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Sangre nueva para Drácula

Cada generación tiene sus vampiros. El estreno de una serie de TV sobre el conde transilvano acompaña la avalancha de libros y películas en torno al mito de los inmortales

“¡Bienvenido a mi casa! ¡Haga el favor de entrar! Entre..., entre sin temor”. Valgan las engañosamente amables palabras del conde Drácula a su cándido invitado Jonathan Harker en el portalón de su castillo en los Cárpatos para adentrarnos, entre un chirriar de cadenas y cerrojos y una súbita corriente de aire helado y pútrido, en el tenebroso mito del vampiro y en el universo de su monarca indiscutible, el viejo aristócrata transilvano. Después de 123 años (Drácula, de Bram Stoker, se publicó en mayo de 1897), el rey de los chupasangres goza de excelente salud, como la disfruta todo el mito universal en el que se imbrica, un mito que se remonta hasta los albores de la civilización y que se ha revelado tan inmortal como las criaturas que lo componen. Envueltos en capas de papel y celuloide o en sudarios digitales, los vampiros vuelven y vuelven de sus tumbas inmemoriales para seguirnos asombrando, aterrorizando y ocasionalmente divirtiendo, a la vez que alzan un espejo en el que no se reflejan ellos, claro, sino nosotros mismos.

El actor Claes Bang es el nuevo Drácula.Sangre nueva para Drácula

Hemos tenido revisitaciones del mito tan estimulantes como Déjame entrar —la novela, en Espasa, de John Ajvide Lindqvist y la conmovedora película de Tomas Alfredson, con su remake estadounidense—, el Byzantium, de Neil Jordan, la historia de la vampira iraní pospunk de Una chica vuelve a casa sola de noche o el vampire noir, de Daybreak, con Ethan Hawke y Willem Dafoe. Aunque probablemente lo más destacable reciente sea la hilarante y gamberrísima Lo que hacemos en las sombras, la película en forma de reality sobre tres decadentes vampiros del XVIII que comparten piso en una localidad de Nueva Zelanda y a los que sigue en su día a día (bueno, noche a noche) un supuesto equipo de documental televisivo: inolvidable la escena en que los vampiros no pueden acceder a una discoteca porque el portero no los invita a pasar. El filme, con mucha carga canónica pese a su iconoclastia, ha tenido el año pasado remake en formato de serie televisiva de diez episodios y ambientada en Nueva York, con la inclusión de una vampira en aras de la paridad de ultratumba.

El actual fenómeno vampirológico incluye en nuestro país la publicación en tres tomos de una monumental edición de Drácula acompañada por otras cinco novelas clásicas y 32 cuentos para contextualizarla (Vampiros, Drácula y otros relatos sangrientos, editorial Del Nuevo Extremo, 2019) y la exitosísima reedición con significativos cambios de la célebre antología Vampiros, editada por Jacobo Siruela, ahora en Atalanta, incluyendo sendos cuentos de August Derleth y Richard Matheson, nada menos, y nuevo prólogo del conde (!) en el que este repasa la genealogía del vampiro, subraya que el de la criatura es el mito moderno por excelencia y asegura que su éxito no se va a extinguir. Su colega de Transilvania estaría encantado de saberlo. A él, a Drácula y a su creador Stoker están consagrados algunos de los libros más sugerentes de este revival vampírico.

Ciertamente, lamias, íncubos y súcubos, revenants, nachzehrers, vrykolakas, nosferatu y otros parientes aparte, nuestra configuración del vampiro tiene como gran referente a Drácula, el Big Daddy de los no muertos. Probablemente de nadie se ha escrito tanto como de Drácula, a excepción de Jesucristo y del general Custer, y parecía —equivocadamente— que todo estaba dicho del personaje y de su creación. Los mismísimos H. P. Lovecraft y Stephen King han escrito sobre el conde. El primero no tenía en demasiada estima a la novela ni a Stoker (vio el manuscrito original y le pareció “chapucero”), posiblemente porque no salía ninguna deidad pulposa e innombrable. El segundo, en cambio, es un fan de ambos y, aparte de realizar la mejor reescritura moderna de Drácula (Salem’s Lot, 1975, quien firma tiene una edición dedicada), les ha consagrado esclarecedoras páginas en Danza macabra (Valdemar, 2006). Ahí, King subraya cómo Drácula rebosa energía sexual y señala, sin ambages ni falso pudor, pues bueno es él, cosas como que el episodio de sueño húmedo en que Harker se encuentra con las tres voluptuosas vampiras (¿la mujer y las hijas de Drácula?) incluye una clarísima descripción de una felación y que por su parte Lucy Westenra en el tête à tête con el propio conde “se está corriendo de gusto”. Más sesudamente, y no tan gráficamente, Lacan se ha referido al aura de angustia del vampiro en cuanto a la pulsión oral, que remitiría al agotamiento del pecho materno...

Pero, decíamos, no está todo dicho. Y son muchísimas las novedades y clarificaciones que aportan estimulantes nuevos ensayos, empezando por Historia de Drácula (Arpa, 2019), del británico Clive Leatherdale, un especialista mundialmente reconocido en el tema que ríete tú de Van Helsing. Leatherdale reivindica la novela, que disecciona minuciosamente, frente a las películas, la mayoría de las cuales, denuncia, han tergiversado la obra original. Una de las aseveraciones que hace el autor, y que sorprenderá a muchos, es que, pese a lo que cuenta Coppola en su Drácula y toda una corriente bibliográfica, la contribución de la figura histórica de Vlad Tepes el Empalador a la novela fue mínima y que probablemente Stoker apenas había oído hablar de él. El nombre de Vlad no aparece en la novela y el voivoda real fue acusado de muchas cosas atroces, ciertamente, pero no de vampirismo.

Chupasangres imprescindibles

Drácula, de Bram Stoker (hay numerosas ediciones, entre las mejores están las de Cátedra, 2006, y Valdemar, 2010). La Biblia de los vampiros, la gran novela de referencia y un libro que, como ocurre con muchísimos clásicos, la gente cree conocer por haber leído adaptaciones o haber visto películas basadas en el original. La lectura y cada relectura constituyen una aventura maravillosa y un viaje fascinante a uno de los grandes mitos literarios.

El misterio de Salem’s Lot, de Stephen King (Debolsillo, 2013). Probablemente la mejor novela de vampiros que se ha escrito después de Drácula y que además constituye un gran homenaje al clásico. La infestación vampírica en el pueblo de Jerusalem’s Lot, que emana desde la maligna casa Marsten, en la que ha sentado sus reales un vampiro, es combatida con medidas tomadas del libro de Stoker.

Sueño del Fevre, de George R. R. Martin (Gigamesh, 2009). Una conmovedora y terrorífica fusión de Drácula y el mundo del Misisipí de Mark Twain. Un vampiro que ha renunciado a la sangre humana y un capitán de barco de vapor fluvial se alían para luchar contra otros vampiros asesinos. Una historia preciosa y un precioso canto a la amistad de la mano del autor de Juego de tronos. 

Soy leyenda, de Richard Matheson (Minotauro, 2014). Emocionante e iluminadora inversión del mito, con el último no muerto tratando de sobrevivir en un mundo en el que han prosperado los vampiros y le han convertido a él en el monstruo. Olvídense de las películas con Charlton Heston y Will Smith.

La señorita Cristina, de Mircea Eliade (Lumen, 1994). Bellísima incursión del historiador de las religiones Eliade en la novela de vampiros. Ecos del clásico Carmilla de Le Fanu en una narración mágica y melancólica, casi chejoviana, sobre una joven muerta que chupa sangre y recita a Eminescu.

Vampiras, de varios autores (Valdemar, 2010). Una antología de relatos vampíricos (King, Derleth, Bloch, Leiber, Matheson, Tanith Lee…) especialmente centrada en los protagonizados por mujeres. Incluye la seminal Carmilla, de Sheridan Le Fanu, que tanto influyó en Drácula.



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