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La (des)importancia de la apariencia externa

Años atrás, un sábado en la mañana, estando mi hijo Chuy en la secundaria, necesitaba comprar algunas cosas para su tarea y me pidió que lo llevara a conocida tienda de departamentos. Andaba yo, realmente, lo que se dice “en fachas”, pero tomé las llaves del carro para llevarlo. Chuy se me quedó viendo como diciendo “¿Así vas a ir?”. Percibiendo su interrogante no expresada, dije “Llega uno a una edad en la que la apariencia te vale gorro”. Chuy me volvió a ver de pies a cabeza y dijo, “Sí, ya me di cuenta”.

Pude comprender su desazón porque, a su edad, yo también, ni por asomo me atrevía a salir a la calle hasta no haber pasado concienzuda revista de mi apariencia externa. Que la ropa no tuviera arrugas, que anduviera bien combinado, que no trajera “gallitos” en el cabello, etc. Por eso comprendí también cuando, ya en la tienda, Chuy caminaba más de prisa y me dejaba atrás, como queriendo deslindase de mi presencia.

La (des)importancia de la apariencia externa

Que si mis hijos hubieran visto cómo andaba yo en Sanborn’s el sábado pasado, con un pants manchado de pintura, unos zapatos viejos y rotos, una sudadera que uso a veces para dormir y que parece dos tallas más grande que yo, y con el cabello un tanto “descuadrado” porque a esas horas no me había bañado todavía, seguramente hubieran fingido no conocerme o dirían que era alguien que se escapó del “maniquiur”. Pero ya llegarán a esta edad hijos, ya verán.

Nuestros amigos del otro lado del Bravo tienen la palabra “unimportant” para referirse a algo sin importancia. Al no tener traducción literal, yo acuñé (indebidamente, lo sé) la palabra “desimportancia” para hablar de este tema de nuestra apariencia externa.

Y es que es cierto lo que le decía a Chuy, llega un momento en que te das cuenta que la apariencia no es realmente lo importante. Por supuesto no recomiendo ir a trabajar con el cabello descuadrado o los zapatos rotos, todo tiene su momento y su lugar. A lo que me refiero es a no sobrevalorar la imagen que nos devuelve el espejo, sobre todo si es una imagen que no nos agrada del todo. Hablo de no permitirnos sufrir cuando la situación es así.

A mis alumnos les explico en la conferencia de autoestima que la mercadotecnia, el cine, la televisión y las revistas de chismes de la farándula nos proyectan por lo general rostros y cuerpos perfectos, y eso nos puede llevar a pensar que eso es lo que se necesita para poder triunfar, que esos son los “estándares de belleza”, y que si no los cumplo, estoy en desventaja ante otros. Cuando llegas a ese punto, el espejo se vuelve un tirano que te lastima y te hace sufrir.

Así que no te dejes esclavizar por ese tirano. Alguien dijo “Nadie me puede hacer sentir mal sin mi consentimiento”, y eso debería incluir también a nuestro espejo. Trata entonces de darle a éste un mejor uso. En lugar de concentrarte en tu apariencia exterior, pregúntale al espejo cosas como “¿Qué tal se ve hoy mi actitud?, ¿Cómo luce mi semblante, alegre o sombrío?, ¿Qué tal ando de empatía y deseos de ayudar a los demás?”. Definitivamente, sería mejor esmerarnos en cuidar eso, y no tanto “lo de afuera”.

Teniendo yo 4 años, me tomó mi madre una fotografía que aún conservo. Estoy parado ante un espejo, mis manos en la barriga haciéndome cosquillas yo solo, y riendo a carcajada batiente de mi aspecto, que por cierto, era bastante cómico. Creo que ese también sería un sabio uso para nuestro espejo. Usarlo para reírnos de nosotros mismos, y burlarnos de nuestras pequeñas o grandes imperfecciones físicas.

 Puedo prometerte que a larga tú también comprobarás la “desimportancia” de la apariencia externa, así que ya no sufras ni malgastes tanto tiempo tratando de que se vea perfecta, pensando en lo que los demás opinarán de ti. Tristemente, también a la larga comprobarás la veracidad de la ley “20-40-60” que dice: “A los 20, te importa demasiado lo que los demás piensan de ti. A los 40, te importa un comino lo que los demás piensan de ti. Y a los 60, descubres que nadie estaba pensando en ti”. Créelo, te lo dice un hombre que está a poco de llegar a esa tercera etapa. Y prefiero usar ese término (tercera etapa) porque decir “tercera edad” todavía me causa un poco de escozor. Pero bueno, qué más da. A final de cuentas, eso también es “desimportante”.

jesus_tarrega@yahoo.com.mx

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