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Vive oculto

En tiempos de exhibicionismo y redes sociales, hay artistas que, por renunciar, han renunciado incluso a crear una obra con la que ser reconocidos

Hace un tiempo publicaba en estas mismas páginas un artículo (“Autores no natos”) en el que hacía referencia a dos compañeros de estudios, uno de colegio y otro de facultad, de los que, según todos los indicios, cabía esperar una trayectoria exitosa en aquello a lo que decidieran dedicarse pero que, finalmente y por razones diversas, no cumplieron con dicha expectativa. Tras su publicación, de inmediato empecé a recibir mensajes de familiares, amigos y conocidos en general que me comentaban, cada uno desde su propio ámbito, que también ellos podían referir casos muy semejantes a los que yo había descrito en mi texto. Reconozco que no esperaba una coincidencia tan grande de testimonios en el mismo sentido, y que ello me dio que pensar.

‘Filósofo en meditación’ (1632), de Rembrandt. Museo del LouvreVive oculto

No se trata de eso. Sería un planteamiento demasiado maniqueo y demagógico como para que resultara aceptable.

Se trata más bien de atender al hecho, que en cierto sentido venían a ratificar mis heterogéneos corresponsales, de que también los que se dedicaron a la poesía, al surf, a la música o a las artes plásticas declaran que en sus respectivos ámbitos se repite casi exactamente lo mismo y tampoco son siempre los mejores los que ocupan el lugar simbólico y real más alto. 

Con lo que la fácil, socorrida y consoladora explicación según la cual la contraposición se desarrollaría entre, por un lado, unos idealistas que siguen la llamada de su vocación sin atender a ningún factor ajeno a la misma que les aparte de su camino, frente a quienes, por otro, se atienen de manera feroz al principio de realidad, dedicándose profesionalmente a actividades bien remuneradas y prestigiosas en las cuales la competencia darwiniana es encarnizada y no siempre triunfa el más valioso sino el más fuerte o el más astuto, parece deshacerse como un azucarillo.

Ahora bien, que la meritocracia en sentido estricto no funcione en según qué esferas es algo que parece haber acabado por ser completamente asumido en nuestra sociedad, en la que, por poner un ejemplo tan demoledor como deprimente, se ha terminado por aceptar -a estas alturas sin pestañear- que a la cabeza de las mayores potencias del planeta, ocupando los lugares desde los que se han de tomar las decisiones más trascendentales, puedan estar personas que con frecuencia provocan auténtica vergüenza ajena con sus comportamientos y sus palabras. 

Sin embargo, y siendo sin duda infinitamente menos importante, se diría que en general nos resistimos a aceptar que también se incumplan las exigencias meritocráticas en otras esferas, digamos que más relacionadas con el espíritu que el hombre necesita.



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