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Crisis y debate

Las demandas del sector patronal encajan perfectamente dentro de las acciones perpetradas por los gobiernos neoliberales

La crisis provocada por la confluencia de circunstancias adversas, ha generado un debate sobre las acciones que debe aplicar el estado mexicano para salir avante con los menores daños posibles y con la dinámica necesaria para emprender la recuperación. Por un lado, a partir de las experiencias previas, se busca proteger a las mayorías, en el entendido de que en democracia el poder del pueblo está por encima de otros intereses particulares o colectivos; del otro, los que reclaman privilegios.

Hasta el momento, la argumentación del gobierno es un llamado a la solidaridad para que no haya despidos ni castigo de salarios que afecten los ingresos de aquellos que sobreviven en una pobreza consuetudinaria a causa de la precarización paulatina del trabajo; la del sector patronal tiene que ver con la postergación del cumplimiento de las obligaciones fiscales, asegurando que eso no significa una cancelación de las mismas. La diferencia es que una es a futuro y la otra tiene que ver con el pasado.

Crisis y debate

El llamado de la administración pública para no perjudicar al asalariado, que literalmente vive al día, tiene aplicación a partir de la contingencia y las medidas que han recomendado las autoridades del sector sanitario; la demanda de los empresarios tiene aplicación inequívoca en lo que sucedió antes de que apareciera la pandemia, esto es, el pago de los impuestos que causaron sus operaciones en las distintas ramas del quehacer productivo y de los ingresos obtenidos con ellas durante el año pasado.

Para el asalariado es algo que puede tener a partir de la voluntad, buena o mala, de su empleador; para el patrón es algo que ya tiene y que obtuvo del rendimiento que tuvo el trabajador en sus empresas. Aunque la diferencia pueda asumirse como muy sutil o muy elaborada, no deja de tener un sustento real efectivo. El despido o reducción de salario, afecta a una familia; el aplazamiento del cumplimiento de las obligaciones fiscales ya generadas, afecta al Estado y el desempeño de su tarea.

Las demandas del sector patronal encajan perfectamente dentro de las acciones perpetradas por los gobiernos neoliberales que entregaron el poder político al poder económico; que idearon los pactos de estabilidad en que perdían los muchos y ganaban los pocos; que llevaron a cabo los rescates de las empresas privadas tronadas por la corrupción e ineptitud de sus dueños u operadores gerenciales (Fobaproa, rescate carretero, rescate azucarero, etc). Los ricos fueron más ricos y los pobres más aún.

Esas ideas vienen de las propuestas de Milton Friedman y Robert Lucas, quienes en la década de 1970, ante la pérdida de dinamismo de las economías desarrolladas, la caída de las tasas de ganancia y la estanflación, vieron la oportunidad perfecta para que el neoliberalismo montara su ataque al Estado social. La teoría económica neoclásica logró recuperar su papel dominante. El modelo matemático de crecimiento y sus modelos macroeconómicos, también matemáticos, basados en las expectativas lógicas, permitieron a la teoría económica neoclásica demostrar la autorregulación de los mercados.

Ahora, luego de las terribles consecuencias que han llevado a ahondar profundísimamente la brecha que separa a los que tienen en abundancia, nunca antes vista, y los que de todo carecen, se tiene la certeza, también lógica y matemática, de que la autoregulación de los mercados no existe, como no existe el libre mercado. Los mercados están dominados por el poder económico (capitalismo), por el poder político (socialismo), el poder sectario (estados confesionales) o por el obrero (comunismo).

Así mismo, desde la cena de Salinas para acá, una coalición entre ricos inversores y una clase media de brillantes profesionales financieros utilizó el neoliberalismo como un instrumento ideológico para su enriquecimiento. El sistema financiero que debía promover el desarrollo del país, se transformó en un proceso de creación de riqueza financiera ficticia y de apropiación de una parte considerable de esa riqueza por entidades financieras que operan el crédito en niveles rayanos a la usura descarnada. 

Cuando Maquiavelo, el padre de la política moderna, se enfrentó al dilema que planteaba la existencia del Estado como un principado o una república, expresó: “Por tanto, un príncipe, viéndose obligado a sabiendas a adoptar la bestia, tenía el deber de escoger el zorro y el león, porque el león no se puede defender contra las trampas y el zorro no se puede defender contra los lobos. Por lo tanto es necesario ser un zorro para descubrir las trampas y un león para aterrorizar a los lobos”.

En estas horas aciagas, quizá más que nunca, México y los mexicanos debe estar con los sentidos muy alertas para descubrir las trampas de quienes han salido beneficiados por el capitalismo salvaje y pretenden, una vez más, no sólo proteger sus intereses válidos, sino sacar raja de las acciones que tome la administración pública; hay que actuar como el zorro. Pero, también como el león para no sucumbir ante los arteros y feroces ataques de los lobos, especialmente los vestidos con piel de oveja.

No se necesita volver a señalar los ingresos superlativos que tuvieron los magnates y las empresas que dominan la economía nacional. Fueron extraordinarios, tanto que el número de multimillonarios en dólares se elevó. Ganaron mucho, quizá es conveniente que cumplan con sus obligaciones fiscales en tiempo y forma.