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El amor de Diego

Cuando aquel 8 de diciembre nació Diego María de la Concepción Juan Nepomuceno Estanislao de la Rivera y Barrientos Acosta y Rodríguez, México tuvo a uno de sus más lúcidos embajadores en la globalización de aquellos años, en que no se exportaban los grandes capitales que ahora dominan al planeta, sino los talentos y las habilidades de hombre notables que hicieron valer la cultura mexicana en los escaparates de la moda.

Las crónicas señalan que Diego Rivera fue uno de los grandes muralistas mexicanos y quizá latinoamericanos del Siglo XX. La cultura autóctona siempre estuvo presente en sus obras, incluso cuando se contamina de las novedades europeas en sus viajes al París de las vanguardias, donde florecían los movimientos de vanguardia como el impresionismo, el expresionismo, el surrealismo, el cubismo, el puntillismo y demás. Su obra influyó a cientos de artistas y su vida sigue fascinando hoy por su irreverencia en lo político, su legendario hedonismo y un inexplicable atractivo para las mujeres.

El amor de Diego

Picasso, el eterno rebelde, no pudo sustraerse al estilo de Rivera y algunos de sus cuadros más notables tienen tanto el dibujo como el colorido terroso de Diego. Quizá la diferencia más notables de los grandes maestros de su tiempo es que consideraba al arte como un medio utilitario, de trasmisión de ideas y pensamientos para quienes pudieran observarlo. Quizá por ello sus murales son el reflejo del México indígena.

Transcurrió su azarosa existencia en varios países. Además de México, vivió en Ecuador, Bolivia, Estados Unidos, Argentina, Francia, Italia y España, y según los albaceas de su legado, dejó unas 10,058 obras, lo que pone en evidencia su empeño por el trabajo y por su pasión por la política casi tan grande como su pasión por las mujeres en lo general, a las que amó y dedicó parte de su arte y de su fortuna, tal vez porque su encanto era escaso. Desde muy joven se inscribió al partido comunista.

Ese afán por el marxismo le ocasionó problemas durante sus viajes a Nueva York en donde pintó un mural para el Rockefeller Center en el que incluyó el retrato de Lenin. La obra fue destruida; no se aceptó una figura comunista en el blasón del capitalismo.

Pero, fuera de ahí, como acérrimo anticapitalista, en los apuntes y bocetos de Rivera se encuentran plasmadas las múltiples formas de explotación de los trabajadores.

Fueron pintadas entre 1923 y 1924, las escenas de las distintas formas de trabajo, y de sometimiento laboral, escenifican el marco social que para el pintor fueron el llamado a la revolución. Como contraste, su obra también se refleja la fascinación que le causó la revolución tecnológica experimentada en los Estados Unidos por el capitalismo.

Aparte de los murales, principalmente los de Palacio Nacional y la Secretaría de Educación, Diego Rivera fue magistral en sus obras de caballete. Entre las que fueron más famosas están sus paisajes y personajes populares mexicanos, en las que ensalzó siempre la dignidad del indígena y también los muchos retratos que realizó de mujeres de la alta sociedad de su país, entre las que no podía faltar María Feliz, de quien se dice que estaba enamorado. De sus estancias en Europa, algunos de sus lienzos tienen una clara influencia cubista. Especialistas en su obra señalan que el industrialismo, la revolución comunista y el indigenismo fueron los tres elementos principales que marcaron su trayectoria vital y política. Además de la época creativa.

Fundador del Partido Comunista Mexicano, Diego Rivera visitó la Unión Soviética en 1927-1928.  De regreso a México, se casó con la pintora Frida Kahlo, que había sido su modelo, y persuadió al gobierno mexicano a que concediese el asilo político a León Trotski en 1936, lo que le valió la expulsión del Partido.  De 1930 a 1934, vivió en Estados Unidos, donde realizó los murales de la Escuela de Bellas Artes de San Francisco, del Instituto de Bellas Artes de Detroit y del Rockefeller Center de NY.

Hay una anécdota que dice que en Europa, Rivera logró relacionarse con grandes artistas como Alfonso Reyes, Cézanne y Mondigliani; pero es, sin duda su relación con Pablo Picasso la que más llamó la atención. Ambos eran muy buenos pintores y es por eso siempre existió una rivalidad cobijada por la amistad. Tal como lo señaló en una entrevista Guadalupe Rivera, hija del artista, su padre pensaba que Picasso era un genio, aunque carecía de originalidad a tal grado que varios de sus amigos artistas solían esconder sus obras para evitar posibles plagios cuando Pablo iba a sus talleres.

Diego Rivera, ya entrado en años, realizó sus últimas obras en mosaico de piedras naturales, como las del Estadio de la ciudad universitaria, y en el Teatro Insurgentes. El 29 de julio de 1955, casi un año después de la muerte de Frida Kahlo, Diego Rivera contrajo matrimonio por cuarta vez, con Emma Hurtado. Ella permaneció al lado del pintor hasta su muerte, que sucedió el 24 de noviembre de 1957 en la Ciudad de México.