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Entre Trump y Merkel

La diferencia de los líderes de América y Europa es que el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, es afecto a la pendencia, según él para presionar al oponente y sacar ventaja; en cambio la canciller federal de Alemania, Ángela Merkel, es proclive a la charla, el diálogo y la negociación. Ni que decir que aquel tiene la casa revuelta y no sería peregrino que pierda algunas batallas, mientras que ésta sigue siendo el Poder.

Al presidente Trump se le está enredando la pita por su tajante rechazo a la migración en el país que está hecho por capas superpuestas de migrantes de todos los rumbos del planeta, como bien pueden constatar quienes visitan el Museo de la Migración en la isla de Ellis, junto a la isla en que se encentra la famosa estatua llamada La Libertad Iluminando al Mundo, regalo de Francia a Estados Unidos por ser tierra de promisión.

Entre Trump y Merkel

A la canciller, que por mas de una década ha sido considerada la mujer más poderosa del planeta, que domina el ruso y el ingles, demás de sus lengua materna y entiende otros idiomas más, no le han faltado problemas; pero, de todos ha logrado salir avante no siempre imponiendo sus criterios, sino conjugando voluntades y propósitos para llegar a un acuerdo positivo para todas las partes. En cuanto a la migración ha cedido.

En 2015, cuando el presidente de la Unión Europea, Donald Tusk, advirtió: “La ola de migración no es un incidente aislado sino el principio de un éxodo real, lo que significa que tendremos que tratar con este problema en los próximos años; el éxodo podría durar años”; la canciller decidió que Alemania recibiría 500 mil refugiados por año a medio plazo, además, vaticinó que la llegada de los migrantes habría de cambiar profundamente el país; pues para cubrir sus necesidades de mano de obra, según un estudio hecho por Instituto de Estudios sobre el Mercado Laboral bajo encargo de la Fundación Bertelsmann, se requeriría una cantidad superior en el mediado plazo.

La canciller, una química con doctorado en Ciencias Políticas, no sólo entendió las necesidades de la gente que huye de la violencia, de la falta de oportunidades y de la miseria; también intuyó que los países desarrollado son naciones envejecidas, en las que se requiere de la sangre joven proveniente de los países del Tercer Mundo para hacerse cargo de los sistemas de producción y de las instituciones de asistencia social.

En cambio, en los Estados Unidos, han tenido que enmendarle la plana al presidente que se niega a ver la realidad y que parece desconocer los principios fundamentales del texto constitucional y de las leyes que tienen que ver con la migración. El pasado 20 de noviembre, el juez federal Jon Tigar del Tribunal de Distrito de Estados Unidos en San Francisco ordenó al gobierno de Trump que volviera a aceptar las solicitudes de asilo de los migrantes sin importar de dónde llegan o cómo ingresaron al territorio.

Textualmente, señaló Tigar que: “Sin importar el alcance de autoridad que tiene el presidente, no puede reescribir las leyes de migración para imponer una condición que ha prohibido expresamente el Congreso”. Este golpe ha dividido aún más a la sociedad norteamericana, en ese fenómeno conocido como polarización, que se hace cada vez más dramático y alcanza niveles de encono que no son nada recomendables.

Lo cierto es que la Ley de Inmigración, reza que: “Los extranjeros que toquen tierra estadounidense son elegibles para solicitar asilo. No pueden ser deportados de inmediato”. Pero, más cierto aún es que según Mark Borman, director de operaciones de Taylor Farms en California: “Nuestra fuerza laboral está envejeciendo. No estamos atrayendo gente joven a nuestra industria. No están llegando inmigrantes. ¿Cómo enfrentamos esta situación? Con innovación”.

¿Será?