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De haber, ¡sí hay!

Hoy, más que nunca está vigente la obra del escritor argentino nacido en Bélgica y nacionalizado francés, Julio Cortázar, quien, con un solo libro al principio de su rica y vasta producción literaria, revolucionó la literatura de la América indiana iniciando la corriente del realismo mágico que tantas prendas ha dado a los autores de la región. 

Ya eran reconocidos Kafka y Carroll; pero, hacía falta un autor que abandona el rígido molde de la objetividad para adentrarse en la subjetividad.

De haber, ¡sí hay!

Con Rayuela, salida a la luz pública en París, el  28 de junio de 1963, amplía los ámbitos de la creación literaria e incorpora a la obra al lector; ya no como Cervantes, que lo hace un agudo receptor de sus reflexiones; sino como protagonista que puede encontrar tramas ocultas y finales insospechados. El libro está diseñado de tal suerte que puede leerse de formas diferentes y encontrar siempre una sorpresa que no está contenida sino venida de la imaginación.

No fue galardonado con el Premio Nobel de Literatura; ni siquiera recibió el Cervantes; pero, fue pionero y como dijera Machado, hizo camino al andar. Dijo: "Yo creo que desde muy pequeño mi desdicha y mi dicha, al mismo tiempo, fue el no aceptar las cosas como me eran dadas. A mí no me bastaba con que me dijeran que eso era una mesa, o que la palabra madre era la palabra madre y ahí se acaba todo. Al contrario, en el objeto mesa y en la palabra madre empezaba para mí un itinerario misterioso que a veces llegaba a franquear y en el que a veces me estrellaba. En suma, desde pequeño, mi relación con las palabras, con la escritura, no se diferencia de mi relación con el mundo en general. Yo parezco haber nacido para no aceptar las cosas tal como me son dadas".

Este gran creador, en su paso por el mundo, estuvo en México y aquí hizo lo que puede ser una perspicaz reflexión de México y de la América toda. En el opúsculo de monitos llamado Fantomas contra los vampiros multinacionales, hace un acre crítica al avance del capitalismo salvaje y cómo va destruyendo la cultura y la economía de las naciones que deben renunciar a su esencia para poder sobrevivir un mundo competitivo en el que los sentimientos de solidaridad no importan.

El texto de Cortázar es de denuncia. Una denuncia del desasosiego que en nuestros países han ocasionado los intereses de las empresas anónimas multinacionales; pero también la denuncia de las limitaciones del héroe individualista, aun si éste es Fantomas, quien solo jamás podrá enfrentar los problemas por los que atraviesan las sociedades latinoamericanas; es necesaria, puede advertirse, más que la aparición del revolucionario, la de una revolución en la que todos estén involucrados, esa es la lección que para sí y para nosotros nos entrega el Cronopio mayor. La revolución que inició con el trabajo de un hombre; pero que triunfara con el de todos.

En las primeras páginas se echa de ver el carácter de la obra: "Exilados, claro, pensó el narrador. No tiene nada de extraño ni aquí ni en cualquier parte. De Chile, del Uruguay, de Santo Domingo, de Brasil; exilados. De Bolivia, de Colombia, la lista era larga y siempre la misma; exilados. Algunos habrían acudido para asistir a las sesiones del Tribunal Russell, para dar testimonio de persecución y de tortura; otros ya estaban ahí, ganándose la vida como podían o sobreviviendo en un mundo que ni siquiera era hostil, simplemente otro, distante y ajeno. En Munich, en París, en Londres era lo  mismo, las voces latinoamericanas, los gestos reconocibles, las sonrisas o los largos, melancólicos silencios. Turismo: la mera palabra era un insulto, una bofetada. Bien se distinguía a los turistas, su manera de vestir y su aire de vacaciones. De todos los que acababa de ver, acaso solamente las dos chicas venezolanas eran turistas; el resto estaba ahí barrido por el odio de lejanos déspotas, haciendo frente a su destino de incierto término. Los exilados, el vago perfume de pampas y sabanas y selvas".

Julio Florencio Cortázar Descotte nació en Bélgica el 26 de agosto de 1914; murió en París, el 12 de febrero de 1984. Su obra es prueba de que sí hay en América voces eternas de denuncia y rechazo.