la injusticia que hemos padecido tantas”, enfatizan.

Otro 8 de marzo se aproxima y las mujeres seguimos aquí, pese a todo, dando la vida y dando cuenta de la mitad del trabajo del mundo. Sólo pedimos lo justo, lo que nos toca. Lo mismo en lo privado o en lo público. Qué mande el que pueda, dijo nuestra Amalia González Caballero con sabiduría. Pero que ya nadie mate, ni agreda, ni violente a nadie. En tiempos difíciles como los actuales, es necesario caminar juntos; construir con justicia, amor e igualdad nuevos y más justos escenarios. Como Alma, Alejandra y Doña Maru,  la mayoría de las mujeres queremos justicia y estamos contra la violencia. 

Conmemoremos todas haciendo notoria nuestra fortaleza. Contra la violencia y en defensa de la vida.