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El oficio de la nobleza

Históricamente, la nobleza se entiende como la cualidad adquirida por herencia, por abolengo, por linaje; lo que dejarían fuera de las posibilidades del ser humano acceder a la nobleza por sus méritos propios y, en cambio, otorgaría tal gracia a personas que no tuvieran las características que implica el rango, especialmente por lo corresponde a las virtudes, entre las que destacan generosidad, disciplina y responsabilidad.

A partir del Renacimiento, esa deficiencias conceptual se corrigió y fue posible que un hombre de bien accediera a la nobleza y a la estima general, mediante actos derivados

El oficio de la nobleza

de su categoría moral: Lealtad y sacrificio a una causa; honradez a toda prueba en el manejo de los bienes o de los asuntos propios o ajenos que se le han confiado; valor y entrega en las empresas relacionadas con la defensa y preservación de la tierra y de cuanto ella signifique; honorabilidad en el trato con sus semejantes y con los débiles.

Al correr de los años, las grandes hazañas que abrieron las puertas de la nobleza a los caballeros andantes, a los magnos conquistadores, los atrevidos navegantes surcando los siete mares, han devenido en tareas menos espectaculares, más comunes; con un mayor contenido de lo cotidiano; pero que, siguen teniendo el mismo sentido moral de entrega, dedicación, empeño. No hay bridones ni carabelas sólo el oficio de la nobleza.

Oficio que se ejerce todos los días, como dijo Mario Cuomo, gobernador de Nueva York, poco antes de partir: “Observé a un hombre bajito con gruesos callos en ambas manos trabajar quince y dieciséis horas diarias. En cierta ocasión lo vi sangrar por las plantas de los pies; un hombre que llego aquí (a EE.UU., procedente de Italia) sin educación, solo, sin conocer el idioma, y que sin embargo me enseñó con la gran elocuencia de su ejemplo todo lo que me hacía falta saber sobre la fe y el trabajo arduo”.

Cuomo expresó con su elocuencia cómo sin proezas homéricas, lances quijotescos o hazañas colosales, un hombre simple puede acceder al pedestal de la nobleza con sólo ejercer el oficio de ser padre, oficio que fue definido por Juan Jacobo Rousseau, cuando afirmó que un buen padre vale por cien maestros, idea que después resumió otro de los grandes sabios, Albert Einstein, cuando dijo que el ejemplo no es la mejor manera de enseñar, sino la única. Ninguna palabra tiene tanto valor como el sencillo ejemplo.

Ejemplo que puede ser claro y diáfano como un día soleado para quien va dirigido, o no. Ejemplo que permanece como los buenos vinos, almacenado mientras madura, a fin de entregar sus cualidades de excelencia en el momento preciso, cuando el surco está presto para recibir la simiente de la que habrá de brotar el retoño de una nueva vida que se abre al mundo para seguir con la tarea de preservar la especie y sus frutos.

Mark Twain lo dice de una manera maravillosa, como toda su obra exitosa de escritor y orador con el singular ingenio y dominio de la sátira que lo hicieron tan popular a fines del siglo XIX: “Cuando yo tenía 14 años, mi padre era tan ignorante que no lo soportaba. Sin embargo, cuando cumplí 21 me quedé sorprendido de lo mucho que había aprendido él en siete años”. Con el mismo tema existe una abundante literatura.

Otro de los grandes que lo tocó fue Clarence Budington Kelland, escritor de cabecera de Buster Keaton, quien se consideraba a sí mismo con el segundo mejor escritor de América, aunque él mismo sabía que no lo era. Clarence dijo: “Mi padre no me habló de cómo debía vivir. Vivió y me dejó observarlo”, palabras que reflejan con precisión el oficio de la nobleza, esa que no se hereda, que no se tiene por linaje, sino que se va adquiriendo día con día, mientras se deja que los retoños vayan viendo como se asume la responsabilidad de vivir en plenitud, con honestidad y fidelidad a sí mismo para hacer de este mundo un mejor lugar para vivir y trabajar.

En esta fecha, en que se celebra el Día del Padre, no existe mejor regalo para los nobles caballeros de la mesa hogareña que el poema, magnífico poema, que escribió sin ser poeta, la Madre Teresa de Calcuta, una mujer investida de la mayor nobleza que alcanzó la santidad: “Ensenarás. Enseñarás a volar,/ pero no volarán tu vuelo. Enseñarás a soñar,/ pero no soñarán tu sueño. Enseñarás a vivir,/ pero no vivirán tu vida. Sin embargo.../ en cada vuelo,/ en cada vida,/ en cada sueño,/ perdurará siempre la huella/ del camino enseñado”.