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Carácter, inquebrantable voluntad

Justo Sierra escribió que: "... liberales, como Melchor Ocampo, Miguel Lerdo de Tejada, Ignacio Ramírez y Benito Juárez, hombres cuya cualidad suprema fue el carácter y la inquebrantable voluntad; esos hombres que tuvieron que derrumbar creencias, preocupaciones, hábitos, supersticiones, falsas doctrinas. Fue una generación que emprendió una tarea titánica, de la transformación social de México, mediante la supresión de las clases privilegiadas por la ley; la desamortización de la propiedad territorial; la educación laica del pueblo mexicano".

Cada uno de los próceres de la generación del 57 en el siglo antepasado tenía sus propias habilidades y atributos; pero, todos ellos reconocieron el liderazgo de Benito Pablo Juárez García por cuanto representaba su persona; por los singulares atributos morales e intelectuales que le caracterizaban y por el gran sacrificio que significó llevar a cuestas la República durante los días aciagos del Segundo Imperio Mexicano.

Carácter, inquebrantable voluntad

Juárez nació el 21 de marzo de 1806, en San Pablo Guelatao, estado de Oaxaca. Fue un niño indio de raza zapoteca que quedó huérfano a tierna edad y debió ganarse el sustento en las labores del campo y pastoreando ovejas. A los doce años de apenas conocía algunas palabras del idioma español. Venía, pues, de la entraña misma de la tierra morena que luego supo defender. Dicen algunos historiadores que huyó de su pueblo para ir a Oaxaca; más bien, fue en pos de su destino.

En Oaxaca se preparó con esmero y dedicación, estudiando Teología y Derecho, para graduarse de abogado en el Instituto de Ciencias y Artes de Oaxaca. Dedicó los primeros años de su carrera a la defensa de los derechos de los pueblos indígenas de su estado. Un intelecto de tantas luces no pudo pasar desapercibido por las agrupaciones liberales y filosóficas que pronto lo acogieron en su seno para impulsar una carrera notable que entendía como pocos el sentido del imperio de la ley.

Su tarea en la cátedra y en la rectoría de su aula mater y su desempeño por diversos cargos del Poder Judicial en su estado, fueron interrumpidas por la Invasión Norteamericana, debiendo hacerse cargo de la gubernatura para mantener vigentes las instituciones. Este acontecimiento y el retorno a la Presidencia de la República de Antonio López de Santa Anna, ya no le permitieron tener un momento de reposo. Los acontecimientos se le vinieron encima y supo responder presto.

El 17 de julio de 1861, el gobierno de Juárez decretó la suspensión de pagos de todas las deudas públicas, lo que originó una airada reacción de Inglaterra, España y Francia, que reclamaron la cancelación de esa medida. Como el gobierno mexicano no pudo atender esa demanda, sus gobiernos determinaron dar por canceladas las relaciones diplomáticas con México. Fue entonces cuando los conservadores vieron la oportunidad para realizar sus objetivos de establecer una monarquía en el país y de dar marcha atrás a las Leyes de Reforma, especialmente la Ley de Nacionalización de Bienes Eclesiásticos, la Ley de Matrimonio Civil, la Ley Orgánica de Registro Civil, la Ley sobre Libertad de Cultos y la Constitución de 1857.

Los franceses ocuparon México y apoyados por los mexicanos vende patrias de aquella época, impusieron en el gobierno a un príncipe rubio, obligando a Juárez a llevar por todo el territorio la honrosa representación que el pueblo le había confiado. Fue un peregrinar azaroso; pero, en ningún momento existió la menor duda. Se dice que la generación de Juárez fue la que consumó la segunda independencia de México. Juárez es el paradigma de la defensa de la soberanía nacional sobre la intervención extranjera; de la sociedad civil sobre las corporaciones dogmáticas; del estado de derecho sobre el golpe militar; del laicismo sobre la intolerancia.

Pero, no sólo fue el gobierno el que combatió a los invasores y a los traidores. Por todo el país, la resistencia popular no sólo resultó victoriosa como en Miahuatlán y en La Carbonera; el 5 de septiembre, en el istmo de Tehuantepec, hombres y mujeres zapotecas de Juchitán y de los pueblos aledaños, armados con escopetas viejas, palos, machetes y hondas, dirigidos por Máximo Pineda, habían asestado el primer gran golpe contra un batallón imperialista, denominado La Cola del Diablo, compuesto por zuavos, húngaros y adeptos istmeños a la causa imperial.

Fue el impulso de un pueblo, de una nación dispuesta a conseguir su derecho a existir en libertad, con justicia y haciendo realidad el apotegma juarista: "Entres los individuos, como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz".