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¿Alguien ha visto a Chanis?

La vida no me dio un hermano varón, pero me dio a Chanis.

Año y medio menor que yo, él vivía en el número 1 y yo en el 4 de los departamentos de Fidel Cuéllar en la colonia Altamira y desde que me acuerdo Chanis estaba ahí, como que brotó de repente y a mi me caía de perlas tener un amigo con quien jugar.

¿Alguien ha visto a Chanis?

Lleva el mismo nombre que tenía su padre, el Ing. Luciano Farías –mi padrino–, quien fuera director de la Facultad de Ciencias Químicas de la UAT. Su mamá, la Sra. Elena –Lalis– Jiménez, tiene uno de los apellidos más bonitos que he visto –el segundo–. Se apellida Risa. Para mi mamá siempre fue “Chanito” y para él, ella siempre fue “la mamá de Chuy”. Y siempre era siempre. Cuando me preguntaba por ella nunca me decía “¿está tu mamá?”. Me decía “¿está la mamá de Chuy?”.

Compañeros de juegos, éramos el dúo dinámico. Yo era Batman y él era Robin. Teníamos los trajes completos de uno y otro –mamás mitoteras–. Vaya, teníamos hasta los archienemigos.

Eduardo y Rubén Mancera, también vecinos y varios años más grandes que nosotros, se prestaban a nuestros juegos. A uno le pusimos “El Guasón” y al otro “El Pingüino”. ‘Peleábamos’ con ellos y hasta nos imaginábamos los letreritos con el sonido de los golpes que se veían en la serie de televisión –Clank! Zok! Kapow!–. Por supuesto, “los malos” siempre se dejaban ganar.

También de niños estudiamos piano con el profesor Marroquín. En un recital tocamos una pieza a cuatro manos. Platicaba mi mamá que en esa pieza yo tocaba y tocaba y luego Chanis nomás hacía con un dedito “plin plin” en una tecla y volteaba al público con su simpatiquísima sonrisa. Seguramente exageraba mi madre. No creo que nada más haya hecho “plin plin”.

Participamos juntos en los boy scouts. Ahí vivimos aventuras como aquella ocasión en la que en una caminata varios lobatos –niños menores de 11 años– guiados por una lobatera –dirigente– entramos a una cueva y vimos en el barro unas huellas de animal. La lobatera gritó que eran huellas de coyote y todos salimos corriendo. Algunos hasta los zapatos dejaron atorados en el barro. Ya después descubrimos el “coyote”: un triste perro lombriciento que andaba por ahí.

Con mi padrino Chano fuimos varias veces de pesca. Ahí atrapé al único pez que he pescado en toda mi vida: una mojarrita como de 20 centímetros. De ahí en fuera sólo he pescado resfriados.

Con toda su familia fui unas vacaciones a la tierra de sus padres: Piedras Negras y Guerrero, Coahuila. Este último, un pueblito mágico precioso. Estuvimos varios días en la casona de su abuelo, bañándonos en la acequia que corría por la parte de atrás de la casa y platicando en el granero con sus primos, contando historias de miedo.

Ya en la secundaria y juntos también, estudiamos guitarra con el profesor Osmel Martínez. Estuvimos juntos en la escolta.

Fue toda una época de mi vida teniendo a Chanis como compañero constante. Muchas Navidades las celebramos en su casa. Estuvo en mi boda y yo en la de él.

Nuestros caminos se empezaron a separar en algún punto, cuando cada uno emprendió el viaje en busca de su destino. Dice Alberto Cortés: “un largo viaje sólo de ida el pasaje”. Él estudió medicina en Monterrey y ya casado, se fue a hacer una especialidad a Puerto Rico y después al norte de Estados Unidos.  Actualmente es un médico cada vez más reconocido en el valle de Texas. Ya está un poco más cerca, pero no hay mucha oportunidad de frecuentarnos.

Por eso, si alguien ve a Chanis, dígale por favor que he seguido de cerca su trayectoria y que me regocijo de sus éxitos. Que me siento como un hermano mayor, orgulloso de ver que su hermanito está triunfando.

Díganle que Batman y Robin siguen luchando contra los malos. Es sólo que ahora Robin lucha contra los males del cuerpo y Batman lucha contra los males del alma. Robin cambió el antifaz por un bisturí, Batman cambió la capucha por pluma y papel. Que habremos de seguir luchando porque estos malos, a diferencia de los Mancera, no se dejan ganar tan fácilmente.

Y díganle que desde el cielo, la mamá de Chuy también debe sentirse muy orgullosa del doctor José Luciano Farías Jiménez, aunque para ella seguirá siendo Chanito, su Chanito.

Seguramente desde allá, sigue disfrutando de su simpatiquísima sonrisa y sigue platicando que sólo hacía “plin plin”.