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Sonita: la rapera afgana que desafía a los talibanes

Sonita Alizadeh nació bajo el régimen fundamentalista. Fue vendida dos veces por su familia. Escapó. Una ONG la ayudó, aprendió a rimar en Irán y escribió una canción que la convirtió en una rapera tan valiente como singular

Lo explican las azafatas cuando representan las instrucciones de vuelo a las que apenas prestamos atención: uno tiene que salvarse a sí mismo antes de poder ayudar a otros. Sonita Alizadeh (Herat, 1997) consiguió salvarse sobreviviendo a su propia familia, que intentó venderla dos veces a hombres que buscaban esposa. Era la tradición del país donde nació: Afganistán. Con el tiempo, descubriría otras formas de supervivencia más allá de la huida. Se salvó también buscando en sí misma, reaprendiendo a querer a su madre después de que, habiéndolo vivido ella misma, su progenitora no le ahorrara esa experiencia. Así, salvándose, Sonita salvó a otros. Ha salvado a muchas mujeres, ha hecho pensar a muchas jóvenes desde que logró convertir su protesta en canción. “Espero que haber estado dispuesta a luchar por mis ideas y haberme opuesto a la práctica de los matrimonios concertados dé a otras mujeres la fuerza que necesitarán para poder decidir ellas su destino”, cuenta a El País Semanal desde el Bard College, al norte del Estado de Nueva York, donde hoy realiza estudios universitarios.

La rapera Sonita Alizadeh, fotografiada por Emmanuel Lubezki para el calendario Lavazza 2022 I Can Change the World (Puedo cambiar el mundo)Sonita: la rapera afgana que desafía a los talibanes

Sonita cuenta que cada año son más de 12 millones de niñas las que se venden como posibles esposas en el mundo. Fue eso lo que le sucedió a ella y a sus hermanas en Teherán. Habían llegado huyendo del régimen talibán en Afganistán. Después de caminar cientos de kilómetros con su madre y sus hermanas, bajo lluvia, sol y nieve, hasta llegar a Irán, su nuevo país no les proporcionó, por derecho humanitario, un futuro mejor. Pero continuaron su camino, primero con su familia y luego ella sola.

Si la primera huida de Sonita fue de los talibanes, la segunda fue de su propia madre. Escaparse de la tutela de su progenitora, que en Irán quiso venderla por segunda vez, le costó a esta cantante perder toda su documentación. También pasar a vivir como refugiada. Fue entonces cuando una ONG la ayudó. En la escuela para refugiados indocumentados de Teherán, Sonita empezó a cantar.

Tenía 15 años. Y consiguió hacerlo con alegría. La fuerza que había desplegado para escapar la dedicó en aquel colegio a componer una canción bailable, pop, pegadiza. “Pero me di cuenta de que mi mensaje, lo que yo tenía que contar, era demasiado triste. No cabía en una sola canción”, cuenta desde el campo de Annandale on Hudson, donde se encuentra la universidad en la que estudia.

Lo que Sonita tenía que decir tampoco encontró acomodo entre los acordes de la música pop que a ella le gustaba. Por eso probó con el rap. Lo que quería cantar era en realidad una denuncia. Sonita quería hablar de la inhumana obligación de casarse que, como le había sucedido a ella, a sus amigas y a sus hermanas, innumerables niñas todavía sufren en muchos países del mundo. “La fuerza del rap, también su naturaleza para protestar, me hicieron sentir bien”. Se dio cuenta de que “la gente que escucha rap presta atención a la letra de las canciones. Vibran tanto por la música como por el mensaje. Están buscando esa información. Se sienten comprometidos con lo que escuchan. Creo que el rap es un vehículo para compartir mensajes transformadores. Su fuerza puede cambiar actitudes”, continúa explicando.

En el vídeo de la canción Daughters for Sale, a una novia la maquillan para su boda. Es joven y hermosa. No sonríe. Tiene una televisión encendida. Y es allí, en esa pantalla dentro de la pantalla, donde canta Sonita: “Grito para compensar la vida silenciosa de tantas mujeres. / Grito para hacer hablar a mi cuerpo de sus heridas”.



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