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‘La gran invención’, el placer de descifrar una tablilla de barro

En un fascinante desafío divulgativo, la filóloga italiana Silvia Ferrara se disfraza de arqueóloga del lenguaje para acercarnos al origen de los distintos sistemas de escritura

Para simplificarnos la vida, en el colegio nos enseñaron que la escritura nació en Mesopotamia sobre unas tablillas de barro. Por suerte, los lingüistas existen para complicar gozosamente este panorama y hacernos ver que los orígenes de nuestro sistema de comunicación por excelencia no se hallan solamente entre los ríos Tigris y Éufrates, sino también en China, Egipto y Centroamérica, donde nacieron otras escrituras completamente independientes de la cuneiforme.

El código de Gortina (sur de Creta), grabado en piedra en griego arcaico en el siglo V a. C.‘La gran invención’, el placer de descifrar una tablilla de barro

LA GRAN INVENCIÓN

Este y muchos otros datos sobre nuestros diversos y creativos sistemas de escritura se encuentran en La gran invención, el ensayo de la filóloga italiana Silvia Ferrara, profesora de la Universidad de Bolonia. Ferrara supo que su vocación era descifrar escrituras desde que vio a su profesora de primaria escribir el alfabeto griego en la pizarra, y ese entusiasmo que sintió a los 10 años nos lo transmite a los lectores en su ensayo, que nos permite acompañarla en su aventura por inscripciones y alfabetos tan insólitos como el creado por Hildegarda de Bingen en el siglo XIII y otros aún no descifrados. A lo largo de estas páginas, Ferrara se erige en una especie de Sherlock Holmes de la escritura en busca de la lógica de los pocos alfabetos y logogramas que todavía no han podido interpretarse, como el sistema de escritura lineal A cretense, el chipro-minóico o el rongo rongo de la isla de Pascua. Y todo ello junto a sus compañeros del grupo internacional de investigación INSCRIBE, centrado en los orígenes de los distintos sistemas de escritura.

Ferrara es una lingüista entusiasta y necesitaba escribir este libro para divulgar sus hallazgos entre los lectores no especializados. Esto resulta evidente a lo largo del libro, escrito en un estilo conversacional, pero, además, ella lo confiesa en el epílogo, donde explica que este libro es, ante todo, un experimento cuyo material ha sido rescatado principalmente de conversaciones y charlas con sus alumnos y, por tanto, procede de un registro oral (“He querido que el libro saliera así, como dictado en voz alta”). Este desafío autoimpuesto por la autora tiene grandes ventajas, pero también algún inconveniente, concretamente la sensación de confusión que se genera en algún momento a lo largo de la lectura del ensayo, cuando su carácter oral se hace más patente.

  • Ferrara hace un esfuerzo importante por salir de su burbuja de conocimiento erudito, que, como les ocurre a muchos divulgadores, habitualmente no comparten con nadie que no pertenezca a su campo de investigación, cuando en realidad lo que más desean es que el gran público acceda a ese saber al que dedican su vida. En el caso de La gran invención, Ferrara ha creado exitosamente un personaje de sí misma que protagoniza sus aventuras como arqueóloga del lenguaje y nos enseña a mirar con asombro cualquier detalle que antes nos pasaba inadvertido.

Esta decisión de acercarse tan de tú a tú al gran público actual le lleva a emplear con frecuencia símiles relacionados con aspectos de la vida cotidiana en nuestro tiempo, de ahí que no falten las menciones a Instagram, los emojis, la Champions League y James Bond. Siendo realistas, no está claro que quienes se acerquen a este libro por voluntad propia necesiten ese tipo de referencias, pero es comprensible el intento de no dejar excluido a nadie.

Este es un ensayo sobre la historia y los orígenes de la escritura, pero también sobre las dificultades y la fascinación de investigar acerca del pasado. La propia autora lo reconoce en el posfacio: en ocasiones ha ido dejando de lado el tema central sobre el que escribía para prestar atención a asuntos como el día a día de su profesión o las emociones que le provocan tanto sus hallazgos como sus desafíos profesionales, asuntos que desea compartir con sus lectores. Y lo logra, pues nos contagia su entusiasmo al descifrar un genitivo o al sentirse cada vez más cerca de interpretar el rongo rongo: “Si a uno no le conmueve esto, no sé qué podría hacerlo”, afirma, tras ponernos metafóricamente ante las inscripciones de los rapanuis.

Este ensayo, ya desde el título, nos invita a preguntarnos acerca de la escritura como invento: ¿acaso fue un solo humano el que ideó los caracteres del chino o la escritura cuneiforme mesopotámica? Como en tantos hitos de la humanidad, no se trató de una única persona trazando palitos con ayuda de una rama: fue un proceso mucho más complejo y siempre de carácter social, salvo en ciertas excepciones como la sequoyah, la escritura planificada en 1821 para dotar de alfabeto al pueblo cheroqui en Norteamérica.

La escritura no nació solo por necesidades prácticas, sino también expresivas: “El arte hace de rampa de lanzamiento para la escritura”, afirma Ferrara.

La gran invención recorre la creatividad de los humanos para comunicarse por escrito, reconociendo al mismo tiempo que la escritura no nació solo por necesidades prácticas, sino también expresivas: “El arte hace de rampa de lanzamiento para la escritura”, afirma Ferrara.

Al final de la lectura, que nos lleva de viaje por islas y océanos, no nos habremos convertidos en eruditos de la arqueología lingüística, pero sí habremos aprendido a valorar como patrimonio de la humanidad los mecanismos creativos que hemos desarrollado a lo largo de la historia para comunicarnos entre nosotros. Es decir, tal como querría la autora, nos sentiremos conmovidos por una inscripción en una tablilla de barro, gracias a las grandes dosis de ingenio y funcionalidad presentes en ella.



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