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El gran mito del 68

Las palabras textuales, puestas en letras de molde antes de que intereses perversos crearan una realidad alternativa

El autor tuvo oportunidad de conocer al presidente don Gustavo Díaz Ordaz en sus momentos de apogeo. Era un hombre de temple, serio, disciplinado y eficiente. No merece el trato que le han dado los enemigos de la Revolución. Con testimonios fehacientes, se puede afirmar, de cierto, que jamás existió la Matanza de Tlatelolco.

Una de las primeras entrevistas concedidas por Luis González de Alba, representantes de la Facultad de Filosofía y Letras ante el Consejo Nacional de Huelga y uno de los más notorios activistas, luego de su regreso de su exilio en Chile, la concedió al autor y fue publicada en el Sol de Durango el sábado 30 de septiembre de 1971. Jamás se refiere al presidente de la República como un asesino. Dijo de él que fue un represor; pero no que tuviera las manos manchadas de sangre y menos que hubiera ordenado matar.

El gran mito del 68

Las palabras textuales, puestas en letras de molde antes de que intereses perversos crearan una realidad alternativa, dicen: “...los sucesos que culminaron en Tlatelolco, tuvieron su origen en un intrascendente pleito callejero entre estudiantes, que por la intervención de fuerzas represivas, creció hasta convertirse en un movimiento de grandes masas y adquirir perfiles políticos. El 2 de octubre es la grieta por donde se escapa la idea de una apertura democrática; pues, aunque el hecho trate de verse como un fenómeno natural, los que nos hemos dedicado a la profesión de no olvidar, seguiremos luchando por mantener vivo el recuerdo de este brutal golpe a las aspiraciones democráticas de nuestro pueblo”. ¡Nada de muertos!

En abono a las palabras de González de Alba, el periodista y escritor Francisco Ortiz Pinchetti publicó un texto en el portal digital Sin Embargo en octubre del 2016, en el que señala que: “Yo estuve en el tercer piso del edificio Chihuahua aquella tarde infausta. Luego hace notar la coincidencia entre lo que observó personalmente y lo que escribió Luis en su libro. Explica que: “Algo fundamental es el que no puede hablarse de un ‘genocidio’ y que el Ejército no fue a matar estudiantes, sino a dispersar la manifestación. En este sentido no hablaría tampoco de una ‘masacre’, pues no hubo esa intención. Soldados y estudiantes fueron víctimas de una emboscada”. 

En Los Símbolos Transparentes, Gonzalo Martré (Mario Trejo González, profesor y director de la Escuela Preparatoria Uno de la UNAM en el 68), dice a través de su personaje Humberto, presente en el mitin del 26 de julio en honor a la Revolución cubana: “Reflexioné en ese momento que, si bien no vivíamos en el paraíso, el mexicano no sufría persecuciones. Pensé también en la otra cara; el campesino y el obrero sometidos pacíficamente gracias a la gigantesca hábil deformación de la palabra ‘revolución’. La duda me llevó a creer que algo andaba mal, sin poderlo precisar, sólo intuyéndolo”. Lo que andaba mal era la inducción masiva de insatisfacción. En escuelas, sindicatos, clubes, logias, y, quizá con mayor vehemencia, entre intelectuales había una corriente crítica, un protagonismo más allá de la honrada medianía, soporte del desarrollo fundamentado en la propuesta simple de justicia social. 

Quizá el testimonio más autorizado para hablar del 68, sea el propio presidente Díaz Ordaz, quien en distintas ocasiones dijo: “Disiento totalmente del criterio muy personal de usted de que hay un hecho que ensombreció la historia de México. Hay un hecho que ensombreció la historia de unos cuantos hogares mexicanos…Rechazo totalmente que hubiera un México antes de Tlatelolco y otro después de Tlatelolco. Ni con el pensamiento se violó la autonomía universitaria”.

Cuando Octavio Paz renunció como embajador, dijo: “Me da mucha risa. Se erige en juez de acontecimientos que no presenció. Dice que yo soy responsable único; seguramente debe tener muchos datos, debió haber realizado una exhaustiva, minuciosa, agotadora investigación o habló sin ningún fundamento. ¿Renunció? ¡Nombre que va a renunciar!; muy cómodamente dejó la embajada plenipotenciaria en la India y pidió que se le pusiera a disposición para seguir cobrando dentro de la burocracia, ya en el país. Menciona centenares de muertos, desgraciadamente hubo algunos, no centenares, tengo entendido que pasaron de treinta y no llegaron a cuarenta, entre soldados, alborotadores y curiosos”.

Quizá la más contundente defensa es: “Se dirá que es muy fácil ocultar o disminuir difuntos; yo emplazo a cualquiera que tenga el valor de sus propias opiniones, y sostenga que fueron centenares, a que rinda alguna prueba, aunque no sea directa o concluyente; nos podría bastar con lo siguiente: que nos haga la lista con los nombres. Podrán decir, como se ha dicho en otras ocasiones, que se quisieron desaparecer los cadáveres, que se ocultaron, que se enterraron clandestinamente, que se incineraron, eso es fácil.

No es fácil hacerlo impunemente, pero es fácil hacerlo; pero, los nombres no se pueden desaparecer. Un nombre, que lo pongan ahí. Ese nombre, cuando desapareció corresponde a un hombre, a un ser humano, que dejó un hueco en una familia: hay una novia sin su novio, una madre sin su hijo, una hermana sin su hermano, un padre sin su hijo, hay un banco en la escuela que está vacío, hay un lugar en el taller, en la fábrica, en el campo, que quedó vacío”.

Con ello dio un portazo al gran mito.