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Lo que un hijo te da

Lo digo por enésima ocasión: mis hijos han sido mis mejores maestros.

A continuación comparto una de sus grandes enseñanzas, que registré en el diario de Chuy el 13 de febrero de 1997 —él tenía 5 años—.

Lo que un hijo te da

“Hijo, hace unos días me diste una lección. En varias ocasiones, a veces en la casa, a veces en la iglesia, me pedías una hoja y una pluma. Dibujabas algunas cosas y luego me decías: ‘ten papi, te lo regalo’. Te soy bien sincero, yo pensé que me lo dabas por no dejarlo en cualquier parte y lo guardaba en mi portafolio en ese momento, pero luego lo ‘archivaba’ en el cesto de basura.

Hace días me dijiste: ‘papi, préstame todos los dibujos que te he regalado’. Primero quise pensar que no te había escuchado bien. Volteé a verte y después de unos segundos te pregunté: ‘¿cómo dijiste? —Que me prestes todos los dibujos que te he regalado’. ‘¿Para qué los quieres?’—pregunté tratando de ganar tiempo— ‘Es que los quiero pegar en un cuaderno’ —respondiste—.

Primero te dije: ‘bueno, ¿qué no eran para mí?’ Ante tu insistencia, tuve que decirte que los había dejado en mi trabajo. A lo que me respondiste: ‘te los encargo’. Te dije: ‘sí hijo, cómo no’, seguro de que al día siguiente olvidarías el asunto. Al día siguiente, cuando llegué de trabajar, tan pronto abrí la puerta, tu primer comentario fue: ‘¿me trajiste los dibujos?’. Ese primer día te dije que se me habían olvidado y de ahí empezó una serie de ‘largas’, que si tal vez los había dejado en la iglesia, pues en el trabajo no los había encontrado, que si tal vez alguien me había cambiado las cosas de lugar, etc. etc., siempre con la esperanza de que al día siguiente lo olvidaras, pero olvidando yo la tenacidad que distingue a los niños y en especial, en esta ocasión, a ti.

Finalmente, cuando se me agotaron las excusas, te tuve que decir que yo pensaba que algún niño había visto los dibujos, le habían gustado y se los había llevado, pues no los había encontrado. Lloraste, me acusaste de que yo había tenido la culpa por no haberlos cuidado bien y yo aprendí la lección: como padre, debes cuidar mucho lo que un hijo te da. Perdóname hijo, te prometo que no volverá a ocurrir”.

A partir de ahí, guardaba cuanto papelito me daban mis hijos. En las hojas de sus respectivos diarios, entre otras cosas, está por ejemplo un “pacto navideño” que Chuy redactó y que a la letra dice:

“Que quede claro que en esta navidad, Chuy y Diana no pelearán, aunque alguien tire la mayonesa”. Lo firman los dos involucrados y como testigos, sus hermanos menores. Está la hoja que Dianita, siendo pequeña, me dio una vez que fui a Monterrey por motivos de trabajo. Dice textualmente: “de monterei po favorr ciero ce me taigas ango vonito, te ciero mucho” —de Monterrey por favor quiero que me traigas algo bonito, te quiero mucho—.

Está la hojita que Zaida me dejó para que la viera cuando llegara del trabajo, una vez que me equivoqué al comprarle cierta ropa. Dice: “papa, porce me trahiste le ropa ternica de omvre??” —papá, ¿por qué me trajiste la ropa térmica de hombre?—. Y está una especie de volante que Manolo anduvo repartiendo, también de pequeño, para promocionar sus “servicios”. Dice: “masajes costo 3$ nomas me subo en sus pompas con codos, manos y pies” —traducción obvia, sólo tiene dos errores—.

Hay muchas otras cosas que los hijos nos dan y que sería importante que nosotros, los padres, las cuidemos y no las perdamos. Una de ellas, muy importante, es la confianza.

Los hijos confían en que sus padres los amarán y estarán ahí para ellos cuando los necesiten. Confían en que siempre los verán como una bendición y no como una carga no deseada. Confían en que los protegerán y en su momento, los enseñarán a defenderse de los embates de la vida. Confían en que los amarán más allá de sus errores. Confían en que, si tal vez no puedan darles lo mejor de todo, siempre estarán dispuestos a darles lo mejor de si. Y confían también en que los padres nunca traicionarán esa confianza que sus hijos les han regalado.

Perder unos dibujos me costó ver unas lágrimas que me llegaron hasta el alma. Espero cuidar mucho y nunca perder la confianza que mis hijos me han dado.

Las lágrimas que eso provocaría, estoy seguro que duelen mucho más.