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Roger Bartra, el intelectual mutante

La autobiografía del sociólogo y antropólogo socialdemócrata refleja la evolución de su pensamiento y resume la historia de la política mexicana de los últimos 50 años

El axolote es una salamandra acuática que conserva sus rasgos larvales en su vida adulta. Su aspecto jamás muta. El axolote es endémico de los lagos de la Ciudad de México y, en 1986, el antropólogo y sociólogo Roger Bartra lo eligió como metáfora para explorar la identidad mexicana en La jaula de la melancolía. Junto a El laberinto de la soledad de Octavio Paz, La jaula de la melancolía constituye la disección crítica más influyente acerca del nacionalismo revolucionario mexicano.

El antropólogo y sociólogo mexicano Roger Bartra, en Ciudad de México en abril de 2022.Roger Bartra, el intelectual mutante

METÁFORA

Es irónico que fuera la metáfora del axolote lo que diera fama a Bartra. Y es que si algo ha definido la vida intelectual de Bartra (Ciudad de México, 1942) es precisamente aquello que nunca le ocurre al axolote: la mutación. Y Mutaciones es precisamente el título de su autobiografía intelectual.

Es, a la luz de lo que cuenta, un título acertado. Bohemio e influenciado por lo beat en los años sesenta en el barrio de La Condesa de la Ciudad de México; antropólogo marxista-leninista en Venezuela a finales de los sesenta y principios de los setenta; estudiante en París con afinidades eurocomunistas en los setenta; miembro destacado de la intelligentsia comunista mexicana en los ochenta; estudioso de la identidad mexicana a finales de los ochenta; prestigioso académico con largas estancias en universidades de Estados Unidos, España o Inglaterra en los años ochenta y noventa; influyente fuerza cultural a los mandos del suplemento cultural del periódico La Jornada a mitades de los años noventa; intelectual público a favor de la democracia en los noventa; y, a partir del siglo XXI, estudioso del fenómeno de la melancolía y de la figura del salvaje en las representaciones culturales y crítico del presidente Andrés Manuel López Obrador, quien, en su conferencia diaria matutina —una suerte de rueda de prensa que tiene lugar tempranísimo y que es popularmente conocida como “La mañanera”—, aseguró que Bartra se había cansado de ser de izquierdas.

Dudo que Bartra haya cambiado en la dirección que señaló López Obrador. Aunque sí es cierto que, a diferencia del axolote, Bartra ha mutado bastantes veces a lo largo de su largo y brillante peregrinaje intelectual. Y son más bien pocas las cosas que se han mantenido intactas. Mutaciones revela sólo dos consideraciones que se han mantenido tan inmutables como el aspecto de un axolote.

La primera está relacionada con su genealogía familiar. Hijo de Anna Murià y Agustí Bartra, dos de los mejores escritores catalanes de su generación y exiliados en México, Roger Bartra se suele presentar como catalán (y mexicano) a pesar de que ni nació en Cataluña ni pisó Cataluña hasta su edad adulta. De hecho, su mundo familiar era tan cercano a lo catalán que, de niño, dejó México un par de años para irse a vivir con sus padres a Estados Unidos, que habían conseguido un trabajo temporal al norte del Río Bravo, y al regresar a México sólo sabía hablar catalán e inglés. Tuvo que aprender, de nuevo, español.

La constelación más íntima de sentimientos que forjan una personalidad estaba compuesta, en su caso, por la lengua y la literatura catalanas.

  • Bartra siempre repudió el nacionalismo como forma de organización política. Desde sus tiempos como marxista-leninista, pasando por su época eurocomunista hasta su actual posición socialdemócrata, siempre ha visto con sospecha y escepticismo el nacionalismo político, ya fuera en México, en España o en Cataluña.

Una de las cuestiones más sugerentes de Mutaciones es que la identidad nacional no tiene por qué determinar la identidad política.

La vida de Roger Bartra es, en este sentido, un fallido test de estrés para el dogma nacionalista: la identidad nacional es muy fuerte en Bartra (tanto que ha resistido más de 80 años fuera de su hábitat “natural”), pero esa identidad nacional no define la dimensión intelectual o política de su identidad. Uno puede tener una identidad nacional muy acentuada e interiorizada pero no ser nacionalista. En este sentido, Bartra siempre fue un axolote.

Mutaciones es también una historia de la política mexicana de los últimos 50 años. Y es una historia de una complejidad endemoniada y de un perturbador fatalismo para la izquierda. El Partido Revolucionario Institucional (PRI) —formación cuya denominación contiene ya un oxímoron deslumbrante— gobernó durante décadas en lo que era un régimen de partido único. Bartra siempre sostuvo que la democracia llegaría de la mano de la izquierda.

Sin embargo, en Mutaciones confiesa que se equivocó. Sería la derecha quien, a su juicio, terminaría impulsando la transición democrática. El año 2000, el Partido de Acción Nacional (PAN), un partido conservador, ganaría las elecciones y habría por fin una alternancia democrática.

La izquierda sólo pudo alcanzar el poder en 2018, cuando Morena, una escisión del Partido de la Revolución Democrática (PRD), ganó las elecciones de forma holgada con Andrés Manuel López Obrador a la cabeza. Se cerraba así un círculo peculiar porque el PRD era, a su vez, una escisión del PRI. Y es que Morena tiene algo del viejo PRI anterior al giro neoliberal de los años ochenta. En el principio, en el México moderno, estaba el PRI. Y escisión tras escisión, la izquierda parece haber vuelto al principio.

El Bartra socialdemócrata difícilmente tiene encaje en ninguno de los partidos actuales. Y en algunos pasajes de Mutaciones, Bartra, que tantas veces nos salvó de las trampas de la melancolía, parece caer preso de una especie de melancolía socialdemócrata.



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