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El pilón

Creo ya haber mencionado que cuando estudié mi carrera de contador público en la UAT de Cd. Victoria, viví en casa de mi tía Carmen, madre de “George” (Jorge Alberto), mi primo hermano más hermano que primo.

George y yo compartíamos cuarto, y en ese entonces no había smartphones, redes sociales, laptops, ni nada de esas cosas. En la tele solo se veían dos canales, así que en las noches era de ponernos a platicar antes de dormir. Platicábamos de las muchachas…de las muchachas…y de otros asuntos de similar importancia para nosotros en esos años. A veces nos poníamos a sacar nuevas canciones con la guitarra (para cuando se ofreciera con las muchachas), y el caso es que con frecuencia nos daba medianoche platicando o cantando y pues nos ganaba la sed, así que antes de dormir bajábamos a la cocina a prepararnos “un juguito” (así le decíamos a cualquier bebida de sabor preparada con polvos). Llenábamos la jarra con agua, le agregábamos azúcar, 3 cucharadas, y recuerdo que siempre le poníamos un poco más, diciendo “el pilón; el pilón es muy importante”. Según nosotros, si no le poníamos el pilón de azúcar, el juguito no sabía igual. Estábamos convencidos de que ese pilón hacía la diferencia. Terminábamos agregando el polvo, le meneábamos, y luego uno tomaba directo de la jarra y se la pasaba al otro para que hiciera lo mismo. A partir de ahí, George y yo empezamos a decir que éramos hermanos de baba. (Jesús, este no es momento ni lugar para ponerte a describir las cochinadas que hacías en tu juventud. Rectifica tus pasos y encamínate por favor hacia senderos más agradables).

El pilón

Ejem, bueno, ok, está bien, haré caso de las amonestaciones de mi conciencia, ustedes disculpen. Derivaré entonces mi disertación hacia ese popular y conocido término, el “pilón”.

Definiendo el pilón

Todos sabemos que el pilón es ese pequeño “extra” que le ponemos a algo. Y si en un juguito el pilón puede hacer una diferencia, qué gran diferencia hace el pilón cuando lo aplicamos en el trabajo que realizamos o en el servicio que brindamos a los demás. 

Podemos dar el pilón en el trabajo, tomándonos el tiempo para revisar, pulir y mejorar los trabajos que vayamos a entregar, cuidando todos los detalles para que el producto quede excelente. Como siempre digo, “la calidad está en los detalles”.

Y cuando prestamos un servicio, qué importante es dar el pilón. Qué importante es dar ese servicio de buena gana, con una sonrisa, no haciéndole sentir a la otra persona que le estamos haciendo un favor, haciéndola esperar más de lo necesario o dirigiéndonos a ella con monosílabos cortantes. A eso difícilmente se le puede llamar servicio, y como también a veces se dice, “lo que se da sin delicadeza, se recibe sin gratitud”. Es triste ver gente que, por evitar incomodarse, da un servicio al mínimo necesario, ya no digamos con pilón. 

Practicando el pilón

Siempre que hablo de un servicio con pilón, me acuerdo de Verónica Calles (conocida en el bajo mundo como Súper Verito), encargada de Sistemas en la universidad. Trae siempre la sonrisa a flor de labios, y te atiende que da gusto, te hace sentir que tú le estás haciendo un favor a ella al pedirle algo. Siempre le digo “Verito, ¿dónde hay más como usted para mandar traer un ciento?”. Desafortunadamente, actitudes así no se dan en maceta, pero  todos tenemos la capacidad de desarrollar una excelente actitud, al ponerle pilón a lo que hacemos. Cuando nuestras acciones de servicio llevan pilón, entonces toman brillantez y colorido.

Allá por los 90’s, el comercio organizado emprendió una campaña de mercadotecnia llamada precisamente “El pilón”. La anunciaban con una canción bastante “sangroncita”, pero que definía muy bien el pilón, porque se referían a él como “el gusto gratuito, el detalle bonito, la costumbre que alegra el corazón”. Ciertamente, el dar el pilón en nuestro trabajo o servicio es un gusto que podemos dar y que generalmente no nos cuesta mucho, es un detalle que embellecerá nuestras acciones, y promoverá actitudes que realmente alegrarán el corazón, del que lo da, y del que lo recibe, así que de corazón invito a que todos practiquemos esta bella costumbre.

¿Y por qué no? También los invito a tomar juguito de la misma jarra. (¡JESÚS!!). Ok, ok, está bien, no he dicho nada, mejor ya vámonos todos a dar pilón. Bueno, bye.