Columnas > EL MENSAJE EN LA BOTELLA

La preeminencia del amor

Lo que voy a escribir ahora tal vez no sea del agrado de algunos. Pido perdón si alguien se siente ofendido, no es mi intención hacerlo.

Veía en días pasados una discusión que se armó en el Facebook por una publicación que alguien compartió en donde un “experto” afirmaba que la homosexualidad no estaba determinada por los genes, sino que era consecuencia de un desequilibrio emocional. Con algunas expresiones sarcásticas, las afirmaciones de este “experto” parecían llevar implícito un mensaje a la comunidad homosexual, más o menos en términos de “dejen de querer justificarse”.

La preeminencia del amor

Me pregunto si alguien tendría que tratar de justificarse por algo que él o ella no eligieron. Sería como pensar que yo tendría que tratar de justificarme por ser mexicano o por ser “prietito”.

He tenido el privilegio de conocer a fondo a personas homosexuales, entre ellos algunos alumnos. Estoy seguro de que cualquier persona que se permitiera conocerlos, los llegaría a amar como yo lo he hecho. En su gran mayoría, son personas de buenos sentimientos, nobles, con sueños en su corazón, que desean hacer el bien y que en su momento sufrieron al darse cuenta de su orientación sexual, hasta que finalmente lograron aceptarse como eran.

He conocido también a las familias de algunos de ellos, padres para los que no fue nada fácil aceptar la situación de su hijo(a), y para los que, si esto es producto de los genes o de las emociones, eso es una discusión estéril. Aquellos que han antepuesto el amor por sus hijos a cualquier miedo o a cualquier prejuicio, los han terminado aceptando y apoyando.

Ante un homosexual, creo que hay tres cosas que uno puede hacer: rechazarlo abiertamente, decir que no se le rechaza pero juzgarlo (decirle “deja de querer justificarte” es una manera de hacer esto), o aceptarlo por ser lo que es, un ser humano, muy independientemente de situaciones que solo a Dios, en todo caso, le correspondería juzgar.

Yo no sé, ni puedo estar seguro, si la homosexualidad es cuestión de genes o de emociones (tal vez, por pura curiosidad, se lo pregunte al Creador cuando me toque verlo); lo que sí sé es que decirle a uno de ellos “deja de querer justificarte” es una acción nada compasiva, y añade una piedra más a la carga que llevan ya estas personas y sus familias.

De las tres opciones mencionadas, la tercera requiere tener una gran dosis de amor cristiano. ¿Y por qué digo cristiano? Porque en la Biblia (1ª de Corintios 13), el apóstol Pablo menciona los atributos del amor, diciendo que así podría yo hablar lenguas angélicas, entender los misterios, tener toda la fe o repartir mis bienes a los pobres, si no tengo amor, nada soy.

El título en esta sección de la Biblia dice “La preeminencia del amor”. La palabra preeminencia significa que algo tiene prioridad por sobre otras cosas, y en el último versículo de la sección, Pablo coloca el amor incluso por encima de la fe y de la esperanza.

Así que, ¿por qué no dejar el juicio de estas cosas al único que todo lo entiende y dedicarnos nosotros a poner en práctica los atributos del amor sobre las personas que nos rodean? La escritura dice, entre otras cosas, que el amor es benigno, lo cual significa (según Mr. Google) “mostrar buena voluntad, comprensión y simpatía”. No se trata de que estés de acuerdo con las acciones de un homosexual, pero sí se trata de no erigirte en juez para condenarle. Y la mejor manera de saber si realmente estamos siendo benignos es hacernos la pregunta “si yo fuera homosexual o tuviera un hijo(a) homosexual, ¿cómo me gustaría que me trataran los demás? ¿Me gustaría que me señalaran con el dedo por no encajar con sus estándares? ¿O me gustaría que me mostraran comprensión y reconocieran mi valor como ser humano?”. Respondiendo a esa pregunta, ve y aplica tu propia respuesta en esas personas que, ya sea por cuestión de genes o de emociones, viven una situación que seguramente en esta vida nunca podremos comprender del todo. Al hacerlo así, tal vez abonemos misericordia para cuando nos toque nuestro propio juicio, pues como también dice en el multicitado libro, “con la vara que midas, serás medido”. 

Repito, una disculpa si ofendí a alguien, es solo que pienso que mostrar un verdadero amor cristiano hacia aquellos que no nos agradan no es fácil, y aquí tenemos entonces una buena oportunidad para practicarlo. “Pues si amáis solo a los que os agradan, ¿qué mérito tenéis?”.

jesus_tarrega@yahoo.com.mx

Facebook: El Mensaje en la Botella