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Primavera sin besos

Cantamos porque creemos en la gente y porque venceremos la derrota. Cantamos porque el sol nos reconoce y porque el campo huele a primavera. Mario Benedetti

Es una de las expresiones más bellas y contundentes del poder de la naturaleza: la primavera, cuando todo se mueve, todo despierta, todo florece. La primavera es una patria, dice el poeta. Tal vez porque cuando llega nos sentimos acogidos entre sus olores, colores y sabores. La estación del amor, de las caricias espontáneas, de la piel al aire. Tiempo de luz, del sol que se acerca a la tierra y provoca un renacimiento, una renovación. El mejor recordatorio para sabernos vivos.

En ese sentido, la primavera es una estación ideal para re-nacer, para recomenzar. Porque al mismo tiempo que las flores y los árboles exhiben sus nuevos colores, los seres vivos renovamos energías en un país bendecido por el sol. No en vano Octavio Paz, llamaba a nuestro México, “país solar”, la patria luminosa.  Tiempo de fertilidad y apareamiento, pero también de florecimiento interior, la primavera nos invita a una renovación, pero no debe quedarse en el guardarropa o la apariencia, sino que incluya también mente y corazón. Reafirmar los lazos de amor, la fuerza de los deseos, las ganas de vivir.

Primavera sin besos

Y nada como la primavera para sentir. Los cinco sentidos se avivan para recibir la buenaventura. En lo personal pocas cosas espero con más gusto que el intenso aroma del azahar en marzo, las pequeñísimas flores blancas de los naranjos que inundan nuestra región citrícola con su efluvio fascinante. Es la primavera en nuestro cuerpo. Tan democrática, tan abarcadora., tan presente. Así en el alboroto de los niños, en los coloridos atuendos, en la inspiración manifiesta, en las pasiones encendidas. 

Pero este año, la estación del amor llega sin besos. Un virus diminuto se instala globalmente para recordarnos la fragilidad de nuestro ser. Porque es evidente que con todos los prodigios tecnológicos y avances científicos, nada ni nadie parece detener la amenaza del coronavirus. Poco se puede agregar al mar de tinta escrito, más que esta certeza de pequeñez ante lo que se presiente inevitable. Un democrático virus capaz de contagiar lo mismo al intendente que al presidente. Y los mexicanos, reconocidos por apapachadores, ahora recibimos la orden de contener el contacto.

Por desgracia, no sólo se trata de besos, sino también de vidas, de grandes pérdidas económicas y miedo a gran escala. Más cuando se dice incluso que es un virus de alta destrucción fabricado como agente de una guerra biológica. Ay, y uno ya no sabe a quién creerle, si a los expertos o a los todólogos que inundan las redes como agoreros del Apocalipsis. Lo evidente es que el temible virus ha conseguido lo impensable: detener a este mundo vertiginoso. Además parece estar sacando las peores reacciones humanas (y no lo digo solamente por el papel de baño). En ese contexto, recuerdo “Ensayo sobre la ceguera”, libro impresionante del Nobel José Saramago, que nos muestra la condición humana en momentos de graves crisis. En una espantosa epidemia de ceguera, al ir perdiendo la vista, la gente encerrada va dando tumbos en la oscuridad mostrando su bestia interna  o  aprendiendo a valorar lo perdido. ¿Cómo actuaremos nosotros? Esta pandemia ¿nos hará reconocer con humildad, a los soberbios ciudadanos del siglo XXI, el valor de lo esencial, eso que no se compra con dinero? ¿O aflorará lo peor de nosotros? ¿Y en esta patria dolorida, servirá para unirnos o será otra causa más para seguir el pleito fratricida?

En tiempos de estupor, incertidumbre y desasosiego, amenazados como estamos de muerte, bueno sería replantear nuestra vida, la única, la irrepetible. Aprovechar el tiempo de confinamiento para pensar y pensarnos. En una sociedad colmada de  egoísmo, indiferencia y frivolidad, en un mundo hiperindividualista donde se pierde la comunicación humana y crece el tiempo frente a las pantallas; en esta tierra con gente carente de conciencia ambiental y poderosos que sólo quieren más poder; un virus diminuto nos pone a prueba acercándonos al espejo para vernos tal como somos, ese interior al que poco nos asomamos, distraídos siempre con lo que pasa afuera. Sin el oropel de la mercadotecnia, sólo quedamos nosotros al desnudo. Humanos y vulnerables.

Con todo, la pandemia también nos ofrece la oportunidad de recomenzar, de renovarnos como los árboles en primavera. Sacar lo mejor de cada quien y edificar mejores escenarios en corresponsabilidad. Construir juntos esta noción de patria que se llama “nosotros”, como dice el poeta. Nadie puede solo. Ahora que todos queremos ser los primeros en reenviar memes y textos, seamos mejor los primeros en multiplicar el amor, la solidaridad, la conciencia. Cuidarnos y cuidar a los nuestros que significa cuidar a los otros. Sin besos pero con corazón. Seguir  sembrando conciencia y flores. Y seguir cantando, porque pese a todo, el campo huele a primavera.